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Columna
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El mal

Lo que siempre me ha llamado la atención de La Lozana andaluza, la novela del cordobés Francisco Delicado, es el rostro de la protagonista. Aunque la sifílis le ha devorado la nariz, la Lozana es a ojos de todos los personajes una mujer hermosa. Ésta es una de las muchas paradojas que jalonan una obra iconoclasta, enigmática en parte y en ocasiones difícil de desentrañar, que vuelve a estar de actualidad.

El Retrato de la Lozana andaluza -su verdadero título- cuenta la historia de Aldonza, una cordobesa que se convierte en la prostituta más célebre de Roma. Anticipándose 300 años al realismo del siglo XIX, sus páginas reflejan con viveza el lenguaje y la licenciosa vida de los romanos. El Retrato está ambientado en las primeras décadas del siglo XVI. Roma se ha convertido en un centro de libertinaje, donde las prostitutas y los proxenetas de todo el mundo conviven con los monseñores en un ambiente de corrupción generalizada, que sirve de coartada moral a las ansias imperialistas de Carlos V. El 6 de mayo de 1527 sus tropas entran en Roma, y protagonizan un crudelísimo saqueo que conmociona incluso a los que defienden la política del emperador. La obra de Delicado, que como todo texto literario deja testimonio de su época, recoge en su desenlace el célebre saqueo. Al final de la novela Lozana, vieja y prácticamente retirada del oficio, sobrevive a la masacre y abandona para siempre la ciudad.

Como vemos, el combate contra el mal siempre ha servido de excusa a los poderosos para justificar sus planes de dominio y control. Lo único que ha cambiado en este panorama es el rostro de ese mal. Infieles, prostitutas, luteranos, comunistas, narcotraficantes, consumidores de pornografía infantil, talibanes o la socorrida masa de malvados que hoy todo el mundo denomina inequívocamente, sin asomo de duda sobre su identidad, terroristas lo han encarnado sucesivamente. Hoy, cuando el mundo parece ser tan simple como en los tiempos de la Lozana, y otro emperador utiliza la amenaza del mal para justificar su política expansionista y policial, resulta muy oportuno que el Centro Andaluz de Teatro prepare bajo la dirección de Josefina Molina la versión dramática de esta novela juguetona y comprometida, que ya fue en su momento adaptada al teatro por Rafael Alberti.

Esa Lozana hermosa, a la que sin embargo la sífilis ha dejado roma, es decir sin narices, no es una simple prostituta, sino una alegoría, un símbolo de la Roma bella y putrefacta que destruyó el Emperador con la excusa de aniquilar solamente lo podrido. El Retrato participa de una corriente ideológica que considera que el orden incluye también el desorden. Delicado creía en la vieja idea de un orden natural armónico e integrador que contiene lo positivo y lo negativo; y defendía un orden civil en el que los emperadores de turno no puedan arrogarse la capacidad de aniquilar el mal, sobre todo si se llevan por delante el bien que dicen representar. El inverosímil rostro de Lozana, atractivo pese a tener la nariz comida por la sífilis, es una metáfora de este orden natural que integra la belleza y la fealdad, el orden y el desorden, el bien y el mal.

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