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Columna
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Hagamos el europeo

Una vez hecho el euro, las venerables divinidades del carbón y del acero dijeron: y ahora hagamos el europeo, a nuestra imagen y semejanza. Pero los primeros intentos resultaron un fracaso: le sacaron un céntimo al euro, y les salió un mendigo; probaron, luego, con una moneda de a uno, y les salió un parado; más tarde, con un billete de a cinco, y les salió un poeta. Por fin, lo hicieron con un fajo de billetes de a 500, y les salió un banquero, que asistía a los oficios religiosos, con la familia, un Rolls y un chófer senegalés. Entonces, las venerables divinidades se frotaron las manos: ya tenemos el molde.

Lo mismo que en un pasaje bíblico, pero en lugar del edén, en una acería. Las divinidades del Tratado de Roma peregrinaron lo suyo: del Mercado Común a la Comunidad Económica Europea; y de ésta, con brindis en Maastricht, a la Unión Europea. Y nunca osaron sacarle costilla alguna a los mineros, ni a los metalúrgicos, ni a los braceros: les bastó con sacarles el sudor. En eso, Yahvé, además de hábil cirujano, se mostró más fino: antes de rajar a Adán, le infundió un sopor, de pura anestesia olímpica. Y como aquellas divinidades estaban tan solas, como Yahvé, quisieron que los capitanes de empresa y los financieros no se quedaran sin parroquia. Así levantaron sus proyectos, sobre una pila de cadáveres: cadáveres de soldados, que antes fueron obreros, campesinos y estudiantes, y a los que obligaron a destriparse, para ver qué industria se había de llevar la mejor tajada, si la de Manchester o la del Ruhr. Es cierto que los rojos españoles se pusieron al lado del entonces Mercado Común, pero fue para apretarle los testículos a la dictadura, y no para aprender órdenes y estilos arquitectónicos, en los valores faciales de los nuevos billetes.

Todo es historia. Hoy, cuando España iza la bandera de la UE, sabemos que podemos viajar hasta Suecia o Italia, sin que nos fluctúe la pasta, en el monedero. Pero sabemos también que en pesetas o en euros seguimos teniendo el salario mínimo más mínimo de todo el tinglado. Esperemos al siguiente milagro.

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