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Eduardo Arroyo dice vivir 'obsesionado' por la pintura y 'fascinado' por las cualidades del papel

El artista expone en Pamplona su obra más reciente y una antología de su trabajo

Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) reconoce que su obsesión por la pintura se acrecienta día a día. 'Vivo obsesionado por ese objeto material que ha atravesado todos los tiempos, un simple pedazo de tela pegado con clavos a un bastidor que acaba siendo un ser animado y vivo al que la modernidad no ha podido destruir', aseguró ayer en Pamplona, donde expone por primera vez. Arroyo ha seleccionado un puñado de sus más recientes esculturas y pinturas sobre papel, realizadas este mismo año, y las acompaña con una treintena de piezas antológicas de las tres últimas décadas, perfectos ejemplos de la carga onírica y simbólica que siempre ha tenido su obra.

Observando la disposición de algunas de sus más recientes esculturas, como Vanitas y mosca (bronce, piedra y plomo, 2001), Novia de Muxivén (piedra y plomo, 1999), o Unicornio de Laciana (piedra y plomo, 1998), el artista reconoció ayer en la capital navarra que 'la escultura, el teatro o la escritura son sólo pretextos para merodear entorno al cuadro y volver siempre al cuadro'.

Las esculturas más frescas de Arroyo parten de lo que le sugiere la morfología que el azar ha prestado a una piedra o a una raíz de árbol. Con una mínima intervención y un someto tallado, añade algunas prótesis de plomo para consolidar la identidad entrevista y, como destacó Carlos Catalán, comisario de la muestra, 'insuflar al artista y cambiar la naturaleza artística'.

'Es cierto que mi obra ha cambiado, pero es verdad que este país también ha cambiado mucho', explicó Arroyo, un creador que vivió décadas en el exilio. 'A pesar de ello no me gusta cómo van muchas cosas en este país, país que me encanta. Es verdad que el trabajo artístico se ha hecho más íntimo, más secreto, más ambiguo y menos explícito porque los artistas estamos cada vez más mansos, más tranquilos, más educados. ¡Necesitamos tanto a personas como Saura u Oteiza para decir las verdades de vez en cuando!', exclamó.

En la galería García Castañón de Caja Navarra, rodeado de una antología de su evolución plástica, Eduardo Arroyo confesó que le gusta 'mezclarse en todo', aunque huye del encasillamiento de la 'rebeldía consentida'. Ávido lector de prensa, adelantó, aunque sin querer desvelar demasiado sobre el asunto ('los cuadros que se explican antes de hacerlos no se hacen nunca') que está trabajando actualmente en un lienzo de gran formato sobre la guerra de dos civilizaciones. 'No es exactamente algo sobre las Torres Gemelas, pero sí sobre el enfrentamiento de dos mundos, que me interesa mucho'.

Echando una mirada al resumen de su trabajo en los últimos 30 años, Arroyo afirmó que el artista siempre 'sale perdiendo' en su combate con la pintura. 'Es una batalla permanente en la que yo le pido a la pintura que me devuelva las horas que he pasado con la agitación política', un 'combate desigual', en palabras del polifacético escritor, periodista, dramaturgo, ensayista, escultor y pintor.

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Muestra en el Kursaal

La muestra de Pamplona constituye, además, un perfecto ejemplo del afán investigador de Arroyo sobre el papel y su manejo. 'Es una búsqueda constante en la que estudio cómo maltratar al fascinante papel, cómo pegarlo y manejarlo, un proceso', subrayó el pintor, 'que no sé si necesariamente va a servir para la pintura. Pero es fascinante cómo los diferentes papeles reciben las texturas, los collages, lo modifican todo, cambian los colores y se comportan de forma distinta'.

La exposición incluye obras de técnica mixta como los dípticos Elisabeth Sidal (2001) o (1999), trabajos clásicos en collage/papel lija como Kreuzberg (1976), collages como Waldorf Astoria (1986) o Ritz (1988) o excelentes obras en lápiz como el retrato de Balenciaga (1997) y los cuadros Conde de Godó (1990) y Huevo frito a la española (1989). 'Si fuera una persona seria, debería dibujar mucho más de lo que dibujo', bromeó un Arroyo que prepara una exposición en el Kursaal para marzo de 2002 y destacó la 'implicación intelectual' del célebre modisto guipuzcoano, cuyo retrato pintó por encargo del actual propietario de la firma Balenciaga para una galería particular de obras de artistas contemporáneos dedicadas al mito de Narciso.

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