Concesiones al mercado

El concierto in memoriam de Isaac Stern, fallecido el pasado 22 de septiembre, se programó con un buen planteamiento: Schlomo Mintz, uno de sus más prestigiosos discípulos, al violín. Adrienne Krausz, brillante intérprete y colaboradora frecuente de Mintz, al piano. Y un programa que parecía querer subrayar el interés de Stern hacia la contemporaneidad.

En las dos Rapsodias para violín y piano de Bartók, ambos músicos lucieron una excelente variedad en los ataques, una gama dinámica impresionante, y un fraseo tan idiomático como cincelado. Obras absolutamente vigorosas y un punto atormentadas (sobre todo la número 1), exigen un ajuste perfecto entre el violín y el piano. Adrienne Krausz no desmereció en absoluto con respecto a la estrella de la velada, y su instrumento, percusivo, límpido y vigoroso, brilló con todo el protagonismo que Bartók le diera.

El Dúo concertante de Stravinski es una obra elegantísima en cuyo inicio Mintz consiguió una nota pedal totaltamente fundida con el sonido del piano, y que fue desarrollada luego con buenos diseños en la estructura y amor en el detalle. Los logros del violín convencieron más en las dos Églogas, sofisticadamente pastoriles, que en los movimientos rápidos, donde el ataque de las dobles cuerdas no siempre se traducía en sonoridades atractivas. Algo similar sucedió con la Sonata de Poulenc. Cabría destacar en ella la segunda sección del movimiento inicial, donde el violinista lució un fraseo de largo aliento, y el principio del Intermezzo, con un inteligente juego de ambos pedales que produjo ecos delicados y evanescentes en el piano.

Tributo

Pero era preciso pagar tributo al gusto de cierto público, para desencadenar el entusiasmo y el aplauso de los oyentes. En este caso se escogió el Concierto fantasía sobre Carmen, de Sarasate, donde el violín puede exhibir todos sus recursos: ejecución sul ponticello, armónicos, dobles cuerdas, velocidades endiabladas, etcétera. Una vacua demostración de agilidad que elimina todo el sustrato trágico de la Carmen concebida por Bizet y la convierte en música circense cuyo objetivo es el 'más difícil todavía'. Tras una sesión donde el equilibrio entre piano y violín había imperado, donde las estéticas renovadoras se exhibían abiertamente y donde la calidad de las obras resultaba incuestionable, hubo que demostrar, por si alguien no lo había notado, que Schlomo Mintz es un virtuoso, que el piano 'debe' aparecer como segundón en los dúos con violín, y que el mejor músico es el que más rápido toca. Sarasate era lo mínimo para redimirse, ante el público más conservador, de una velada dedicada al siglo XX. Y, desde luego, consiguió dejar su característico sabor de boca.

Menos mal que, tras los encendidos aplausos arrancados por esa Carmen penosa, la propina fue otro Bartók que -ahora sí- puso la guinda donde correspondía.