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Columna
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Idiotas

Rosa Montero

La noticia del terrorista de American Airlines que intentó explotarse el zapato con una cerilla me ha dejado traspuesta. No creo que haya otra imagen que pueda resumir mejor este 2001 tan antipático que ese cretino con cara de malo de película y una bomba en el tacón con mecha y todo, como un sicario de sainete. Los zapatos fueron trasladados a una unidad especial de desactivación. No me digan que no suena chistoso, que no resulta ridículo: me imagino al artificiero cubierto de corazas y transportando con exquisito cuidado los apestosos zapatones. Da risa, desde luego, pero también espeluzna. Porque si esa bomba chapucera hubiera estallado, las consecuencias habrían sido muy poco divertidas. Sangre real, cuerpos destrozados, el dolor seco y duro de la violencia. El absurdo de la vida brilla con toda su intensidad en esta historia tonta de un terrorista imbécil que pudo causar una masacre.

Estoy convencida de que en la verdadera inteligencia, en la sabiduría, no cabe la maldad. Puede haber malvados eruditos que aparentan ser listos, pero su brillo mental se queda sólo en eso, en una listeza chata y coja. Porque la verdadera sabiduría implica una maduración global del intelecto y de las emociones; esto es, los humanos no podemos ser del todo humanos si no desarrollamos nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro.

Es como lo de John Walker, ese californiano de veinte años que se hizo talibán. Los norteamericanos, siguiendo un razonamiento delirante y patriótico (dos palabras que a menudo significan lo mismo), argumentan que al 'pobre Walker' le lavaron el cerebro. Pues sí, claro, el fanatismo le fundió los plomos, pero exactamente igual que a los demás guerrilleros; con el agravante, en el caso de Walker, de no ser ni su cultura ni su religión, de no haber vivido los horrores de guerra y orfandad de los talibanes. Para mí el californiano es aún más necio y más culpable, porque somos responsables de nuestra estupidez, de esa tontería criminal que se origina en la pereza intelectual. Y son tantos los idiotas, o sea, los malvados... Ya lo decía Einstein: 'Hay dos cosas que son infinitas: el Universo y la estupidez humana. Aunque, en lo que concierne al Universo, todavía no estoy completamente seguro'.

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