Del juzgado de guardia
Escribo esta carta todavía sorprendida por el estado en que se encuentra el juzgado de guardia de la plaza de Castilla, al que tuve que acercarme hace poco a presentar una demanda por primera vez. La puerta del juzgado estaba custodiada por un guarda jurado -o policía, no recuerdo muy bien- que leía una revista del corazón y fumaba mientras veía una pequeña televisión que tenía sobre la mesa. Sentí que estaba invadiendo la intimidad de su casa cuando tuve que distraerle de su amena lectura para preguntarle cómo entrar.
Mi sorpresa ante el guardia de seguridad se desvaneció al llegar al despacho, o sala, no sé como llamarlo, en la que tenía que hacer la denuncia: había un par de ordenadores viejos abandonados en un rincón, un carrito de supermercado lleno de papeles en mitad de la sala, que no sé si hacía las veces de papelera o de archivo, o de ambas cosas; escritorios antiguos poblados de ceniceros llenos y montones de papeles, formularios, sellos y máquinas de escribir en las mesas o alrededor (¡) de las mismas.
Ignoro cuándo se inauguró ese juzgado, pero intuyo que debió ser hace mucho tiempo y afirmaría, sin miedo a equivocarme, que nada ha cambiado desde entonces. Las paredes, sin ir más lejos, ya no son blancas, sino que van del amarillo claro en los sitios más afortunados hasta un marrón oscuro en las zonas que han sufrido un deterioro mayor.
Una amable funcionaria vino a atenderme dejando lo que me pareció una animada conversación con sus compañeros en una de las mesas de la sala. Lo cierto es que las dos personas que me asistieron fueron muy agradables y muy eficientes. También hubo otro funcionario que me cedió su silla para que yo pudiera escribir mi denuncia más cómodamente, porque no hay sillas de sobra y había optado por hacerlo de pie, apoyada en un poyete de la ventana, en donde, por cierto, había una máquina de escribir en la que la funcionaria, ésta ya sí que en pie porque ya no había más sillas, hizo el registro de mi denuncia. Quisiera expresar mi gratitud a todas estas personas que, desarrollando su trabajo en un ambiente tan sórdido y paupérrimo y se comportaron con tanta cordialidad.
Si yo tuviese que levantarme cada mañana pensando que voy a pasar las siguientes horas del día en semejante lugar estaría, sin duda, de mal humor. ¿Tenemos que soportar la ineficiencia de las autoridades políticas para facilitar unas condiciones mínimas de orden, limpieza, mobiliario y tecnología? ¿Tanto cuesta emplear un poco de dinero público para mejorar la imagen y modernizar las oficinas del juzgado de guardia, que es, probablemente, el más visitado de Madrid, capital de una España pretendidamente moderna y que formará parte de la Europa del euro?-
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