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Columna
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Estrella

Una esperanza limpia y recién nacida puede ser más convincente que todos los argumentos, las justificaciones y los hechos autoritarios de la realidad. El mito de los orígenes, cuando se despoja de su carga irracional y alude a la apuesta de los seres humanos por la vida, asegura un equilibrio entre la ilusión y el conocimiento, un esfuerzo de las tradiciones que abandonan el tradicionalismo para buscar en el pasado los símbolos más nítidos del futuro. En uno de sus mejores cuentos, El frío del Papa, Clarín imagina la soledad de León XIII, acosado por la desilusión, la vejez y los inaceptables destinos del mundo. Los Reyes Magos, el buey y Santo Tomás querían arropar al Papa con sus mantos, su aliento y sus dogmas, pero el anciano miraba al cielo estrellado, volvía los ojos a la cuna del pesebre y suplicaba que taparan al niño: 'Mientras él no se hiele, yo no me hielo'. Los caminos sólo se convierten en horizonte cuando son inventados por un deseo capaz de fundar nuestra propia inocencia. Nos quedamos desnudos, con nuestro frío, con nuestra necesidad de vivir, y eso nos justifica mucho más que las doctrinas, las multiplicaciones y los códigos. También Luis Cernuda escribió La adoración de los magos, tres nómadas que se atrevieron a seguir la guía de una estrella, cuando la espada del invierno cortaba la realidad, para descubrir que no disponían de un Dios vestido de rey, sino de un niño, un cuerpo humano condenado a tiritar, sufrir, desear, soñar y conversar consigo mismo en el idioma intraductible de la vida.

Estrella Morente tiene una voz limpia, con gotas de miel y alas de cristal, que se carga en el aire de tiempo, cuevas y sabidurías remotas, como si en un lamento pudieran encerrarse todos los siglos y en un quiebro de su canción se agitasen todas las inocencias y las pasiones del mundo. Estrella canta nanas, villancicos, y nos lleva a la cuna de cualquier esperanza, a ese extremo de calor que hay detrás de la nieve, a esa ilusión recién nacida que debe crecer, escuchar las razones, los tonos, asimilar los conocimientos, pero sin olvidarse nunca del primer frío, del primer pájaro en la rama, de la profundidad de la piel, de la luz que aparece en el cielo para iluminar las preguntas de la vida. Hace años, cuando empezaba a indagar en los orígenes más puros del flamenco para revocar sus verdades y sus misterios, Enrique Morente nos metió una estrella en el pecho, el deseo de una luz inocente capaz de guiarnos. Ahora su hija Estrella extiende la voz por los villancicos, y sube al cielo por encima de los montes y los desiertos de la realidad, y nos invita a volver los ojos a la cuna del niño. Ningún credo, ninguna razón, ni siquiera los datos avasalladores de las estadísticas, tendrán jamás la fuerza del frío en la piel, del diálogo con la vida. Oigo el nuevo disco de Estrella, recuerdo el cuento de Clarín y el poema de Cernuda, y pienso que la realidad no puede apagar la llama que tiembla al fondo de nuestros sueños, ni cuando se viste de uniforme militar, ni cuando se disfraza de sentimentalismo navideño barato. Los artistas de verdad nos llevan siempre a la actualidad vital de los orígenes. Que seas muy feliz, Estrella. Mientras tú no te hieles, nosotros no nos helaremos.

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