El tranquilo viaje a Ítaca
Los olivos crecen junto a la playa a la que arribó Ulises
La isla de Ulises es apenas una pulga en el océano de las Jónicas. Flanqueada por la poderosa Cefalonia, que la resguarda por poniente, y por Levkás, donde la poetisa Safo se arrojó al vacío, Ítaca no se anuncia: se revela. Pinos, encinas, lentiscas y cipreses colgados de suaves montañas que sucumben en las aguas de la Magna Grecia. El perfume de Penélope llega desde los promontorios y las colinas. ¿Estaría el palacio del rey entre estos cedros que serpentean? Ítaca desde el mar parece el cuerpo abatido de un albatros.
El pescador Dimitris Morfesis es un griego de pelo ensortijado y fuerte complexión. En el restaurante de su pensión, Tsiribis, se habla de Ulises en todas las comidas. El lema de su local es 'Donde ocurre'. Y esto es más que un gancho turístico. En los últimos años, entre doradas y mussakas, Dimitris ha escuchado a arqueólogos de todo el mundo razonar por qué ésta, y no otra, es la isla de La Odisea. Dimitris tiene un hijo, Sebastián, de Bettina, una atractiva alemana que llegó un día a Ítaca atraída por el mito y se quedó. Dimitris y Bettina son personajes de carne y hueso del libro Corazón de Ulises, de Javier Reverte.
En Ítaca, uno se hace viejo sin drama alguno. Uno comprende que se hace viejo, que se hace sabio y venerable según la filosofía clínica de Epicuro: si un dolor es fuerte, cesa rápido, y si es débil, es soportable. El placer es la ausencia de dolor y hay en la isla una atmósfera balsámica que obliga a gozar de todos los momentos porque son irrepetibles, ascuas de felicidad en el cosmos que uno atrapa para consumo propio.
Por ejemplo, la playa de Dexa al atardecer. Olivos a la orilla del mar. Ulises llegó aquí dormido y solo en su barca, después de un naufragio de diez años tras la guerra de Troya. Aquí recibió la visita de Atenea, su diosa protectora, que le disfrazó de pordiosero y envejeció sus rasgos. Por aquí lo encontró Telémaco, y padre e hijo prepararon el rescate de Penélope. El sol poniente se estrella contra las mesas de una solitaria taberna en la playa de Dexa, mientras unos niños juegan en el agua.
En Ítaca no hay discotecas, ni motos acuáticas, ni edificios de más de dos plantas, ni sombrillas, ni colores chillones. Tampoco hay aeropuerto ni grandes playas de arena. Este milagro de sensatez en medio del Mediterráneo es el sitio donde a uno le gustaría perderse. El visitante es un tipo tranquilo y discreto. Éste es el orgullo de pertenecer a la isla de Ulises.
La isla tiene 2.000 habitantes y 50.000 emigrantes en todo el mundo. Les gusta irse lejos, a Estados Unidos, a Australia, a Suráfrica, para añorar toda la vida su patria. En 1953, estos emigrantes enviaron a fondo perdido sus ahorros para reconstruir los daños de un grave terremoto. Prácticamente hay una sola carretera que une los 28 kilómetros entre las puntas más distantes. La isla se recorre en moto alquilada, a razón de 1.500 pesetas por día. Tras subir y bajar riscos, acantilados y despeñaderos aparece el pueblo de Stavros. En el bar, los viejos juegan al tabli (backgammon) mientras apuran copas de ouzo, la cazalla griega. Se puede comer un guiso de pescados hecho con agua de mar, pimienta, patatas y limones, o un plato de tomates rellenos de arroz y pulpo encebollado. En la plaza, una gran maqueta del Mediterráneo sitúa varios episodios del libro de Homero en las costas ibéricas. Las últimas excavaciones sugieren que en Stavros pudo encontrarse el palacio de Ulises.
