_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los nuestros primero

Víctima de la endogamia universitaria, Ramón y Cajal perdió una cátedra en beneficio de un papavientos y tuvo que esperar. De eso hace un siglo bien largo; claro que si fuera hoy podría ocurrirle lo mismo y qué. El profesorado de la universidad española sigue siendo un agregado de átomos coyunturalmente asociados en células más o menos madre y menos fieles a las lealtades eternas que al hoy por mí, mañana por ti. Así lo denuncian incluso algunos catedráticos enteros de mente y de alma; que el blindaje de los claustros no llega a las redacciones de prensa 'valientes, leales y sinceras' como el gobernador Sancho Panza. Los nuestros primero, no.

El periodista catalán Xavier Bru de Sala es hombre versátil y más brillante que sólido. O sea, que una de esas personas necesarias para sacudir la modorra intelectual de una sociedad -la española en general- todavía desesperadamente falta de la provocación permanente. Escribe: 'Nuestras universidades (las catalanas, pero es aplicable a las otras) están llenas de personas con capacidad y merecido prestigio. Pero también de mediocres, de medio zánganos o zánganos rematados, de conspiradores profesionales y de aprovechados cuya aportación a su campo científico o humanista, el peso y la influencia de sus publicaciones es igual o parecido a cero. Unos y otros se jubilarán como funcionarios públicos, sin distinción ninguna. Con eso había que terminar y la nueva ley es, sin duda, un paso positivo'. No queda claro si Bru de Sala defiende la LOU o algún punto de la misma, como éste, presuntamente antiendogámico. Su admiración por el sistema universitario norteamericano, queda, en cambio, bien patente. Una opinión que comparto aunque con ciertas reservas. A estudiar, lo que se dice estudiar, en EE UU se empieza con el master y para entonces ya urge la especialización. Antes de eso, las universidades de allí lo tienen todo menos el rigor en sentido amplio y en sentido estricto. Si bien hay que tener en cuenta que esto no es aplicable a todas, pues ellas son bastantes más de tres mil y cada una es dueña y señora para organizarse como quiera y poner el acento en uno u otro tipo de educación. Pero esto no altera el espíritu de un sistema en el que la endogamia tiene escasa cabida. Admirable si se piensa que sólo entre el profesorado anda el juego. Además: gradúese y lárguese.

Soy poco amigo de la carrera de ratas, pero eso no me convierte en un Kropotkin, símbolo de la cooperación; que de ésta nos ofrece la naturaleza menos ejemplos, muchos menos, que de implacable crueldad. Con todo, ni tanto ni tan calvo. En las sociedades humanas debe prevalecer la justicia, la solidaridad, la ayuda mutua. Esto, sin embargo, sin prescindir de una competencia humanizada, cuya dosis será variable según la esfera de actividad. En la universidad todos estos factores serán conjugados de manera que resulten en un equilibrio lo suficientemente tenso como para estimular la creatividad sin caer por ello en la paranoia y en vicios tales como la endogamia. Estoy de acuerdo con Bru de Sala en que el modelo a seguir es el norteamericano, aunque con retoques. Así por ejemplo, las publicaciones de influencia cero a las que se refiere el periodista, son un factor problemático y, por lo tanto, objeto de intenso debate en la universidad de Estados Unidos. La implacable ley no escrita del publish or perish (publica o perece) ahuyenta a tantos mediocres como destruye a muchos profesores que, sin ese apremio, serían magníficos enseñantes en las aulas. En mis tiempos allí se produjo un caso paradigmático que mereció la atención del New York Times. Un profesor de matemáticas sin publicaciones relevantes y que siempre se equivocaba en la pizarra con sus avanzados signos, símbolos, números. Los estudiantes intentaban sacarle del atasco, cosa que siempre se lograba con la colaboración de todos; de modo que los más aventajados alumnos se disputaban una plaza en las clases de este profesor, pues se aprendían muchas matemáticas con él. Me pregunté si acaso los atascos del prof no serían intencionados, un truco para estimular la imaginación de su alumnado, pero esto es una observación al margen.

Si no recuerdo mal, este profesor estaba sometido a presiones de su departamento porque con la misma pasión con que se entregaba a la enseñanza, detestaba sentarse a escribir para publicar, muy probablemente, porque no tenía nada nuevo que decir. Claro que si tenía el tenure sólo podía temer el aislamiento y la preterición. Sus colegas le harían el vacío, no sería invitado a congresos ni conferencias, no le subirían de rango ni tendría opciones para emigrar a otra buena universidad a causa de su magra e irrelevante producción científica.

A decir verdad, la excelencia en la enseñanza sólo tiene cierto valor a efectos internos, y así y todo, de manera negativa. Las clases están duplicadas, yo enseñé un curso (Realismo y naturalismo) y un premio Pulitzer impartía el mismo y a la misma hora. Mi clase excedía el número de alumnos (por mí determinado) y la del Pulitzer sólo tenía dos. Hubo follón y al final, trasvase por fuerza mayor. Mi éxito no me sirvió de nada, pero contribuyó a desprestigiar al otro; aunque galardonado dos veces con el premio Pulitzer, a mi colega se le daba una higa, porque con tales ases hubiera podido irse a otra buena universidad de haberlo querido; y en la nuestra era por eso mimado. Un Pulitzer y por partida doble es patente de corso y es catapulta a la fama. Punto negro de la universidad que funciona con criterios de empresa. Dicho lo que antecede, le recuerdo al lector que dado el número y la heterogeneidad de las universidades norteamericanas no me es posible ir más allá de la generalización.

Volviendo a la endogamia diré que si la competencia interna y sobre todo externa la hace difícil, no es mucho más probable que se produzca en las universidades estatales. Un sistema de contrapesos y balanzas, ideado por los propios profesores, sólo deja lugar para capillitas de poca eficacia práctica.

En fin y siempre un esbozo: modelo universitario americano sí, pero no bobaliconamente. Un dato final: ningún estudiante pobre, pero bueno, deja de ir a una buena universidad, pública o privada.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_