Devoradores de ciudades
Una empresa multinacional construirá, en las afueras de Elche, un gran centro de ocio. Y esta noticia, que a mí me parece mala para la ciudad, la publican los diarios a toda plana, con llamativos titulares que resaltan su importancia. También Diego Macià, el alcalde de Elche, se ha mostrado complacido con el anuncio de la construcción. Asegura Macià que la edificación de este centro cubrirá una necesidad de los ilicitanos. Para transformar Elche en una gran urbe turística y de servicios, como su alcalde desea, se precisan, al parecer, los cines, restaurantes, gimnasios y hoteles que traerá este centro. Yo no dudo de que Elche necesite todos estos comercios para convertirse en una ciudad de ocio y turismo. Sin duda, la multiplicación de este tipo de establecimientos le daría una extraordinaria animación. Pasear por unas calles donde abunda el comercio es una actividad muy agradable que complace a muchas personas. Hasta el turista más cultivado se fatiga de admirar continuamente monumentos. Ahora bien, que una superficie de 50.000 metros cuadrados, construida en la periferia, pueda contribuir a mejorar la calidad de la ciudad me parece dudoso. Los cines, los restaurantes, los comercios que se establezcan allí dejarán de instalarse en la ciudad. Los visitantes que allá acudan se olvidarán de caminar por la ciudad. No lo ha dicho expresamente Macià, pero yo percibo en sus palabras un punto de satisfacción porque Elche vaya a contar con uno de estos centros de ocio. Es comprensible que su alcalde quiera ofrecer la novedad a los ilicitanos. Los grandes centros comerciales -ciudades en la periferia de las ciudades- se han convertido en la última moda y otorgan a las poblaciones que los poseen un plus de modernidad, que enorgullece a sus habitantes. Los ciudadanos, por lo que se cuenta, acuden a ellos masivamente: les encanta comprar en estos lugares, asistir al cine, comer cualquier cosa en los restaurantes, y todo ello sin la necesidad de cruzar una calle, de sortear un coche. A mí estos centros me recuerdan aquellos altísimos edificios que construían en nuestras ciudades, en los años sesenta, y que, según se afirmaba entonces, daban categoría a la población. Algunos arquitectos nos han alertado de los peligros de estos centros comerciales, que copian los existentes en las urbes norteamericanas, porque nuestras ciudades y nuestro modo de vida son muy diferentes de los de Estados Unidos. Sin embargo, nuestras diferencias no parecen importar a nadie a la hora de edificar estos complejos, que se acogen sin reservas y a los que los ayuntamientos brindan grandes facilidades para instalarse. De hecho, no hay población de mediana importancia que no sueñe con poseer alguno de ellos. Es evidente, pues, que las advertencias de aquellos arquitectos no han tenido ningún éxito.
Hace unos días, en la edición para Cataluña de este mismo diario, leía yo un artículo de Oriol Bohigas en el que el prestigioso arquitecto catalán arremetía contra el último de dichos centros, inaugurado recientemente en Barcelona. Se lamentaba Bohigas no sólo de su mala arquitectura -en estos lugares, la arquitectura suele ser por lo general ordinaria, ruidosa, de una gran confusión visual- sino de las repercusiones que su presencia provocaría sobre una parte de la ciudad y que él estimaba gravísimas, pues estas grandes superficies, advertía, 'intentan sustituir con su autonomía un trozo de la ciudad real'. A esta sustitución se entrega ahora Elche.
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