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Columna
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Una línea para el PSOE

El pasado viernes, el portavoz del Gobierno acusó a los socialistas de buscar con sus propuestas autonómicas 'no la cohesión de España sino la de su propio partido'. Y si así fuera, ¿qué? ¿No habíamos quedado en que lo insostenible es que el primer partido de la oposición tenga 17 políticas autonómicas diferentes? Para ser alternativa de gobierno, el PSOE necesita evitar incongruencias como que, a la vez que defiende la conveniencia de integrar a los nacionalismos en las instituciones (y proyectos) comunes, un importante dirigente con posibilidades de gobernar en Cataluña reproche a Pujol haberse 'echado en manos del nacionalismo español' -por haber pactado con el Gobierno de turno en Madrid- y de haberlo hecho sin sacar ventajas para su comunidad (Pasqual Maragall. La Vanguardia. 2-9-2001).

El PP sostiene que, una vez culminado el traspaso de competencias, ha llegado el momento de acabar con la incertidumbre de un modelo autonómico indefinidamente abierto. Si es así, se necesitará un modelo de cierre que estabilice lo que ha ido desarrollándose a base de acuerdos muchas veces coyunturales (por necesidades de completar mayorías de gobierno, entre otros motivos) y delimite claramente los diversos ámbitos de poder. La propuesta del PSOE es un intento de consolidar el modelo eliminando las incoherencias y disfuncionalidades evidenciadas en estos 20 años.

Seguramente PSOE y PP coincidirían (si no fuera por su interés en no coincidir) en el diagnóstico sobre las debilidades del modelo: esencialmente, la falta de un sistema de financiación estable y la inexistencia de un mecanismo de coordinación entre las comunidades que permita a éstas hacer valer sus intereses en la conformación de la voluntad nacional. De cara a las instituciones europeas, como ahora se ha planteado, pero también para articular mecanismos de representación en organismos como el Consejo del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional.

Son problemas detectados hace tiempo, frente a los que los socialistas llevan años invocando soluciones inspiradas en los modelos federales. La clave está en la transformación del Senado en una verdadera segunda Cámara territorial (y no una mera réplica del Congreso, con idéntica relación de fuerzas). Mientras estuvo en el poder, el PSOE se resistió a dar pasos concretos en esa dirección por motivos no muy diferentes a los que ahora aduce el PP: su inutilidad en relación al objetivo de reducir las tensiones nacionalistas; y el convencimiento de que no se avanzaría gran cosa sin una reforma constitucional, lo que se consideraba indeseable por otras razones.

Concretamente, por el temor a los efectos desestabilizadores de una dinámica reformista incontrolada, que podría romper el consenso establecido en torno al modelo autonómico. Es cierto que la organización territorial del Estado que propone la Constitución aguantaría mal un reformismo drástico (como el que en su día quería Fraga), pero es falso que la propuesta del PSOE suponga, como ahora dice el PP, impugnar el modelo constitucional. Los alemanes han hecho desde 1949 más de 40 reformas sin que nadie piense que comprometen el diseño federal. Es una tontería decir que la participación de los gobiernos autonómicos en la elección del Senado cuestiona el principio de la soberanía del pueblo español.

Es cierto que el federalismo -que tiene un claro componente igualitarista- no es muy apreciado por los nacionalistas. Prefieren la relación bilateral con el poder central en un proceso sin reglas claras y nunca del todo cerrado. Pero la experiencia de estos años indica que esa relación privilegiada no apacigua las tensiones nacionalistas y a veces dificulta el desarrollo coherente del Estado autonómico. Mientras que la consolidación del sistema autonómico es la mejor defensa frente a las tentaciones confederales o autodeterministas de los nacionalistas más nerviosos. Aunque luego lo haya olvidado, fue Arzalluz quien en memorable ocasión dijo en el Congreso, el 5 de abril de 1978, que su partido no se oponía a las demandas de autogobierno de otras regiones porque 'la autonomía de los demás es garantía de la nuestra'.

Es lógico, por todo ello, que el PSOE intente dotarse de una línea común y que para ello haya buscado un compromiso entre el reformismo más radical de Maragall y las resistencias de otros barones a cualquier cambio. Pero tal vez sea precisamente eso lo que preocupa al PP.

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