Estancados
El PSOE se ha pagado de su bolsillo unas encuestas de las que se desprende que en Valencia siguen sin mermarle un solo voto a la alcaldesa, Rita Barberá. En otras ciudades registra leves o confortantes progresos, lo que revela algún signo de vitalidad que, para su infortunio, no se proyecta en el cap i casal. Aquí, al paso que vamos, es muy posible que nuestra regidora cumpla su más ferviente propósito de jubilarse en la poltrona, y no nos pasmaría que continuase gobernando con mayoría absoluta el municipio después de adscribirse a la llamada clase pasiva. La prueba es que han transcurrido diez años desde que, al alimón con Unión Valenciana, se hizo con la vara de mando y ahí sigue sin sufrir el menor desgaste electoral, físico ni psíquico.
Debemos suponer que los politólogos y sociólogos podrán explicar esta prolongada aptitud para conservar el fervor de los votantes capitalinos, otrora reputados de progresistas, aunque bien a las claras está que se trata de una etiqueta anacrónica. Aquí todo quisque vota a Rita, incluido el censo vecinal de Ciutat Vella que tan pocos motivos de gratitud tiene. Verdad es que no disimulan -digo de los vecinos- su encono por el olvido en que se les tiene y los incumplimientos que aguantan. Pero, llegados los comicios, todos a una con su alcaldesa. Un extraño comportamiento social del que quizá puedan decir algo los psicólogos o expertos en estas rarezas colectivas que lindan con el masoquismo.
No obstante, sea cual fuere la explicación, a los socialistas -y a toda la izquierda con ellos- les urge hallar la fórmula para sacudir esta inercia. A lo peor esperan a que funcione el famoso péndulo que periódicamente distribuye el poder, o a que la hegemonía de la alcaldesa se agoste por imperativo biológico, lo que les convertiría en émulos del paciente Job. Esto no quiere decir que los concejales de la oposición estén ahora mano sobre mano o ajenos al problema. Ni pensarlo. Me constan sus desvelos y la labor crítica que desarrollan en el seno de la corporación y en los mismo barrios. Ana Noguera, la munícipe portavoz del PSPV, no desaprovecha la menor oportunidad de comparecer en todos los focos conflictivos, lo que es más plausible si cabe a la luz descorazonadora de la encuesta que glosamos.
Al parecer, y como en cuantas veces se ha constatado este punto muerto, los socialistas sienten la tentación de recurrir a su galería de personajes notables y exhibirnos a la mesiánica Carmen Alborch, convertida en señora de los milagros, además de los anillos. Estos días, y a propósito del mentado sondeo, se ha evocado a la dama, de quien dicen que está en puertas de apuntarse al partido que la ampara y ella representa. Ya iba siendo hora de echar una firma y formalizar el compromiso otorgándole un rango ceremonial que bien podría convertirse en el primer mitin electoral.
¿Es Carmen esa suerte de diosa ex máchina capaz de movilizar las adhesiones perdidas o enervadas a fin de sesgar la fatalidad de otra mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Valencia? ¿Podría darle la réplica a la alcaldesa jugando con sus mismas o parecidas armas? De simpatía y reconocimiento popular anda bien servida, garbo no le falta y, a lo mejor, por una vez -dada la desolación del PSPV- tanto los suyos como los allegados la bendicen como la salvadora. No hay alternativas a la vista.
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