'La literatura tiene que apostar mucho si quiere competir con otros medios'
El más elogiado de los noveles autores alemanes, ni es joven, ni habla de problemas de pareja. Las drogas se las inventa. Georg Klein tiene 48 años y crea mundos fantásticos como hace mucho no se veía en la literatura alemana. Hasta ahora, sólo ha publicado dos novelas y un libro de cuentos, textos escritos durante aquellas largas dos décadas en las que ninguna editorial lo quiso publicar. Tan amante de la literatura popular como purista del idioma, en pocas páginas esboza singulares espacios urbanos: la insalubre y amenazante ciudad oriental en la que transcurre su novela de espías Libidissi (Muchnik, 2000) o el ambiente decrépito, libremente asociado al Berlín de la reunificación alemana, por el que se mueve el detective Mühler en Barbar Rosa (2001, aún sin traducir al español). La crítica se deshace en elogios, sus libros se venden por montones y Georg Klein, visiblemente, disfruta del éxito.
'En Alemania hay una tendencia a copiar a autores como Carver, lo que conduce a una autolimitación del lenguaje'
'Escribir una novela de detectives en un lenguaje literario exigente, que requiere atención a cada frase, puede resultar un fracaso'
PREGUNTA. Durante 20 años nadie quiso saber de usted. Ahora es la gran promesa de la literatura alemana. ¿Qué pasó?
RESPUESTA. Hoy considero un privilegio el éxito tardío. Como hombre que anda por sus cuarenta puedo manejar con más soltura y distancia las presiones que conlleva el éxito que un jovenzuelo de 25 o 28 años. Pero las cosas también hubieran podido salir mal. Si en 1997, por una casualidad, no hubiera conocido a mi editor Alexander Fest, seguiría escribiendo para la gaveta del escritorio. Sin mi fama, textos como los que escribo y vendo con gran éxito, no serían publicables en Alemania. Soy consciente de ello.
P. Ignorado, primero, y, adulado, después. ¿Hipocresía del ambiente literario?
R. Lo que pasa es que muchos de los que ahora me elogian no tuvieron la oportunidad de conocerme. Hay que dirigir la mirada al momento en el que una editorial acepta un manuscrito. Los que allí deciden están tan desbordados que siempre buscan lo que ayer, supuestamente, garantizaba el éxito. En ésas, incurren en grotescas equivocaciones.
P. ¿Cómo se ganó la vida durante todo este tiempo?
R. Trabajos varios. Durante mucho tiempo di clases de alemán para extranjeros y, durante los años noventa, trabajé como negro.
P. ¿Qué tipo de textos le encomendaban?
R. Para revistas especializadas, discursos, pero también trabajos académicos como tesis de doctorado.
P. ¿Un buen entrenamiento?
R. En el fondo, no. Siempre tuve la sensación de que la escritura literaria se distingue nítidamente de esta otra escritura. Por la mañana, me dedicaba a la literatura, y, por la tarde, a los demás textos. Cuando se escribe un discurso para un congreso de médicos, de lo que se trata es de imitar un determinado sonido: el de la suelta y humorística ponencia científica. Una vez que se sepa qué sonido se requiere, ya sólo se necesita del material y éste lo provee quien contrató el trabajo. Sucede, sin embargo, que como escritor yo no soy una máquina de sonidos. Soy un imitador de voces. Intento crear un estilo homogéneo. Si necesito de una manera de expresarse, de una jerga, me la invento.
P. Escribir como vocación. ¿Desde cuándo?
R. La decisión más importante, en el alma, en el ámbito libidinoso, se dio muy temprano, cuando me convertí en un lector entre los 9 y los 11 años. Una vez que fui capaz de experimentar la literatura apareció el deseo de repercutir en otras personas así como la literatura repercutía en mí. La relación con mi madre tuvo mucho que ver. Era una lectora apasionada, extática. Veía a mi madre y deseaba haber escrito lo que estaba leyendo.
P. A usted, ¿por qué lo clasifican como romántico?
R. La crítica intenta controlar la contemporaneidad virulenta, contagiosa de un texto recurriendo a un ámbito que cree dominar: la historia literaria. Al principio, había muchas dificultades con mis libros. Sólo durante el concurso de Klagenfurt , uno de los jurados, en un cortocircuito asociativo, relacionó el texto que yo acababa de leer con el romanticismo negro. Rápidamente, los demás críticos hicieron lo mismo. No es incorrecto: un autor como E.T.A. Hoffmann para mí fue una experiencia de lectura muy importante, a la que debo mucho.
P. ¿También en lo que se refiere al idioma?
R. Creo que sí. Para mí es muy importante insistir en un idioma orgulloso, en un idioma que sea consciente de sus alcances. Siento una fuerte resistencia contra la imitación ingenua de autores estadounidenses. En Alemania hay una tendencia a copiar a autores como Raymond Carver o, mejor dicho, sus traducciones, lo que conduce a una autolimitación del idioma que considero fatal.
P. Su arte ha sido llamado un fantasorgasmo interruptus. ¿Le gusta esto?
R. Las narraciones fantásticas y la invocación de la imaginación de los lectores se han vuelto muy raras en la literatura alemana. En mi contacto con los editores me he dado cuenta de que casi se consideraba indecente. Uno de ellos llegó a decirme que no habría problema si mi manuscrito le hubiese llegado del Reino Unido o de América Latina. En Alemania fue posible convertir en tabú algo tan natural como la fantasía literaria.
