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Reportaje:REPORTAJE

Las secuelas psíquicas de los secuestros

Secuestros. Una industria floreciente en Colombia (y también en otros países). En muchos casos se realizan con la apariencia de móviles políticos, pero el fin es siempre el mismo: ganar mucho dinero a cambio de nada. Cuando los secuestros acaban, los liberados ponen fin a sus padecimientos, pero comienzan las secuelas psíquicas. De los miles de secuestros habidos en el país suramericano desde 1998, 20 fueron de españoles. Los últimos, la semana pasada, un hombre y una mujer.

¿Para qué seguir viviendo si lo perdí todo? Si ya no puedo realizar mis proyectos, ¿para qué trabajé toda mi vida? Estas preguntas empezaron a atormentar a José, un secuestrado. Fue tal el tormento, que no volvió a levantarse de la cama. Ocurrió poco tiempo después de pagar una fuerte suma de dinero para salir libre de un secuestro. Una llamada que le advertía de una nueva extorsión le derrumbó.

'En los secuestros de largo plazo, el papel que desempeñaba el ausente en la familia lo asume otra persona, y reintegrarse, volver a ocupar su lugar, no es fácil'
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Mario, también víctima del secuestro, no soportó ver por las ventanas de su apartamento las montañas que cercan a Bogotá: le daba taquicardia, le sudaban las manos; recordaba que por esos cerros tutelares caminó días enteros durante su cautiverio. Se mudó de casa.

Son dos historias que cuentan María Cecilia Jácome y Olga Lucía Gómez, psicólogas de País Libre, una fundación que lucha contra un flagelo que en Colombia se cobra 4.000 víctimas al año. 'El secuestro afecta a niveles muy sensibles. La gente piensa que se acabó y se termina la pesadilla. Pero resulta que las secuelas en términos morales, éticos, de justicia, de sentido de la vida, vienen con el paso del tiempo', dice Olga Lucía con la seguridad que le da el haber trabajado cinco años en la fundación. Por los consultorios de estas dos profesionales desfila a diario el drama del durante de las familias, y del después de los secuestrados al recuperar la libertad.

Con EL PAÍS hablaron de las etapas que se viven tras una liberación. Al comienzo, la euforia es total. Es el reencuentro con la familia, la alegría de estar vivo; 'por eso, por estar vivos, los secuestrados, al despedirse, dan gracias a los secuestradores'. Las reacciones iniciales son las típicas del estrés agudo: unos hablan, otros lloran, ríen; algunos regresan con un sentido de espiritualidad reforzado, con la idea de que han revaluado su vida y van a ser mejores. Pasan los días y las cosas cambian; algunos dejan atrás esa espiritualidad inicial.

Cuando disminuyen los saludos, los festejos, llega una etapa dura: la de reubicarse en la vida,enfrentarse a lo que dejó el secuestro, a las consecuencias a nivel patrimonial: con qué se cuenta, qué deudas hay... 'En los secuestros de largo plazo, más de un año, en las familias se modifican las dinámicas; el papel que desempeñaba el ausente lo asume otra persona, y reintegrarse, volver a ocupar su lugar, no es proceso fácil', afirma María Cecilia.

Santiago, un recién jubilado, descubrió en cautiverio que había sido poco emotivo: era frío, no expresaba sus sentimientos. Su propósito al salir fue 'poner el corazón a flor del piel'. Entretanto, su esposa, cariñosa, expresiva, dependiente, se volvió dura como la piedra para poder negociar con frialdad la libertad del marido. Y se puso al frente de los negocios familiares. Cuando se reencontraron, Santiago, acostumbrado a ver a su mujer como un ser indefenso, la recriminó por dura, por decidida. Ella, angustiada por la pérdida económica que dejó el secuestro, se molesta con un marido tan débil, tan sentimental.

En algunos casos estos desencuentros son tan grandes que llega la separación. Luis, luego de ocho meses de soledad en el monte, sintió, al regresar, agobio por las solicitudes de su pareja. Un sentimiento de lealtad le mantuvo un tiempo atado: si ella luchó tanto por mí, ¿cómo dejarla?

