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Columna
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Guerras terroristas

Los atentados del 11 de septiembre han sido determinantes en la aceleración del inquietante proceso de transformación de las contiendas militares que, durante las dos últimas décadas, se han ido alejando de la guerra convencional y han ido adoptando las prácticas de la guerrilla y las pautas del comportamiento terrorista. Las guerras, en sentido clásico, se caracterizan por ser enfrentamientos bélicos entre unidades geopolíticas -en la época moderna, naciones o conjuntos de naciones- protagonizados por formaciones humanas, ejércitos, dotadas de instrumentos de destrucción cada vez más eficaces. Las guerras son indisociables de los muertos: nueve millones en la I Guerra Mundial, 49 en la Segunda. La disuasión nuclear, con su equilibrio del terror, cancela las macroconflagraciones, multiplicando, en cambio, los conflictos locales y sectoriales, que según Pascal Boniface -Les guerres de demain, Seuil 2001- superan los 160 y se apuntan más de 40 millones de víctimas mortales. Estas acciones bélicas no son de estados contra estados sino, en su gran mayoría, guerras intranacionales, de etnias o de pueblos enfrentados, con la ferocidad propia de las guerras civiles, sobre las que Enzensberger ha escrito tan certeramente.

Marwan Bishara en su último libro Palestina/Israel. La paz o el apartheid distingue entre guerra y terrorismo. Para ello se apoya en el concepto de guerra disimétrica, que se funda en la diferencia cuantitativa entre los beligerantes, unos muy potentes y otros muy débiles, pero compartiendo los mismos principios y los mismos modos de lucha, como sucede en la guerra convencional; y de guerra asimétrica que se basa en las diferencias de naturaleza y de calidad de los beligerantes, en la discontinuidad de las intervenciones, en la ausencia de reglas comunes y en la imprevisibilidad de sus acciones que permiten una desigualdad radical entre los contendientes. Este segundo modelo bélico lo empareja Bishara con el terrorismo. A estas consideraciones, se les escapa el componente esencial del terrorismo actual, es decir el hecho de que su potencia aterrorizadora es función de la imposibilidad de protegerse y de la incapacidad de reaccionar frente a él. ¿Cómo pueden unos adolescentes con piedras resistir a fuerzas pertrechadas de tanques o qué posibilidades tienen los soldados provistos de armas ligeras de oponerse a quienes organizan bombardeos masivos desde gran altura con armas sofisticadas? ¿Cómo pueden los viajeros de un autobús, quienes trabajan en una oficina o se divierten en una sala de fiestas, evitar ser destrozados por bombas asesinas? Lo que instala hoy la guerra en el marco del terrorismo es la impunidad, la teoría del cero muertos. Nosotros ponemos el material y las bombas, ustedes ponen los muertos. Nosotros tenemos la seguridad de matar sin morir, ustedes sólo pueden matar si mueren, porque su única arma eficaz son ustedes mismos, su vida, su propio cuerpo.

¿Tiene sentido en ese contexto de las guerras impunes, seguir hablando de guerras justas e injustas? Pienso que sí, al menos por sus finalidades, pues con independencia de que quien tiene una superioridad, aunque sea absoluta quiera usarla, hay que reivindicar la opción de quienes desde Maimónides, Santo Tomás, Vitoria y Grocio hasta Michael Walzer han mantenido la posibilidad de defender con violencia unos valores, siempre que el ejercicio de esa violencia se someta a unas reglas coherentes con los valores defendidos. De aquí la extrema preocupación que produce no sólo la deriva terrorista de las guerras actuales sino la conculcación de los principios y valores por los que se hacen. Si efectivamente, Estados Unidos, a la par que ha puesto en marcha un ejercicio bélico capaz de lavar su honor, satisfacer a su opinión pública y redinamizar su industria militar diera muestras de su voluntad de establecer un marco jurídico e institucional mundial fundado en nuestros comunes principios democráticos, que nos obligase por igual a todos, y lanzase además un programa para reducir las desigualdades en el mundo, sus campañas guerreras suscitarían menos rechazo. Desgraciadamente no está siendo así, porque Norteamérica ha radicalizado su arrogancia imperial, está olvidando los derechos humanos y parece que va a confirmar nuestra inscripción -Eritrea, Sudán, Yemen, Irak, etcétera- en las próximas guerras terroristas.

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