P. ¿Ninguna referencia al acontecer social y político, entonces?
R. Sí creo que mis textos sean políticos por la sencilla razón de que me interesa el poder y la violencia. La política se puede definir como organización de poder, y esto sucede en cada texto, que quiere ejercer poder sobre la psique del lector. No obstante, la experiencia literaria es una experiencia propia. Si la literatura sólo es una sirvienta para reflejar, por ejemplo, la realidad televisiva, pierde su esencia, incluso política. Sólo funciona si cree en la realidad de su propia experiencia. Ello no quiere decir que no pueda haber un cortocircuito entre la realidad y la literatura. En Libidissi hay una religión fundamentalista, que se basa en textos, y cuyos miembros son capaces de autosacrificios y violencia. Últimamente, he hecho muchas lecturas de este libro y siempre ha habido intensas discusiones. Pero la asociación con el 11 de septiembre que se da en la imaginación de los lectores, en este caso, no es una imitación.
P. ¿Un caso de presentimiento literario?
R. Lo que existe son religiones que explican todo el mundo desde un texto, y la literatura se sitúa en una relación de tensión y cercanía con ellas. Al igual que un sectario dice: 'Sólo necesito el Corán, porque me responde todo lo relacionado con la vida', también una novela sostiene: 'Entra en mí, que yo contengo el mundo entero'. Por ello es atrayente inventarse una religión textual y crear un carismático líder religioso, como he hecho en Libidissi.
P. En sus dos novelas, las drogas juegan un papel importante. ¿Por qué?
R. Si se observa a las personas y a sus vicios se puede ver maravillosamente cómo relacionan su interior con el exterior. He hecho la experiencia de que para mí es especialmente estimulante -y para los lectores, interesante- inventarme las drogas. Es posible inyectar muchísima imaginación, siempre y cuando no se exagere. Para mí, William S. Burroughs es un gran maestro en este asunto, y sus mejores apartes son aquellos que tratan de drogas inventadas.
P. Las enfermedades y epidemias también le interesan.
R. Es algo similar, que incorpora también la pérdida de control sobre el cuerpo y el alma. Un enfermo tiene menos control y por ello es más interesante de utilizar como figura literaria. Partiendo de esta debilidad se tienen más posibilidades narrativas que si se habla de un superhéroe.
P. ¿Por qué sólo escribe de hombres?
R. No me parece legítimo para un autor masculino moderno copiar la experiencia y el sufrimiento del otro sexo. Yo estoy dentro de un cuerpo masculino, hasta el final de mi vida. Es mi destino y no hay escapatoria. Pretender dar una visión interna del otro sexo es un delirio de grandeza. No lo haré. No escribiré lo que una mujer siente durante el orgasmo.
P. ¿Tiene algo que ver que su esposa también sea escritora?
R. Mucho. En los últimos 15 años, mi escritura se ha visto fuertemente influida por el debate intelectual y emocional mantenido con el trabajo de mi esposa. Ella me ha alentado a enfrentarme directamente con la masculinidad, incluso si implica experiencias poco placenteras que pueden espantar al lector y a las lectoras.
P. Usted escribe novelas de detectives, de espías e, incluso, de terror. ¿Qué tal un melodrama amoroso?
R. Ha dado en el clavo. Desde hace tiempo quiero hacerlo. La narración melodramática me interesa mucho y quiero escribir una novela breve de amor. Pero es muy difícil mantener el equilibrio, porque, por supuesto, hay que trabajar con los más importantes estereotipos.
P. ¿A qué se debe este gusto por los géneros literarios populares?
R. En mi historia de lectura personal, sencillamente, he tenido mucho contacto con malos libros. No provengo de una familia acomodada en la que se haya trazado una línea entre buena y mala literatura. Sólo relativamente tarde, a los 13 o 14 años, he sabido de esta distinción. Si hoy releo a Edgar Wallace o las novelas de James Bond, desde luego me duele lo malas que son. Pero también veo cómo este tipo de literatura desde las primeras páginas intenta aprehender y mantener a los lectores. Incluso a la peor de las novelas policiacas le corresponde el honor de jugárselo todo con tal de despertar el interés y la emoción de quien la lee.
P. ¿Quiere jugar con estos géneros, entonces?
R. De ser un juego, es un juego muy serio. Escribir una novela de detectives en un lenguaje literario exigente, que requiere atención a cada una de las frases, puede resultar en fracaso. El lector, por un lado, se ve arrastrado por el suspense, y quiere seguir hasta el final. Por el otro, el estilo implica muchos elementos retardantes. Si no se hace muy bien, rápidamente se pierde al lector. Es un juego de alto riesgo, pero hay que apostar mucho si se quiere competir con los otros medios.
P. ¿Con quién se queda: con James Bond o Franz Kafka?
R. Con Kafka, por supuesto. En mi experiencia personal, su grandeza se mide en que ha sobrevivido sin problema alguno al colegio y a la universidad, donde se le intenta quitar hierro y reducir. Pero no lo logran. Eso muestra la virulencia, la fuerza de su literatura. Kafka sabe lo que es el suspense literario. Es un autor altamente emocional, con un humor inagotable. Kafka es grande.
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