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Reportaje:

Cama y comida en Las Barranquillas

Treinta drogodependientes reservan sitio en la primera jornada del albergue de Vallecas

A media tarde del sábado, día de su apertura, 30 toxicómanos habían reservado ya cama en el nuevo albergue de Las Barranquillas, un refugio con 50 literas situado en medio de este hipermercado de la droga vallecano. El albergue ofrece comida, duchas, ropa y atención sociosanitaria a drogodependientes desarraigados.

Sergio, de 30 años, es uno de ellos. Este donostiarra recién salido de la cárcel tras cumplir condena considera que el nuevo albergue, abierto por la Agencia Antidroga de la Comunidad junto a la narcosala es 'algo muy útil'. 'Nunca será lo mismo dormir en un coche de mala manera, entumecido y con tirones musculares que en una cama caliente y con sábanas limpias. Yo, desde luego, pienso venir', explica este hombre locuaz, que lleva 16 años enganchado a la droga. 'Lo que no me ha gustado nada es la comida. Con el frío que hace nos han dado una ensalada, bocata de embutido y un plátano, y claro, con eso no te entonas', asegura mientras se prepara una dosis de heroína: 'Como dentro del albergue no se puede consumir, hay que aprovechar antes de entrar'.

Sergio aplaude que se abran servicios para mejorar la vida de los drogodependientes: 'La verdad es que el personal que trabaja aquí se gana el sueldo, porque tiene tela lidiar con reses de ganaderías como las nuestras', dice. Pero también cree que con un programa de dispensación controlada de heroína se ahorraría mucho dinero y se evitarían focos de marginación como Las Barranquillas.

A unos metros del albergue y la narcosala, el escenario es propio de un país del Tercer Mundo en guerra: chabolas, basura, toxicómanos enfermos pinchándose entre montones de escombros, niños jugando mientras sus padres trafican en torno a improvisadas hogueras.

Ramón, de 31 años, es muy consciente de toda esta 'mierda'. 'Llevo metido en todo esto desde hace 19 años. He perdido dos hermanos, estoy en la calle, pero es como si me diese miedo salir de aquí y enfrentarme a otra vida. Y es que lo de la metadona no me convence, porque me parece que es salir de Málaga para meterte en Malagón. Al fin y al cabo es una sustancia de la que también dependes', asegura. Ramón, como Sergio, ha intentado dejar de consumir varias veces, por ahora sin éxito.

A su lado, José, de 37 años, se busca una vena en la que inyectarse. Está en la misma puerta de la narcosala, pero no la utiliza. 'Es que a veces necesito que algún colega me pinche porque yo solo no puedo, y ahí dentro no está permitido inyectarse las dosis unos a otros, tienes que hacerlo solo', explica. También él reflexiona sobre esa vida que define como un círculo cerrado en torno a las drogas: 'Vives para conseguir dinero para pillar y drogarte después'.

José, que va a utilizar el albergue -aunque no le convence nada estar sujeto a un horario-, vivió antaño muy bien, con un buen sueldo, mujer e hijos. 'Sé que es difícil de entender pero me enganché con 34 años y lo he perdido todo', afirma. Ramón, al escucharle, se lleva las manos a la cabeza y se pregunta cómo puede caer alguien en este problema con tanta edad. 'Pero, claro, a mí también se me han muerto personas queridas por consumo de drogas y sigo aquí. Debe de ser que me gusta'. Él, sin embargo, no cree que vaya a utilizar mucho el albergue. 'Yo tengo un cobijo en una chabolilla y al menos en ella no tengo horarios, porque eso de que te despierten a las siete no me convence. ¿Qué haces a esas horas?', se pregunta.

El albergue cierra sus puertas como tope a las 23.00, y luego sólo se permite salir media hora a quien no puede más de la angustia y necesita meterse una dosis. 'Seguro que todos los días llegará un batallón a última hora, un minuto antes de que cierre, porque los yonquis somos así, lo dejamos todo para el final', comentan varios de los usuarios del refugio. Pero el sábado, quizá por ser el primer día y no haberse corrido la voz de que el recinto estaba abierto, eso no sucedió.

Este nuevo centro, abierto durante 24 horas, está preparado para dar cada día desayunos, comidas y cenas a 150 drogodependientes y para facilitar cama a 50. La finalidad del dispositivo, gestionado por la asociación Trama, es mejorar las pésimas condiciones de vida de los toxicómanos más desarraigados que malviven en Las Barranquillas. Así se pretende reducir el daño físico, psíquico y social que sufren y derivarles a la red asistencial.

Además de cama y comida, el recinto, de 900 metros cuadrados, tiene cuatro duchas, dos lavadoras, un comedor y una zona de descanso, así como un servicio de atención sociosanitaria. Todas estas atenciones se prestan las 24 horas del día, aunque el horario del albergue es de 22.00 a 8.00.

Unos 4.000 toxicómanos se acercan cada día a Las Barranquillas a comprar droga, según cálculos policiales; entre esa multitud hay drogodependientes muy deteriorados -unos doscientos, según algunas estimaciones-. Es a ellos a quienes va dirigido este centro de emergencia con albergue.

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