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Columna
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Sucesiones

En el debate sobre el horizonte que se abre frente a los líderes gobernantes del PP se advierte un mucho de la pobreza intelectual y escasa sinceridad que caracterizan a la política española en general, y a la valenciana en particular. Quizás esas deficiencias o vicios adquiridos que doy por supuestos no sean más que una componente obvia de la política corriente y moliente de las sociedades con democracias que gozan de estabilidad; pero por si alguien cree que prefiero la moralidad dogmática del Platón más conocido, me apresuro a abominar del autoritarismo y a afirmar, no sin ciertas precauciones, que cuando en una democracia estable no se invierte en pedagogía a favor de las virtudes republicanas el discurso se empobrece, se mercantiliza, se entroniza el cinismo como moneda de curso legal, y su tono medio tiende hacia la banalidad, la simulación discursiva y el anclaje en la hipocresía.

A propósito de si los presidentes Aznar y Zaplana (y no sé por qué no se habla del resto de los cargos públicos que llevan, a veces, dos décadas en el mismo menester y nada dicen al respecto) van a cumplir o no con su propio compromiso de no optar a un tercer mandato, parece como si lo que importase fuese el argumento moral de que de no ser así se enfrentarían a la vergüenza pública, a su propia ignominia y al desprestigio, cuando la realidad es muy diferente, y las buenas intenciones de quienes esperan que eso sea así nunca proyectaron la menor preocupación por el hecho de que, de haber podido, el ex-presidente González se habría jubilado de presidente -que, por cierto, es el camino que llevan Fraga (PP), Pujol (CiU), Bono (PSOE), Rodríguez Ibarra (PSOE) o Cháves (PSOE)-, por no hablar de un sinfín de senadores, diputados en el Congreso o en los parlamentos autonómicos o en las diputaciones y cabildos, alcaldes y concejales, para quienes el número de mandatos sólo tiene un límite: su capacidad en resistirse al desalojo, conseguida ya la profesionalización legítima a que las leyes del país les facultan.

La Constitución no limita el número de mandatos que pueden disfrutar quienes los consiguen mediante elección o investidura democrática, y los partidos políticos tampoco (los ejemplos que conozco ni son relevantes ni traducen voluntad en contrario); debe entenderse, en consecuencia que, si alguien decide anunciar cuando empieza su primer mandato que no va a acudir a la investidura de un tercero puede ser o bien fruto de haber presenciado/sufrido un liderazgo político prolongado en el tiempo hasta la náusea, o bien de un aviso a sus huestes para que estén expectantes ante la sucesión y sean fieles, comedidos y prudentes en el período que resta hasta entonces, o, en fin, porque se postulan para su propio ascenso con la suficiente antelación.

Pero en el caso que nos ocupa debe consignarse un factor de más entidad: Los liderazgos de Aznar y de Zaplana han sido muy relevantes para los respectivos y repetidos triunfos electorales del PP, y, estoy seguro, que los militantes del PP, sus votantes fijos, y todo lo que se mueve en el entorno del centro-derecha español y valenciano difícilmente aceptarán poner en peligro sus expectativas de gobierno prescindiendo de la componente de solvencia personal de ambas opciones.

Aunque, para ser más exactos, si las encuestas reflejan que, de todos modos, sean quienes sean los candidatos a sucederles, se asegura la victoria del PP, se muestren comprensivos en el cumplimiento del compromiso.

vicent.franch@eresmas.net

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