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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Conjurar en presente

Entre los proyectos concebidos por el Museo de Bellas Artes de Bilbao para concelebrar su reinauguración oficial, tras el ambicioso proceso de remodelación arquitectónica y estructural culminado por la institución vizcaína, ocupa un lugar destacado esta muestra titulada Gaur Hemen Orain, que abre el espacio del museo a las propuestas de la generación emergente en la escena vasca de este cambio de siglo. Gaur Hemen Orain -hoy, aquí, ahora en euskera- como lema de inequívoca vocación programática, cuya lectura entreteje, con todo, diversas resonancias. La inmediata es, por supuesto, la de su afirmación enfática como radiografía del estado de la cuestión. Pero, a su vez, en lectura inversa, la evocada por el guiño historicista que la referencia implícita en los tres términos hace a otros tantos colectivos míticos en la beligerancia vanguardista del arte vasco, la de una distancia nostálgica que la memoria reencara ante el espejo del presente.

GAUR HEMEN ORAIN

Museo de Bellas Artes de Bilbao Plaza del Museo, 2. Bilbao Hasta el 7 de abril de 2002

Todo balance de síntesis, y más aún aquellos que, a la manera del que comentamos, remiten a un contexto temporal cuya inmediatez excluye toda perspectiva de distanciamiento, implica una mutilación selectiva de un territorio, en rigor, mucho más complejo y diverso. En tal sentido, puede optarse hacia una lectura que equilibre las tendencias coexistentes en dicho territorio o, por el contrario, orientar la apuesta sobre una militancia cómplice que privilegie una de esas querencias, ignorando o minimizando a las restantes. Esa segunda vía ha sido la elegida, de forma inequívoca, por los comisarios de la muestra bilbaína, Guadalupe Echevarría y Bartomeu Marí, en su disección de la escena actual del arte vasco, con una propuesta centrada, de modo prácticamente exclusivo, en trabajos definidos por comportamientos y recursos mediáticos ajenos -salvo por la excepción solitaria del muy intenso y, para mí inédito, Ignacio Sáez- al ámbito de la pintura o a las pautas tradicionales de lo escultórico. Ello excluía la presencia de algún nombre bien significativo, pero también el que otros de los artistas seleccionados, como Amondarain o Urzay, queden representados por las derivas más distanciadas de esa raíz pictórica fundamental en la obra de ambos.

Apuesta militante que, sin embargo, permite la sospecha de una cierta radicalización de carácter estratégico, tendente a acentuar, desde una polarización más extrema, el contraste frente a las tipologías dominantes en los fondos del museo, forzando así la tensión dramática con relación a otro de los factores básicos de definición del proyecto, la escenificación de un diálogo que enfrenta en el espacio la pulsión del arte último a la memoria edificada por el paradigma de la colección.

La muestra reúne proyectos de 22 artistas nacidos entre 1957 y 1974. Entre las piezas que testimonian su trabajo, parece obligado distinguir aquellos trabajos que elevan el vuelo sobre la interacción compartida con las obras de la colección, para aventurar intervenciones más ambiciosas sobre la propia arquitectura o el entorno del museo. De ellas, las más rotundas son sin duda las de Pello Irazu, el propio Urzay, Jon Miquel Euba o el espectacular bosque de farolas de Moraza.

En conjunto, el resultado alcanzado por el proyecto es, sin duda, estimulante, por más que al desmenuzar su itinerario quepa distinguir entre encuentros de dispar acierto e intensidad. Más aparatosas que eficientes resultan así por ejemplo las instalaciones de Badiola y Ruiz de Infante. Deslumbrante, por el contrario, el pasillo sonoro de Sergio Prego, cuyo vídeo domina al tiempo, por su intensidad, al conjunto de proyecciones. Como contrasta a su vez, el tremendismo escatológico de Itziar Okariz, en ese performance de la artista marcando territorio al orinar sobre distintos escenarios - enlatado en vídeo-, o el glamour eficaz, pero algo gélido, de Ana Laura Aláez, con el temblor sensible, como susurrado y tan sugerente, de las piezas de Gema Intxausti.

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