Ferrer Guardia
Alfonso XIII fusiló a Francisco Ferrer Guardia en Montjuïc en 1909. La obra principal de este mártir del pensamiento libre fue la Escuela Moderna, cuyo centenario se está celebrando ahora: aún quedan escuelas de aquella doctrina en Cataluña, en Valencia, más o menos aplastadas por las presiones del Estado. Era un sistema de pensamiento libre, republicano, ateo, que no debía imponer ninguna clase de pensamiento. Mucha gente no ha renunciado aún a estas aspiraciones: debe ser posible, no hay que considerarlo como una utopía que tuvo su base en el anarquismo. Utilizando esa palabra, que a finales del siglo pasado servía para las represiones, como se ha utilizado después el comunismo y ahora, en Estados Unidos, el terrorismo, acusaron a Ferrer de algunas muertes. Primero fue encarcelado en Madrid por el intento fallido de magnicidio de Mateo Morral (una bomba sobre el cortejo del matrimonio real en la calle Mayor): el anarquista había sido discípulo de la Escuela Moderna y nada más práctico que acusar al fundador de esa escuela. Las autoridades la cerraron y no la volvieron a abrir más: las escuelas religiosas, y sus partidos, respiraron. Pero no se encontraron pruebas de la culpa de Ferrer en el atentado. Puesto en libertad, volvió a Barcelona, donde se le acusó esta vez de crear un intento de rebelión -la Semana Trágica-; la represión fue muy amplia, y un tribunal militar condenó a muerte a Ferrer, que en realidad poco tuvo que ver, o nada, con los sucesos. Pero el odio religioso al librepensador tenía capacidad de falsificar pruebas, de inventar testigos y forzar confesiones, y aún mantenían la acusación por la bomba de Mateo Morral: fue condenado a muerte y fusilado velozmente (13 de octubre de 1909) sin atender las numerosas peticiones de indulto que llegaban de todo el mundo, y no sólo de los anarquistas.
Quedó para siempre como un mártir del pensamiento libre. No he visto nunca una justificación de aquel asesinato legal (excepto en un artículo de Carlos Seco Serrano en este periódico, hace ya algún tiempo). La necesidad de escuelas libres y gratuitas es hoy más notable que entonces, y algo en las manifestaciones de estos días queda de aquel pensador, aunque los manifestantes nunca hayan oído su nombre; y algo de aquella brutalidad monárquica y religiosa queda en el lenguaje de Aznar al insultar a estos manifestantes.
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