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Desde el Pacífico
Columna
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Nanotecnología y megasueños . Lo posible

La nanotecnología promete milagros: una materia 'perfecta', barata y sin contaminación. Trata de materiales que miden menos de 100 nanómetros (un metro dividido por mil millones), cuya elaboración implica cierto control a nivel molecular y que se pueden unir para crear estructuras más grandes. Frente a tales potencialidades, resulta indispensable separar los hechos de la ficción.

Primera realidad fundamental: Con las microscopías 'de sonda local' (la microscopía con efecto de túnel y la atomic force microscopy) se observa qué sucede a nivel nanométrico. Estos instrumentos tienen una punta muy fina que barre la superficie para trazar una suerte de mapa. Los nanotubos (tubos de cristal de carbono de talla nanométrica) son integrados con una capa de átomos de carbono, ensamblados en forma de hexágono.

Manipular moléculas es una tarea ardua. Para crear aplicaciones reales se debe reproducir la operación de manera precisa y a escala industrial.
Cuando un proceso de producción puede controlar cada átomo, no hay motivos para lanzar residuos tóxicos al agua o al aire

La revista Science (29 junio 2001) narraba los trabajos de un equipo de la University of Science and Technology de Hong Kong, que demostró que los nanotubos tienen las propiedades de los superconductores (transmitir la electricidad sin resistencia) a temperaturas cercanas al cero absoluto.

La publicación Technology Review del MIT (23 octubre 2001) da cuenta de las actividades del Scripps Institute de La Joya, California, que ha perfeccionado tubos compuestos por anillos de aminoácidos de 2.5 nanómetros de diámetro, capaces de penetrar la membrana de bacterias resistentes a los antibióticos y neutralizarlos. En este punto, empiezan los problemas: el principal atractivo de la nanotecnología es el que obstaculiza su desarrollo. Manipular la materia al nivel de las moléculas es una tarea ardua, y para obtener aplicaciones en el mundo real (ordenadores, medicamentos, nuevos materiales...) se debe reproducir la operación de manera precisa y a escala industrial. Al toparse con este muro, los promotores de la nanotecnología echan mano del concepto de autoensamblaje de moléculas. Respuesta genial, pero no basta concebirla en teoría.

Hoy en día los químicos comienzan a poder prever cómo se forman estructuras moleculares complejas, pero su implementación está lejos de alcanzar la madurez. Christopher Murray, de IBM, lo explicó en Technology Review: 'Esperemos que el autoensamblaje pueda reemplazar a menor coste ciertas etapas de la producción de materiales y aparatos en las que el control a nivel molecular es indispensable'. Destaca el hecho de que sea una esperanza.

Eric Drexler, promotor de la idea en 1986, sigue convencido pero cuida su formulación. A propósito de las 'máquinas moleculares' escribe en Scientific American: 'Más allá de la analogía biológica, un objetivo natural sería colocar cada átomo en un lugar preciso sin molécula adicional autónoma, que pudiera complicar el trabajo'. Promete, sin embargo, el fin de la contaminación: 'Cuando un proceso de producción puede controlar cada átomo, no hay motivos para lanzar residuos tóxicos al agua o al aire'. También la inmortalidad: 'Podemos concebir nanorobots médicos, capaces de destruir virus y células cancerosas, de reparar estructuras dañadas, de eliminar los desechos acumulados en el cerebro y de conducir al cuerpo hacia un estado juvenil de salud'.

Promesas fascinantes, realidades lejanas. El trabajo de Drexler fue muy criticado por muchos científicos. Lo acusaron de mezclar ficción con ciencia. La fuerza de su visión lleva a muchos investigadores a interesarse en el fenómeno. Y la nanotecnología sigue avanzando.

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