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Columna
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Polígono Sur

El pasado día 5, una cadena local de televisión, Sevilla TV, quiso enviar un equipo a cubrir las secuelas del último tiroteo en las Tres Mil Viviendas, Sevilla. No fue posible. Hasta tres taxis requeridos al efecto dijeron que ellos, ni ebrios de solemnidad, penetraban en los territorios dominados por las sombras. Los bomberos también se resisten, a veces reclamados por falsos incendios, a manera de emboscadas. Los funcionarios que no tienen más remedio, se escabullen en cuanto pueden.

Pocos días antes, entre tantas manifestaciones como se han sucedido en la ciudad, hubo una que despertó seria inquietud: la de los policías nacionales. Concentrados a las puertas de los juzgados, estos agentes del orden protestaban, no por ninguna especie sindical, sino porque no pueden realizar su tarea en condiciones mínimas. ¿Razón? En Sevilla faltan 500 policías (quinientos), según sus cálculos. Como quien no quiere la cosa, y bajo la égida del PP, el Ministerio del ramo ha ido dejando sin cubrir vacantes y nuevas necesidades, hasta que la situación se ha vuelto simplemente insoportable. Ahora, sólo ahora, el delegado del Gobierno (muy ocupado en cuestiones de vídeos y falsos espías) anuncia que repondrá 171 de esos funcionarios. Cuando ya hasta el arzobispo de Sevilla, el Defensor del Pueblo y todo el mundo claman por arrinconar las sombras como sea. Mejor entre todos, pero empezando por las competencias que descansan, nunca mejor dicho, en el señor Rajoy, Madrid, no se equivoquen.

Pero sigamos hacia atrás. Primer ayuntamiento democrático, años 79-83. Primer plan para el Polígono Sur: amigables y estupendas relaciones entre asociaciones de vecinos, asociaciones étnicas, APAS, parroquia... El esforzado cura Calderón ejercía más de patriarca gitano que de cura. Los concejales bailábamos en las bodas de los calé y, pieza clave, se pusieron comedores escolares en la mayoría de los colegios, limítrofes con el bosque. Aquello empezaba a funcionar. Las sombras se iban retirando. Pero en el 83 el PSOE cambió de protagonistas. Quiso tener un alcalde de paja -altamente combustible, como todo el mundo sabe-, que dijo que él no iba a los barrios, requerido como estaba de continuo por duques y duquesas. Empezaron a cerrarse comedores y los colegios por las tardes. Un juez, tras la denuncia de un sindicato corporativo, estuvo a punto de empapelar al delegado de Educación de la Junta, por haber puesto en marcha un concurso para maestros de zona que primaba la vocación social, el trabajo en equipo, por encima de los trienios. (Esto fue en el 85, y a mí personalmente, siendo director general de Renovación Pedagógica, me tocó ir a explicarle la bondad del proyecto. Dato curioso: aquel juez era buen lector de mis cuentos populares, y eso facilitó mucho el diálogo. Pero lo único que conseguí fue que no empapelara al delegado).

Hoy las cosas están como están. La Consejería de Asuntos Sociales ha acabado subvencionando a (presuntas) mafias gitanas, que derrocaron a aquellas otras organizaciones de base. El Plan Estratégico municipal ha señalado que los colegios deben abrir hasta por las tardes y convertirse en núcleos de sociabilidad. El nuevo alcalde del PSOE, sobrado de razón, pero ya no de mayorías ni de lealtades, urge a un nuevo plan coordinado. Sólo hemos perdido veinte años.

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