El púlpito de Petete
La Primera de TVE le cedió la noche del martes a Pedro Ruiz para que hiciera realidad un sueño que se quedó en capricho titulado Gala de entrega de los Premios Cambalache. La idea, que daría para un excelente gag, se alargó más allá de lo prudente. Para denunciar la corrupción global de nuestra sociedad, Ruiz ideó una ambiciosa entrega de premios ful que, parodiando la hipocresía de las galas de verdad, aspiraba a convertirse en demoledora caricatura de la doble moral.
El planteamiento crítico de la apuesta, sin embargo, fue perdiendo fuelle a medida que pasaban los minutos por culpa de su formato y de una convencional puesta en escena. Los actores que interpretaban a los falsos estafadores, granujas, publicitarios tóxicos, proxenetas y tránsfugas intentaron salvar unos monólogos lastrados por ese impúdico sentido del sermón que, por aislamiento, megalomanía o resentimiento, practica Ruiz cuando escribe o interpreta.
La independencia y el talento que otras veces ha demostrado quedaron sepultados bajo una verborrea demagógica que sólo provocó los aplausos del respetable gracias a los esfuerzos del regidor. Pese al encomiable enfoque corrosivo de la propuesta y al mucho trabajo invertido, el espectáculo cayó en una reiteración más que cargante. Sin emoción, con mucho de ajuste de cuentas e intervenciones forzadas de unos actores que tuvieron que vérselas con diálogos nada espontáneos, la gala se fue muriendo.
Por fortuna, contó con actuaciones auténticas de artistas en promoción (Rosario, Atomic Kitten, Papá Levante, Camela) que le dieron algo de oxígeno y con la copresentación de la luminosa Natalia Estrada, que reivindicó su condición de maduro mito erótico en el exilio y que, por contraste con el resto del decorado, aportó naturalidad y telegenia. Ruiz, por su parte, estuvo seguro de sí mismo, empalagoso, intentando emular a Woody Allen, renunciando a su talento de imitador, sobrado y ágil en las escasas morcillas improvisadas que consiguió introducir. Incluso se atrevió a soltar algún chiste sobre el que, por prudencia, no opinaré: 'Nadie imagina a Antonio Machín cantando Angelitos negros en un congreso del Ku Kux Klan'.
Lo que podría haber sido una transgresora parodia se quedó en una gala más, con su previsible sentido del espectáculo y una voluntad de homenaje al tango Cambalache que no llegó a pasodoble del trapicheo. Y es que aunque la gala se vista de seda, gala se queda.
[La Gala de entrega de los Premios Cambalache fue seguida el pasado martes por una media de 1.869.000 espectadores, con una cuota de pantalla del 14,4%].
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.