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Reportaje:

La guardería, convertida en teatro

Acción Educativa organiza representaciones en siete escuelas infantiles para acercar las tablas a los más pequeños

Los niños de uno y dos años de siete centros de la región se han acercado al teatro. O para ser más exactos, el teatro se ha acercado a ellos, 560 en total, con el montaje Luces y sombras de la compañía belga La Guimbarde. El camino para que esto se hiciera realidad se había allanado con la presentación, hace un par de años, de una propusta insólita en nuestro país: teatro para bebés. Entonces, el anfitrión fue el festival Teatralia, que incluyó en su programación a la compañía francesa Lulubelle. Desde entonces, se han mostrado unos pocos trabajos más e incluso se han conocido iniciativas parecidas de compañías españolas.

La novedad del montaje Luces y sombras respecto de los anteriores dedicados a primeras edades es que se desarrolla en un espacio familiar para esos precoces espectadores: su escuela infantil o guardería. Una fórmula que, según Charlotte Fallon, directora del montaje, hace que el niño entre de un modo tranquilo en la propuesta. Es además una circunstancia determinante para que las profesoras se animen a 'llevar a sus niños al teatro', teniendo en cuenta la inconveniencia de someterlos a un traslado en autobús, por su corta edad. Desde luego, fue decisivo para que Kety, directora de la escuela infantil Extremadura, en el barrio de Canillejas, aprovechara la oportunidad brindada por la organización de renovación pedagógica Acción Educativa, organizadora del festival Semanas Internacionales de Teatro para Niñ@s, que incluye este montaje en su programación.

'Es un montaje muy sensorial. Apela a los sentidos, no a la razón', explica su directora

La escuela acoge a 52 niños, de uno y dos años, que se agrupan en cuatro aulas de nombres universales: la luna, el sol, las nubes y las estrellas. El pasado día 26 todo se desarrollaba en ellas conforme a la rutina de un día cualquiera, hasta que aparecieron los comediantes. Poco después de las nueve de la mañana llegaron en un gran camión. Y entiéndase lo de 'gran' en sentido literal, porque su anchura sobrepasaba incluso la de la entrada de incendios, lo que propició una suerte de camaradería entre teatreros y profesores (y otros voluntarios) que se pusieron codo con codo a descargar los elementos de la escenografía, atrezo y vestuario.

Mientras parte del equipo se aplicaba en estos menesteres, Fallon, acompañada de una intérprete y de cada profesora, visitaba una a una las cuatro aulas para iniciar a los pequeños en lo que iban a vivir un rato después. No se puede decir que sea éste un espectador cómodo, evidentemente no atiende a normas de guardar silencio o prestar atención. No se puede pedir algo tan elaborado a alguien que aún no controla impulsos básicos ni partes de su propio cuerpo como sus esfínteres. Quiere esto decir que la experiencia está salpicada de aportaciones del respetable. Ahora hay que cambiar un pañal; ahora, sacar a uno que llora desconsoladamente; ahora, limpiar unos mocos pertinaces.

Charlotte Fallon, en su visita a las aulas, insiste a las profesoras en que no se preocupen por nada de eso, que no intenten mantener a los niños correctamente sentados durante la representación, que los dejen a su aire, que les permitan moverse por todo el espacio -en ese momento, escénico- y hablar (chapurrear), consolarles si lloran, tomarlos en brazos y, si lo creen conveniente, sacarlos si no hay forma de parar el llanto (más que nada para que no se produzca el efecto contagio y aquello se convierta en una jaula de grillos).

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La directora que lleva más de dos años moviendo Luces y sombras por escuelas tanto de su país como de Italia y Francia, conoce bien las reacciones de este público y se considera recompensada de todos estos inconvenientes cuando observa los rostros de los pequeños en el momento de la representación.

Los comediantes llevan más de una hora en el centro; cada uno ha hecho su trabajo y también, por qué no decirlo, han tenido tiempo de tomar un café con las profesoras. Al fin, todo a punto. Los pequeños ya están en el aula elegida; hoy, reconvertida a sala teatral aunque con tatamis en lugar de butacas y con el escenario en el centro. Conforme han ido llegando han podido ver un gran árbol en el medio; algunos han intentado encaramarse a él, pero es lo único que se les prohíbe para evitar accidentes.

Al momento, comienza la representación (Fallon y otros miembros del equipo se entremezclan con el público), con la llegada del hada del día y la de la noche. Las dos actrices se han abierto paso entre los pequeños que las han mirado atentos, es de suponer extrañados, por sus vestimentas. No hay historia en el sentido estricto de la palabra en Luces y sombras, Fallon se inspiró en 'imágenes de poemas y canciones de Lorca' para inventar un espectáculo sobre 'la primera adaptación social que vive el ser humano, la de la oscuridad a la luz, la salida del vientre materno'. De ese punto de partida surgió un montaje 'muy sensorial. Apela a los sentidos, no a la razón'.

Delante de los niños, las dos figuras se mueven. Una toca el arpa y canta; otra se recuesta sobre un nido. De las ramas del árbol mana agua, tocan el gong y poco a poco... se produce el milagro de la comunicación.

No hay que ocultar que poquísimos lloran, que alguna se quedó plácidamente dormida sobre el tatami (lo que motivó las bromas de Fallon, por la ventaja de estos espectadores sobre los adultos, que deben mantener el tipo y el equilibrio en las butacas aunque den cabezadas de aburrimiento), pero a cualquiera que no lo haya visto antes sorprende ver a 50 niños de pañal y chupete meterse como lo hicieron ellos en una, al fin, manifestación artística tan alejada de los estereotipos con los que les torpedean las multinacionales del ocio infantil.

Hay varias anécdotas para contar; por ejemplo, que Esther reía con una carcajada que le ocupaba la cara entera, sin que sea fácil para un adulto averiguar de qué. Pero, de entre todas, destaca una: Víctor es un niño que está en el llamado periodo de adaptación, tiene un añito y apenas lleva unos días en la escuela infantil. Su profesora dice que llora desde que llega hasta que se va, lo que le ha hecho enronquecer; pues bien, durante el tiempo de la función dejó de hacerlo, miraba a todos lados y, al final, participó: tomó las galletas que le ofrecían las hadas y cogió el mazo para tocar el gong. Su profesora apenas creía lo que veía y estaba deseosa de incluir la peripecia en su diario de incidencias. Así, cuando sea mayor y tenga boletín de notas en lugar de diario sabrá lo que el teatro hizo por él. ¡Quién sabe!, puede que eso le convierta en espectador empedernido.

Una de las hadas de <i>Luces y sombras</i> actúa ante su atento público en la escuela infantil Casa de Niños de Getafe.
Una de las hadas de Luces y sombras actúa ante su atento público en la escuela infantil Casa de Niños de Getafe.BERNARDO PÉREZ

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