_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos hipótesis de pesadilla

Estos días la mayoría de las conversaciones sobre economía se centran en la gravedad de la recesión mundial. Pero hay buenos motivos para confiar en que la política fiscal y monetaria nos saque de las dificultades actuales.

En toda esta preocupación por la economía global estamos despachando rápidamente los riesgos más graves para la salud de la economía mundial: la caída de la familia real saudí y la desintegración financiera de Japón. Cualquiera de los dos sería suficiente para trastocar profundamente la prosperidad mundial.

Comencemos con el panorama del petróleo. En medio de la actual recesión, la caída de los precios del petróleo es una compensación a la depresión económica que se hace cada vez más grande. Suma dinero a los bolsillos de los consumidores y reduce la inflación, con lo que los bancos centrales están más dispuestos a recortar los tipos de interés y a estimular la demanda.

Los agoreros no hacen más que hablar del riesgo político en Oriente Próximo y del riesgo financiero en Japón

Sin embargo, si lo observamos desde el punto de vista de la producción de petróleo, la oscuridad se hace visible. La familia real saudí ha perdido el apoyo de la comunidad islámica conservadora, e incluso algunos líderes religiosos la han declarado infiel. De no ser por su papel de protectora de La Meca y Medina, la Casa de Saud parecería poco más que una familia real con 5.000 príncipes.

George Perry, de Brookings Institution, ha desarrollado varias hipótesis que predicen el impacto de una grave contracción del suministro de petróleo. Estas hipótesis abarcan todo el espectro desde una mera interrupción hasta una reducción duradera. Según sus conclusiones, una contracción de un millón de barriles al día elevaría los precios hasta 32 dólares por barril, mientras que un recorte extremo de 7,5 millones de barriles -que equivale al 10% de la producción mundial- incrementaría el precio del barril hasta los 161 dólares. Un salto de precios como éste incitaría la peor recesión de los últimos 50 años.

El segundo gran riesgo mundial es la desintegración financiera de Japón. En este caso intervienen dos ingredientes: una economía que se niega a despegar y una superestructura financiera enferma. Tanto los bancos como las empresas privadas de Japón están en apuros. Y lo que es más importante, el Gobierno japonés está en quiebra. Su deuda es mayor que la de Estados Unidos o Europa, que representan unas economías mucho más grandes que la de Japón. Y la economía de Japón no para de encoger.

Las finanzas de Japón sólo podrán mantenerse estables si los hogares japoneses siguen comprando la deuda del Gobierno basándose en la creencia errónea de que este tipo de obligaciones siguen siendo inversiones aceptables. Y esto es un peligro. Un día habrá huelga de acreedores. Los inversores recurrirán a los activos extranjeros. Y con eso el yen caerá en barrena, y cuando una divisa se desploma de esta forma, la confianza cae y arrastra con ella al consumo.

Si Japón se hunde, gran parte de Asia se hundirá también. La crisis económica se extenderá como una ola sísmica marina, como ocurrió con la caída de Nueva York en 1929. Puede que estos días las respuestas políticas sean mejores de lo que fueron durante la Gran Depresión, pero nadie sabe lo duradero y doloroso que será el proceso de corrección.

Un momento de iluminación podría restaurar el Gobierno estable en Arabia Saudí, y es concebible que alguna estrategia inflacionaria pueda salvar a Japón. Pero en la economía es natural que cuando la desmoralización es tan profunda, el control de los daños tienda a abrir las puertas a un colapso más absoluto.

Los agoreros no hacen más que hablar del riesgo político en Oriente Medio y del riesgo financiero en Japón. Hasta la fecha no se ha materializado ninguno de ellos. Pero estas sombrías hipótesis avanzan hacia su materialización, y no hay ninguna estrategia de prevención buena en el caso de que alguna de las dos deje de ser una perspectiva de pesadilla y se convierta en una realidad.

Rüdiger Dornbusch es catedrático Ford de Economía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y ex asesor económico jefe del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. © Project Syndicate, 2001.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_