Ana Marshall
Para tratarse de una persona particular, sin cargo ni rango según ley, no se podrá quejar doña Ana Mi Marido de la fanfarria y el rendevú desplegados en esta provincia que besa a usted su mano. Todo ocurrió durante una jornada de gira de las llamadas maratonianas, en la que no se escatimaron coches oficiales, locales públicos para la presentación de un libro privadísimo, y una Corte compuesta por altas autoridades rendidas a sus pies, mi señora de.
Si yo fuera el president de la Generalitat, poca gracia me haría que se me anunciara en las noticias como 'acompañante' de la cónyuge por excelencia, cuando inaugura esto y aquello. Y mucho menos si fuera un Presidente-Sol capaz de montarle el pollo a la Universidad de Alicante con una incursión demostrativa de a ver aquí quien manda. Digo en el caso de ostentar la máxima representación (de la Comunidad Valenciana y la del Estado en ella, según el Estatut), siempre que me creyera eso de la autonomía, porque ya advirtió el sabio griego 300 años antes de Cristo que 'es cosa de bárbaros ceder el sitio e inclinar la cabeza'.
En la mesa del banquete, el 'descanso matrimonial' separa a unos y otras. Pero en actos oficiales las parejas de los altos cargos no tienen derecho a nada, y mucho menos cuando van solos/as. También indica la regla que en España no hay segunda dama, y ni siquiera primera: tenemos una Reina, no de España porque sólo es Reina por estar casada con el Rey. No crean ociosa esta liosa normativa, que define Jordi Pujol el protocolo como 'la expresión plástica del poder' , y delega oficialmente en Marta Ferrusola para que la parienta se permita inaugurar de parte de Su Marido (toma ya, poderío por partida doble).
Por contra, en nuestros rancios besamanos, hasta un espíritu burlón como García Berlanga acaba pidiendo la intercesión (en favor de la Ciudad del Cine) de Ana, señora Marshall sumisamente bienvenida. ¿Decisiones inducidas al calor de la alcoba? ¿Gobierno en régimen de gananciales? Anda que no somos modernos, justos y democráticos.
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