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Columna
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Indefensos y desarmados

Las poblaciones de Mislata, Quart de Poblet, y Paterna, con sus alcaldes a la cabeza, y algunas asociaciones vecinales de Valencia han llegado al límite de su paciencia después de haberla perdido reclamando soluciones al tráfico de drogas que les aflige. Manifestaciones públicas, caceroladas, denuncias y gestiones reiteradas ante las instancias policiales y gubernativas no parece que hayan servido de nada. Pero no bajan la guardia, por ahora al menos. Para el próximo día 28 se está cociendo una gran concentración ante el Palau de la Generalitat, aprovechando quizá una pausa entre viaje y viaje del Molt Honorable e itinerante presidente Eduardo Zaplana.

Como es sabido, el problema de la droga y su contexto delictivo no arrecia exclusivamente sobre estos colectivos urbanos. A ellos les ha tocado la china en estos momentos, pero en un próximo futuro puede abatirse -lo que indefectiblemente ocurrirá- sobre otros, con la misma secuela de miedos e inseguridades. Quiere ello decir que esta convocatoria nos concierne a todos, tanto por conveniencia como por civismo, y ello al margen de que tal movilización propicie o no algún remedio. Poner a las autoridades contra las cuerdas de su impotencia o incompetencia les obligará, cuanto menos, a escuchar el clamor popular y afrontar la indefensión en que se debaten los administrados. La indefensión de estos y el propio desarme del Gobierno autonómico y central para atajar la peste.

Porque, además de la ira vecinal, una cosa está clara: el Gobierno no tiene zorra idea de por dónde hincarle el diente al asunto, y esto es tan o más grave que el asunto mismo. Las sucesivas promesas oficiales -por lo general incumplidas- y aplazamientos de audiencias solicitadas por los damnificados no son otra cosa que una faena de aliño a la espera de que se produzca el prodigio. 'Vuelvan ustedes cuando el presidente regrese de México', ha sido la última salida de pata de banco de Carmen Más, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana. ¿Acaso Zaplana importará de tierras aztecas la fórmula milagrosa para aliviar la drogadicción y su mercadeo infausto? Y lo que es peor, ¿no ha tenido el presidente tiempo ni ocasión de ocuparse de esta calamidad?

Lo dicho: los poderes públicos no saben cómo responder a este prolongado desafío y, carentes de vergüenza torera para dimitir, rehuyen el diálogo, con lo que acrecientan el desamparo de la población que, como declaraba un dirigente vecinal, no sabe ya a quién dirigirse. Los gobernantes no les escuchan, los policías no aparecen o se limitan a tomar nota de las denuncias, los jueces aplican la laxitud legal establecida, Sanidad no se da por aludida y, simultáneamente, la inseguridad, en todos los órdenes, sitúa al País Valenciano diez puntos por encima de la media nacional. Algo falla o, mejor dicho, nada funciona, excepción hecha de la indignación generalizada, que bien puede tornarse, y justamente, insumisión civil.

Nos hemos referido al universo de la droga y con semejantes términos podríamos glosar el de la trata de blancas y la explotación de los inmigrantes, por no aludir a otras mafias de mayor calado que tanto prosperan por estas latitudes. ¿A qué demonios se dedican estos gobernantes de pacotilla?

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