Di Canio: ¿ángel o diablo?
El delantero italiano del West Ham, ganador del Premio Fair Play de la FIFA, cuenta en un libro cómo llegó a las manos con Trapattoni y Capello
Paolo di Canio (Roma, 9 de julio de 1968) es así de excesivo. Capaz de un gesto angelical: parar el balón con las manos, cuando estaba en disposición de marcar, para que atendieran al lesionado portero rival, del Everton, por lo que ha recibido el Premio Fair Play (Juego Limpio) de la FIFA. Pero también capaz de dejar a Hristo Stoichkov, por comparación, como una hermanita de la caridad: Di Canio ha llegado a las manos con dos auténticos tótems del calcio -Giovanni Trapattoni y Fabio Capello-, además de con el técnico Ron Atkinson y con un árbitro inglés, según cuenta en una fascinante autobiografía publicada en el Reino Unido.
Criado en el barrio obrero de Il Quarticciolo, en Roma, Di Canio aprendió lo que es competir y jugar duro. Su primer campo de fútbol fue una superficie de cemento para tender la ropa. A los 12 años vendió la bicicleta de su hermano Giuliano sin avisarle. Giuliano le dio una paliza y él, como venganza, le clavó un tenedor en la espalda. Hijo de un albañil, Ignazio, y una ama de casa, Pierina, entró a los 13 años en las categorías inferiores del Lazio, del que era fanático desde el scudetto de 1974. Pero su verdadero ídolo fue Michael Laudrup: 'Un delantero lleno de clase y creatividad. Como yo'.
'Soy un líder natural que puede ser un ejemplo. ¿Confiarían en mí si fuera una egoísta 'prima donna'?'
En plena adolescencia, viajó por Italia con la peña ultra de los Irreducibili. Para quitarle la bufanda a un hincha del Padova lo pateó hasta que la soltó: 'Es la ley del Quarticciolo. Tienes que golpear primero'. Poco después dio el salto de las gradas al césped del estadio Olímpico. Disputó su primer derby romano. Le marcó un gol a Tancredi y corrió a la Curva Sud, poblada de hinchas del Roma: levantó el dedo hacia ellos y disfrutó del éxtasis. Era un novato de 20 años.
En dificultades económicas, el Lazio quiso venderlo al Juventus, pero Di Canio se resistió. Cayó en una depresión: 'El club me envió a un psicólogo, pero no funcionó'. Acudió a una curandera y asegura que lo sanó.
Llegó al Juventus, 'lo más cercano que hay en fútbol a la realeza'. El técnico, Gigi Maifredi, sólo quería atacar: Roberto Baggio, Hassler, Schillaci, Casiraghi... Pero el equipo se quedó fuera de la Copa de la UEFA. Y los Agnelli, los dueños, llamaron a Giovanni Trapattoni, el polo opuesto de Maifredi. Di Canio compartió piso con Gianluca Viali, del que cuenta que le encantaba pasearse desnudo por la casa, dejar su ropa por la cocina porque odiaba los armarios y pasarse horas frente al espejo.
Di Canio disputó 45 partidos y ganó la Copa de la UEFA ante el Borussia de Dormund, pero Trapattoni no contaba con él. En un amistoso de la pretemporada sólo le dio los cinco últimos minutos. Y le recriminó su mal juego. '¿Tienes las pelotas de decirme que he estado mal en cinco minutos?', le gritó él. 'Chaval, tienes que aprender modales. Tus padres no te los enseñaron', replicó el técnico. '¿Cómo te atreves a hablar de mis padres?'. Trap se acercó, desafiante, y Di Canio lo empujó con todas sus fuerzas haciéndole aterrizar sobre las bolsas de los fisioterapeutas. 'Estás acabado, Di Canio', le dijo Trapattoni, actual seleccionador italiano. Di Canio nunca ha sido internacional.
Más tarde se fue cedido al Nápoles. Con un incipiente Marcello Lippi en el banquillo, el Nápoles post Maradona se clasificó para la Copa de la UEFA y Di Canio entró en el equipo del año. Disfrutó. Por poco tiempo. Se enfrentó a Luciano Moggi, directivo del Juventus, que pretendía traspasarlo al Génova. Él quería elegir su destino. '¿Sabes con quien estás hablando? Puedo arruinarte la carrera', le espetó Moggi.
Pero se salió con la suya. Lo quiso el Milan, el club 'más profesional' del mundo. Contrajo entonces una enfermedad del sistema nervioso y estuvo cuatro meses de baja. A finales de ese curso, durante la Eurocopa de Inglaterra 96, el Milan efectuó una gira por Asia. En un partido en China, protestó. '¿Por qué no juego, mister?' 'Por el equilibrio táctico', le respondió Fabio Capello. '¡Contra una banda de chinos tampoco podemos jugar un fútbol de verdad!', se lamentó el delantero. A la noche siguiente, en otro amistoso en Beijing, Capello le mandó a la ducha en la media parte y Di Canio explotó: '¿Pero qué cojones haces?' '¡Que te den por culo!', le chilló el técnico. 'Estás mal de la cabeza', le contestó él. Capello fue a por él y se zarandearon hasta que alguien les separó. 'Ya has firmado por el Madrid y aquí no eres nadie', añadió Di Canio. Cuatro personas frenaron la ira de Capello.
Así fue como entró en escena el Celtic de Glasgow. Lo primero que hizo Di Canio en Escocia fue depositar una cabeza de salmón en la cama del capitán del Celtic, Peter Grant, que tiene fobia a los peces. Y lo segundo, gritarle al técnico, Tommy Burns. '¡Estos pases son una mierda. Así no ganaremos nunca al Rangers. Estos jugadores son una mierda!'. Burns le perdonó y se hicieron grandes amigos. Nada es tan fuerte, dice Di Canio, como el Old Firm, el derby de Glasgow. Y pronto se las tuvo con un delantero del Rangers, Ian Fergusson, quien se le acercó para decirle: 'Fuck off, you bastard'. Y Di Canio, claro, le persiguió por todo el campo hasta que lo pararon. 'Desde que vine a Gran Bretaña', cuenta en el libro, 'no he tenido ni un solo buen árbitro. No soporto los piscinazos. Y, sin embargo, me acusan de practicarlos'.
De una isla a otra. El Sheffield Wednesday le recibió con los brazos abiertos. Brazos que se tornaron puños en otra pelea con el técnico, Ron Atkinson, al que llamó 'ladrón'. Pero Atkinson no sólo le perdonó, sino que lo hizo capitán. 'He sido capitán en el Celtic, el Sheffield y el West Ham. Soy un líder natural que puede ser un ejemplo. ¿Confiaría en mí esta gente si fuera una egoísta prima donna?', reflexiona en el libro.
26 de septiembre de 1998, Hillsborough: Arsenal-Sheffield. Tras un rifirrafe con Vieira y Keown, Di Canio se considera injustamente expulsado e, hirviendo de ira, empuja al árbitro, que se desliza varios metros por el césped: 'He visto el vídeo un millón de veces y no me explico cómo salió tan disparado'. Once partidos de sanción y una nueva depresión. Con 30 años, dos hijas y una mujer, debía comenzar de nuevo. Lo logró en el West Ham. Halló de nuevo la felicidad. ¿Y el equilibrio? A tenor del gesto angelical ante el Everton, sí.
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