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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Jefe del mayor partido mundial

Lluís Bassets

El presidente del Gobierno español, José María Aznar, ha sido elegido esta semana presidente de la IDC, siglas que pueden leerse de dos formas: como Internacional Demócrata de Centro o como Internacional Demócrata Cristiana. Culmina así el asalto de una fortaleza en la que el Partido Popular español ingresó en una fecha tan tardía como la de 1993 y de la que se ha convertido en amo y señor, hasta el punto de conseguir que su presidente sea el jefe del Ejecutivo español y su secretario general, Alejandro Agag, uno de sus más jóvenes asesores monclovitas. La IDC está formada por 89 partidos de 72 países, y el pasteleo de su nueva denominación, obra de cocineros españoles, permitirá la convivencia de formaciones de la derecha de muy distintos pelajes, como conservadores o liberales, junto a los genuinos fundadores demócratas cristianos. Etapa decisiva en el asalto, culminado esta semana, fue la transformación de un Partido Popular Europeo en decadencia, tras la pérdida del poder en Italia y Alemania, la hegemonía socialdemócrata en Alemania, Reino Unido y Francia y el ingreso en sus filas de Silvio Berlusconi, apadrinado ya por Aznar.

Empieza a ser regla de oro que los presidentes de Gobierno españoles tengan una especial querencia por el oxígeno de los grandes espacios

Empieza a ser regla de oro que los presidentes de Gobierno españoles tengan una especial querencia por el oxígeno de los grandes espacios. Las grandes ambiciones y las ideas mayúsculas no encuentran comprensión en los pequeños combates domésticos. Para el olfato delicado de nuestros presidentes, la política interior pronto huele a patio de vecinos frente a los vientos puros de la vida internacional, donde habita la historia. Para la oposición, en cambio, la vocación internacional del presidente siempre es la ocasión para denunciar un oportunismo escapista. Y sin embargo, si hay algo cierto es que la presidencia de un país con la presencia internacional que tiene España es una ocasión que ningún político puede echar a perder. Por responsabilidad hacia su país y también por legítima aspiración a utilizarlo como escabel para posteriores proyectos.

En éstas está Aznar. Con el asalto a la IDC, perfecto de diseño y ejecución, quiere organizar las filas internacionales de una derecha descalabrada. Al igual que el PP español ha fusionado todas las tendencias de centro y de derecha en una única formación disciplinada, ahora se trataría de realizar lo mismo en el plano internacional para convertirse, como han escrito estos días sus apologetas, en 'la más importante formación mundial de partidos'. Ésta sería la lección española que Aznar impartiría al mundo. Los más escépticos aducen, y con razón, que las grandes ideologías y sus correspondientes organizaciones internacionales han perdido toda la fuerza y el atractivo de antaño. Y más todavía después del 11 de setiembre, cuando Rusia, Alemania o el Reino Unido recuperan protagonismo en detrimento de la Unión Europea o de la misma Alianza Atlántica. La proeza de Aznar sería entonces más el humo que llena un enorme vacío que la invención de un gran proyecto.

Talento previsor

Tiene en cualquier caso un efecto indiscutible, fruto de un talento previsor. Prepara su retirada de la política española en 2004, momento en que podrá optar a la reelección como presidente de la IDC o envidar a la presidencia de la Comisión Europea, cuya elección deberá producirse en junio de dicho año. Aznar ha dejado bien claro que rechaza un tercer mandato como presidente del Gobierno, en 2004 o en otra fecha, y que además, si su partido retiene la presidencia del Gobierno, ofrecerá la presidencia del PP a su sucesor en La Moncloa para evitar la bicefalia que tanto criticó al PSOE de Borrell y Almunia.

El enorme éxito internacional de Aznar ha tenido un eco en los medios de comunicación internacionales perfectamente descriptible. El entorno no permitía esperar otra cosa. Pero tampoco la fuerza de sus ideas. El principal mensaje de Aznar era de estricto consumo doméstico y se dirigía al Partido Nacionalista Vasco, formación política fundadora de la IDC, que vetó cuanto pudo la entrada del PP en la organización, pero fue expulsada el pasado año a propuesta de Aznar.

El PNV fue expulsado por una excusa formal, un cambio de estatutos propuesto por el PP que excluye a los partidos que no formen parte de la correspondiente organización regional. Ahora Aznar ha vuelto a formularlo en términos brutales: el PNV no puede ingresar de nuevo en la IDC porque comparte objetivos con ETA. El dirigente demócrata cristiano catalán y vicepresidente de la IDC, Josep Anton Duran i Lleida, ha asegurado que piensa trabajar en sentido estrictamente contrario. En la reunión de hace un año en Santiago de Chile, en la que se excluyó al PNV, ya señaló que el PP sufría 'una borrachera de poder'. Pero esta borrachera es la que ahora ha llevado a Aznar a lo más alto de 'la más importante organización mundial de partidos'.

José María Aznar, presidiendo la IDC
José María Aznar, presidiendo la IDCAP

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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