Los esponsales de Penélope
El héroe llega a su casa disfrazado de mendigo. Allí, los pretendientes comen sus manjares y beben su vino en espera de que Penélope elija a uno de ellos como esposo. Después de tejer y destejer durante años, Penélope accede a desposarse con quien sea capaz de armar el arco de Ulises y atravesar doce argollas con una flecha. Los pretendientes lo intentan, pero ninguno consigue siquiera tensar el arco. En ese momento, el pordiosero pide que le dejen probar a él, sólo por placer, sin intención de casarse con la dueña. Se crea una gran expectación y el vagabundo tensa el arma.
El descubridor de Troya, Heinrich Schliemann, comenzó en Ítaca, en 1860, la búsqueda de los lugares homéricos. No encontró nada y se fue a Atenas. Después han aparecido los restos micénicos que permiten identificar el país de Ulises. La fuente Aretusa, las caballerizas de Eumeo y la cueva de las Ninfas son inequívocas. Lord Byron también anduvo por aquí en su cruzada de liberación helénica. Seductor empedernido, tuvo que salir por piernas hacia Missolongui, en el continente, donde finalmente moriría a causa de unas fiebres. Otro poeta, Konstantin Kavafis, inmortalizó la isla con un extenso poema ('Ten siempre a Ítaca en la memoria, / llegar allí es tu meta. / Mas no apresures el viaje. / Mejor que se extienda largos años, / y en tu vejez arribes a la isla / con cuanto hayas ganado en el camino, / sin esperar que Ítaca te enriquezca. / Ítaca te regaló un hermoso viaje. / Sin ella el camino no hubieras emprendido. / Mas ninguna otra cosa puede darte'). Pocas veces un lugar tan pequeño ha sido símbolo de un concepto tan grande. Hasta el parco escritor Lawrence Durrell llega a reconocer en su libro Las islas griegas que 'hay algo cautivador en esta islita que parece algo así como una escultura de Henry Moore arrojada de cualquier modo al mar'.
La cima del monte Aethos es la última visión al abandonar la isla en el ferry de Patras. En lo alto están los restos de un monasterio ortodoxo en el que las cabras juegan al escondite. La estela del barco se pierde por la popa. El mar Jónico es como la espalda de un amante, y su contemplación es un déjà vu que fluye desde la última de nuestras neuronas. Al nadarlo, una sombra nos acompaña desde el fondo. Los personajes de Homero todavía están aquí. Tienen forma de nube, águila, piedra, agua. La capacidad de fábula comenzó en este espacio.
Ulises armó el arco y atravesó las doce argollas con su flecha. A continuación se despojó de sus ropas de pordiosero y mostró su identidad. Los pretendientes intentaron huir, pero Telémaco y los nobles fieles les cerraron las puertas y tomaron las armas. La carnicería fue brutal. La diosa Atenea intervino para imponer la paz. Penélope y Ulises revivieron sus noches de amor. Todo esto ocurrió hace más de 3.000 años y desde entonces el hombre no ha dejado de escribir.
GUÍA PRÁCTICA
- Prefijo telefónico: 0030. - Moneda: dracma griego (100 dracmas son unas 50 pesetas); a partir del próximo 1 de enero, la moneda será el euro.
- Autobuses KTEL. Desde Atenas, vía Patra, sale uno diario a las 8.30 de la estación de Kifissou, 100. Cada viaje, 12,47 euros (2.075 pesetas), más 10,86 (1.806 pesetas) por el transbordador. - Iberia (902 400 500) vuela a Atenas a partir de 142 euros (23.629 pesetas), más tasas. - Olympic Airways (915 41 99 45) vuela a Atenas desde Madrid y Barcelona a partir de 222,37 euros (37.000 pesetas), más tasas.
- Mendor (0674 32 433). En Vathy. Espacioso y elegante, con habitaciones muy luminosas. La doble, 58,69 euros (9.765 pesetas). - Nostos (06 74 31 644). En Frikes. La doble, 52,82 euros (9.788 pesetas).
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