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Columna
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Encuentros

En el mes de noviembre se han producido dos acontecimientos importantes en el terreno de las categorías culturales e intelectuales. Primero fue el homenaje-recuerdo a Ernest Lluch al cumplirse el primer aniversario de su asesinato. Después, el día 29, vino a Valencia Anthony Giddens, director de la London School of Economics and Political Science e inspirador de la famosa tercera vía política. Giddens se sitúa a caballo entre el centro derecha y el centro izquierda, que es donde se encuentra mejor ubicado el mentor del líder laborista británico Tony Blair.

Lluch, a su vez, también abrió los cauces de la tercera vía valenciana, desde las posiciones aventadas por Joan Fuster hasta la trayectoria posibilista de un Partido Socialista del País Valenciano que decantó Ernest en la década de los setenta. Fuster percibió la decidida vocación política de Lluch, nada más arribar a tierras valencianas. En los laboratorios de la alquimia ideológica, la izquierda autóctona andaba dubitativa entre la obediencia al PSOE de Ferraz o la disidencia almogávar de Vicent Ventura y los suyos.

Giddens y Lluch hubieran formado un tándem compenetrado a la hora de analizar la compleja realidad social del siglo XXI. Lluch se entusiasmó enseguida con las peculiaridades domésticas y se implicó en los asuntos internos de una tierra que alumbraba ilusiones, a partir de las encomiables voluntades que ejercían unos cuantos soñadores.

No tiene sentido la utilización partidista de estos encuentros, que trascienden la contienda cotidiana, para señalar quién estuvo y quién no, en uno u otro acontecimiento. El primer acto en el tiempo, el día 21, que fue presidido por la memoria de Lluch, inició una letanía de reproches sobre las ausencias políticas del espectro de la derecha. Cuando la vida ha estado en peligro y se ha perdido estérilmente, a manos terroristas, no hay ideas ni intereses partidistas que justifiquen vacíos deliberados. Ernest Lluch y su legado cívico no son patrimonio exclusivo de nadie. En cambio, en la conferencia de Giddens -inspirador de Tony Blair y de José María Aznar- las incomparecencias más señaladas fueron protagonizadas por empresarios representativos y por políticos con mando en plaza. Las honrosas excepciones de Javier Quesada, Antonio Lis, María Bonilla y Elías Amor confirmaban, junto con el concejal Rafael Ripoll, la regla de que, entre un lance en Madrid y otro en Valencia, los círculos del poder se inclinan hacia el polo magnético que emana de la capital de España.

Es lamentable que dos encuentros memorables al más alto nivel, promovidos por la Fundación Cañada Blanch y por la Universitat de València-Estudi General, queden reducidos al mediocre cometido de quien se limita a pasar lista. Lluch y Giddens, unidos por la clave del entendimiento y la tolerancia, no habrían tenido en cuenta las ausencias, ni los parlamentos, ni los contenidos. A estos actos, protagonizados por quienes hacen de sus ideas un rescoldo permanente de libertad, va quien quiere y puede. Giddens aclaró sus puntos de vista sobre la quimera de la globalización y el desaparecido Ernest Lluch recibió el homenaje de la sociedad valenciana, sin necesidad de significar quién estuvo y quién faltó. Reducir estos encuentros a esta categoría es, entre otras cosas, una inconveniencia. Sapere aude.

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