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Columna
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El lujo

Las marcas de lujo italianas declaran haber perdido hasta un 70% de sus beneficios a partir de la crisis que culminó el atentado de Estados Unidos. Los norteamericanos compran menos desde ese día, pero especialmente productos de lujo, que acentúan su mala conciencia respecto a los muertos habidos y los que pueden quedar por llegar. El lujo se opone y se asocia con la muerte de un modo sutil. Lo bello linda con lo siniestro; lo más lux, con la mayor oscuridad; la gran fiesta, con el vestido negro; la intimidad, fúnebre o romántica, con las velas. En el centro de las marcas, sin embargo, se encuentra, además, el perfume. Todas las navidades el perfume se alza como la estrella de la publicidad social. Las grandes firmas de moda concentran su alma navideña en la sustancia más abstracta, y ahí se juegan una segunda identidad. La primera identidad llegaba por la vista y por el tacto, que son sentidos de razón, mientras la segunda se presenta mediante el olor, que sigue una ruta de encantamiento entre el laberinto del sentido.

Las firmas de moda, de Loewe a Gucci, de Adolfo Domíngez a Calvin Klein, aman locamente sus perfumes. Son para ellos como el alcohol financiero de la corporación. Un frasco de un decilitro le cuesta a la empresa un puñado de duros mientras luce en el escaparte por cientos de euros. El perfume es esencial, permite ofrecer al desplegarse el paraje de una personalidad y se comporta con la máxima desproporción entre su valor y su precio, entre lo que significa el proceso de producción y la estrategia de su seducción. Es por ello el artículo de lujo por antonomasia. Aquel cuyo origen no podrá relacionarse nunca con su efecto y en donde el alcance de su logro sólo será vinculable de manera misteriosa a su realidad. El perfume hace sentir el bien y el mal, el amor y el miedo, la exaltación y la nostalgia. Se apega, además, a la memoria como sólo consiguen las narraciones mágicas, aquellas que tienen que ver con lo más irreal. ¿Adquirir perfumes en tiempos de crisis? ¿Optar por la ensoñación evanescente cuando la realidad clama tan dura atención? Ahora es, pues, más pecado pecar, mayor perversión perfumarse, más abyección el placer, la lujuria o el lujo.

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