Baile de estrellas en el Bernabéu

El partido olía a pachanga de año nuevo, a representación desganada, a duelo rebajado por el champán y los apretones de manos. Olía a todo eso hasta que apareció Raúl por una esquina del área y soltó un derechazo cruel, violento, que después de estrellarse en el larguero se introdujo en la portería que aún resguardaba Burgos. Nada de amistosos, nada de aparcar el instinto y las ganas de ganar hasta nueva fecha. Raúl sólo sabe jugar al fútbol de una manera: en serio, sin concesiones. Raúl sólo sabe jugar para ganar.

Hasta el gol del delantero blanco, el Madrid había tocado mejor el balón y había creado algunas oportunidades. Figo desbordaba a Carreras por la derecha y Solari a Armando por la izquierda. La batalla del centro, todavía al ralentí, también era favorable al duo Borja y Makelele frente al del Atlético, Movilla y Nagore. Borja Fernández, un debutante, mostró varias de las virtudes necesarias para jugar en su puesto, el de mediocentro. Tranquilo, distribuyó con criterio aunque sin excesiva imaginación. Defensivamente estuvo muy atento a amargar a Movilla.

El gol de Raúl retrocedió el reloj de nuevo hasta el comienzo del choque. Empezaba otro partido. Este sí, disputado con algo más de amor propio. El Atlético, que siguió defendiendo bastante mal las bandas y recibiendo abordajes continuos por esos costados desprotegidos, empezó a tocar algo más la pelota. Así, mientras el Madrid disfrutaba de rápidas ocasiones (dos de Munitis, una de Congo y otra de Rivera), el Atlético elaboraba un poquito más su fútbol. Una buena jugada de Nagore, por ejemplo, la desperdició Correa a un metro escaso de la línea de gol por un exceso de lentitud.

Y apareció Torres. Otro, como Raúl, que no concibe el fútbol sin batalla. Una internada astuta de Aguilera culminada con un aún más astuto centro al hueco, terminó con Carlos Sánchez, el meta del madrid, perdiendo la vista dentro de su portería. Allí estaba el balón. Allí lo había puesto Torres.

El segundo tiempo trajo un cierto descontrol al cambiar completamente la alineación de los dos equipos. También trajo el toque y la clase de Zidane. El francés siempre juega de exhibición y ayer, en un partido de exhibición, no iba a ser menos. Entre su repertorio circense, regaló una falta lanzada con precisión cerca de la escuadra, pero Toni, ese portero imprevisible, hizo una magnífica estirada para evitar el gol.

Diez minutos antes, Toni, ese portero desconcertante, le regalaba un gol a Helguera por no poder blocar en condiciones un balón raso de Roberto Carlos.

Zidane también fue protagonista del tercer tanto del Madrid. Un pase suyo lo aprovechó Celades para adornarse sobrepasando a Sergio, el portero del Atlético en ese momento, con un sombrero. Él mismo recogió el balón para rematar bajo la línea de gol.

El control del balón del Atlético en el segundo periodo no le sirvió para nada. Sólo para ver con qué velocidad el Madrid organizaba el contrataque. En ese momento Torres y Movilla ya estaban duchados y vestidos. Raúl y Figo también, pero Zidane, Helguera y Morientes, no. Una pequeña diferencia. Ayer, en el Bernabéu, las estrellas bailaron entre el césped y el banquillo en un choque con veintiseís cambios.