Pero están también las expectativas familiares. Idealizan al hijo, al padre ausente de lejos lo ven como el mejor, el más cariñoso, el más... Cuando vuelve no es así y se produce un choque. Algunas esposas se llenan de ilusiones, cuentan las psicólogas de País Libre, 'piensan que el marido va a dejar de beber, va a ser más cariñoso, mejor marido...'.

Esta etapa es también la época de los cuestionamientos y de las decepciones al descubrir que los comportamientos de parientes y amigos no fueron los esperados. Hay reproches porque se pagó más o menos por el rescate, 'me quieren tan poco que dieron poco por mí'. 'Es necesario elaborar una serie de duelos y hay una sensación muy grande de tiempo perdido. Unos tratan de recuperarlo llenando ese hueco con información', asegura Olga Lucía .

Las consecuencias psicológicas dependen de los recursos de cada persona, de su personalidad, de los mecanismos de defensa, de la capacidad de ajuste a diferentes situaciones. Los que logran ocupar tiempo eterno del cautiverio ocupándose de un oficio, como la cocina o enseñando o haciendo artesanías, salen mejor librados que los que se aíslan y cuentan los segundos con la expectativa del 'voy a salir mañana'. Alfonso opuso resistencia y trató de fugarse. Le golpearon, le amarraron a un árbol, le pegaron un tiro; terminó hablando con los pájaros y los árboles.

'El secuestro deja una huella de dolor social, de dolor de patria', dice Olga Lucía, pero aclara que, según un estudio hecho por País Libre y Conciencias -instituto estatal de investigación científica-, sólo en un 25% de los afectados los síntomas del estrés inicial se prolongan durante muchos meses.

El estudio reveló una huella de depresión muy grande y la presencia, también en alto grado, de fobias: no salir a espacios abiertos o sitios multitudinarios, fobia a las mujeres jóvenes porque les recuerda a sus vigilantes. Terror a viajar por carretera porque allí se puede dar una nuevo secuestro. Y éste es un temor común: que se repita la pesadilla.

'Se pierde el sentido de inmunidad; la víctima regresa a un entorno inseguro. Se llena de preguntas de una desconfianza muy marcada. Tratan de descifrar quién pudo haberle vendido a los secuestradores: ¿será mi vecino?, ¿mi compañero de trabajo? Sin marcos de seguridad claros, la persona queda indefensa y adopta conductas de vigilancia. 'La falta de confianza rompe el tejido social', afirma Olga Lucía, y señala como una de las graves afectaciones del secuestro esa pérdida de confianza en el país, en el vecino, en las instituciones. 'El secuestrado se repliega al círculo de la familia'. Y es en la familia donde se encuentran cambios positivos. Algunas llegan a pensar que la experiencia dolorosa les significó enormes ganancias.

Víctimas infantiles

Cuando el niño es la víctima -en Colombia se ha vuelto común-, es más difícil explicarse la realidad vivida. Dependiendo de la edad, se cuentan con más o menos recursos para hacerlo. Si es muy pequeño, es posible que se sienta abandonado o piense que sus padres comulgan con la situación. 'Es difícil compaginar lo que ellos piensan con la realidad', dice María Cecilia.

Y cuenta el caso de un niño de tres años secuestrado inicialmente con su madre. Al cabo de unos meses los separaron. 'El panorama de quién es el malo y quién es el bueno se desdibuja, pues al niño le obligan a llamar papá y mamá a los secuestradores. Ellos le dan comida, juegan con él y le obligan a callar cuando llora'. Después de cuatro meses el niño regresa a casa y se muestra agresivo con sus padres.

Para los adolescentes es distinto: 'En ellos se da un proceso de maduración que les permite concebir una realidad social compleja'. Ven en los secuestradores gente como ellos, son de la misma edad y comparten intereses marcados por la ausencia de las mismas oportunidades en la vida.

Al final, Olga Lucía hace esta reflexión: 'Hay sociedades donde el Estado proporciona formas de reparar el daño que sufren las víctimas. Desgraciadamente, en Colombia no tenemos un Estado que ayude a reparar, no tenemos civiles que reparen el daño ni hay manera de hacerle sentir a ese individuo que puede seguir adelante y que puede llenar esas pérdidas. No hay manera de darle forma a esa sensación de injusticia'.

María Cecilia Jácome, psicóloga colombiana de País Libre.
María Cecilia Jácome, psicóloga colombiana de País Libre.GERARDO GÓMEZ

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