La ausencia de Lluís Pasqual empaña la celebración
La celebración se empañó anoche por la ausencia de Lluís Pasqual, el gran nombre del Lliure, molesto porque no se haya podido inaugurar el teatro como él había previsto -y como seguramente hubiera sido mucho más oportuno, emotivo y justo con la historia del colectivo-. Fueron bastantes los que opinaron anoche por lo bajo que el espectáculo no había estado a la altura de la carga emotiva y simbólica de la velada. Aunque hubo quien pensó, en vista de cómo van las cosas en la gran familia teatral catalana y en la más pequeña del Lliure, que la elección de una obra sobre los Borgia no estaba, en el fondo, tan desencaminada.
Ayer era tiempo de emoción y de fiesta. Pero hoy mismo, en la resaca de la alegría, el Lliure debe comenzar a afrontar los retos de su nueva situación. Una situación privilegiada en el mundo de la escena barcelonesa, catalana y española, y que comporta, por ello y por toda la trayectoria que el colectivo carga a sus espaldas, una gran, enorme responsabilidad.
El Lliure tiene varias asignaturas pendientes. La primera, sin duda, conseguir los recursos para continuar y no convertirse, por ahogos presupuestarios, en el enfermo crónico de la escena catalana -el director, Josep Montanyès, ya está empeñado en negociar las aportaciones de las administraciones para los próximos cuatro años-. La segunda, restañar sus propias heridas, cerrar ese frente interno que es la defección de Lluís Pasqual. Pasqual no es sólo la persona que más encarna el legado de Puigserver, sino el principal valor de cambio, nacional e internacional, del Lliure.
Encajar en el ecosistema
La tercera asignatura es encajar en el ecosistema teatral sin perjudicar otras iniciativas, especialmente las del teatro privado, que ha visto con aprensión la apertura de un nuevo gran equipamiento pagado con dinero público. La cuarta, ser de verdad -ya está en el ideario, y el programa de esta temporada apunta hacia ahí- un teatro para todos, abierto a la profesión, sin diluir por ello la especificidad del sello Lliure, el saber hacer y la meticulosidad artesanal que son su marca de fábrica.
Y la quinta, y tan fundamental como las anteriores, que la mayor inyección de recursos públicos que va a necesitar el Lliure ahora que dispone de tan enorme sede no signifique una merma de independencia, que esa insólita condición de teatro privado pagado con dinero público -que ya veían con suspicacia las administraciones y muchos sectores teatrales cuando el Lliure estaba en la sala de Gràcia- pueda mantenerse. De momento, el Lliure ha accedido a un mayor control económico y a la integración de profesionales ajenos a la casa en su ámbito de decisiones.
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