Cráneo rojo y genial
Establecer una visión global de la compleja personalidad y de la abrumadora y no menos complicada obra de Serguéi Eisenstein es tan difícil como restaurar la utopía comunista de las brasas de intolerancia e inconsecuencia a la que sus explotadores (viudos y matarifes a un tiempo) la condenaron. Víctima por muy diversos méritos de la necedad y la barbarie que asolaron la URSS durante decenios, el autor de El acorazado Potemkin fue un eterno candidato al recelo de los profesionales de la revolución que pudo, sin embargo, eludir con cierto éxito en lo personal (al menos no desapareció en un campo de concentración), pero que le obligó a mantener un pulso atroz en lo profesional (todas sus películas fueron el mínimo común múltiplo, en el mejor de los casos, de su torrencial instinto cinematográfico) hasta que un último infarto, a la edad de 50 años, segó definitivamente su fascinante y atormentada vida.
SERGUÉI EISENSTEIN. UNA VIDA EN CONFLICTO
Ronald Bergan Traducción de Isabel Ferrer Marrades Alba. Barcelona, 2001 440 páginas. 4.800 pesetas
Dada su condición de judío, homosexual, humorista impenitente, ateo militante y defensor convencido de los ideales revolucionarios, su peripecia personal resultó una continua colisión con los guardianes del éxito, de modo que el 'permanente conflicto' en que se resume su biografía es un reto para el mejor de los investigadores y al que Ronald Bergan ha sabido responder con lo que puede considerarse la contribución más importante de los últimos tiempos al conocimiento de Eisenstein y en general del cine como instrumento de creación. Tan importante como desentrañar las pequeñas verdades de sus cruciales desencuentros (personales, políticos y artísticos) dentro y fuera de la Unión Soviética (durante tres años peregrinó por Europa, Estados Unidos y México) era trazar una semblanza general de su papel como gran revolucionario del lenguaje cinematográfico, algo que requiere la distancia precisa -ni mayor ni menor- a la hora de enfrentar las pasiones y los apriorismos que acompañan toda gran leyenda. Bergan lo consigue en una narración de lectura palpitante, imposible de interrumpir, a la que convoca en inmejorables proporciones los testimonios directos de los coetáneos de Eisenstein, fragmentos de su propia obra teórica y memorialística y datos objetivos de una investigación en la que adquieren singular relevancia los materiales rescatados durante los últimos años en la propia Rusia.
Pese a que no hay una sola
mención a la biografía de Víktor Sklovski, la sombra de los formalistas y el eco de las vanguardias cercanas a 1917 planean por todo este itinerario en el que Eisenstein (nacido en 1898) abandona su Riga natal ('mi primera impresión de la infancia fue un primer plano', escribiría el amigo de Cocteau y de Chaplin) para incorporarse al acelerado tiempo histórico de un Petrogrado donde desempeñó diversos trabajos antes de crear las películas más importantes del siglo XX (hasta John Ford le envió a Moscú testimonio de su admiración).
Diez años de desconcierto y el trauma de perder sus imágenes rodadas en México (Upton y Mary Sinclair, los productores, nunca se las enviaron a Rusia según lo prometido y las reciclaron en cinco versiones ajenas, de las cuales ¡Que viva Méjico! es la más conocida) separan sus cinco primeros títulos (El diario de Glúmov, de 1923; La huelga, de 1924; el mítico El acorazado Potemkin, de 1925; Octubre, de 1928, y Lo viejo y lo nuevo / La línea general, de 1929) de los tres únicos proyectos que pudo rodar, y muy penosamente, en sus últimos veinte años: Alexandr Nevski (1938) y las dos primeras partes de Iván el terrible (1944-1945). Lo que conocemos como El prado de Bezhin (1936-1937), versión recuperada in extremis de lo rodado por Eisenstein y despreciado por la desconfianza de los dirigentes del PCUS, es un excelente ejemplo del constante boicot que sufrió su trabajo en el apogeo del personalismo estaliniano, durante el que el 'perro rojo' (el cineasta se burló de sí mismo cuando se fotografió junto a 'la estrella de cine' Rin Tin Tin) se embarcó en más de diez películas que nunca llegaron a existir.
La pasión de Eisenstein por el dibujo (la reciente publicación en Seuil de sus ilustraciones de corte erótico, algunas de las cuales se incluyen en esta edición junto a numerosas fotos, ha supuesto todo un acontecimiento en Francia) queda de manifiesto en la continua actividad gráfica que inició como caricaturista político en 1917 y le acompañó en cuadernos de rodaje, notas y estudios sobre los más dispares asuntos. Entre la abundante colección de testimonios recabados por Bergan se ofrece incluso una reconstrucción del diálogo mantenido por Eisenstein con Stalin en el Kremlin, una noche de febrero de 1947, en presencia de Mólotov y Zhdánov, que pone los pelos de punta por su elocuencia sobre el talante con que se despachaba cualquier alejamiento de la ortodoxia.
Fanático admirador del Ulises de Joyce y del kabuki japonés, de la ópera china y de Mickey Mouse ('nadie más ha conseguido que el movimiento de las líneas de un dibujo se ajuste así a la melodía'), adorador perpetuo de los libros ('en mis manos revientan como frutos maduros') y las imágenes de un mundo que nadie como él podía evidenciar en sus más gloriosas contradicciones, siempre lo escoltó una mezcla de inocencia y habilidad con la que sobrevivió a sus sucesivos obstáculos. Uno de sus primeros biógrafos lo dijo así: 'Los caminos recorridos por Eisenstein son ásperos, pero nunca los invadirá la maleza'.
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