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Columna
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Cambios y tradiciones

Hay meses como noviembre, en que la tradición lucha a brazo partido con las innovaciones. Después de estar ya convencidos de que en el paisito nunca hace frío, una ola de viento ártico nos mete prematuramente en el invierno. De pronto se guardan las ropas de colores y las calles se llenan de puestos de castañas.

Adoro los puestos de castañas. Tienen algo de entrañable, local, y costumbrista (Me imagino que en Helsinki no hay puestos de castañas, y mira lo bien que les vendrían). Ahora que nos han arrebatado la peseta, presiento que los puestos de castañas son una de las pocas cosas que nuestro imaginario colectivo comparte aún con el de nuestros abuelos. La castaña es algo tradicional, pero si recordamos que la patata, la castiza patata, vino de América, el poder evocador de la autóctona castaña alcanza proporciones míticas. Nada más secular que la castaña. Cuando aún no se había inventado la tortilla de patatas, en los caseríos del paisito la gente comía castañas a mansalva.

Me gusta llevar a casa una bolsa de castañas, en esos días fríos en que uno busca el calor como un aterido animal, y me gusta imaginar que este hábito doméstico lleva décadas repitiéndose, así reinara Alfonso XIII, fuéramos republicanos o clamara la televisión en blanco y negro Franco Franco Franco.

En noviembre luchan las tradiciones con los cambios. Para fiesta castiza ninguna como Todos los Santos. Pero de pronto, sin saber muy bien por qué, la gente empieza a hablar de Halloween, los telediarios nos remiten a la fiesta anglosajona y las tiendas de juguetes se llenan de calabazas. Ya me extrañaba a mí, tras el éxito de Papá Noel, que no nos quisieran meter esa cosa por los ojos. A veces los cambios son cambiazos.

Halloween es una pachanga. Así lo entienden los jugadores del Betis, quince muchachos encerrados con treinta mujeres (¡Dios mío, treinta!) en un chalet de Sevilla. La plantilla bética decidió olvidarse de esposas y prometidas, y organizar una orgía que ya quisiéramos en otros equipos menos deportivos, peor pagados. Algunos hubiéramos transigido con tan arduo ejercicio, pero sin recurrir a la hortera excusa del festejo americano: basta con llamar a las cosas por su nombre. Lo de las chicas, digo.

Este noviembre parece traernos de nuevo los duros otoños de otros tiempos. El otoño y las castañas. Ya sé que las castañas no tienen un aire muy poético pero quiero remitirme a ellas, en su humildad, en su sabor, en su rústica eficacia calefactora. Luchan ahora las inercias de la tradición con el ansia de cosas nuevas. Hace poco padecí a un comercial que intentaba venderme algo. Manejaba una jerga en la que un 20% de las palabras, aproximadamente, provenía del inglés. Cada vez que él pronunciaba mailing yo replicaba 'listado', y cada vez que decía call center yo respondía 'centralita'. Quizás estuve borde, pero los comerciales tienen la obligación de encajar sin una mueca las tonterías de sus hipotéticos clientes. Fue divertido: creo que agoté su paciencia.

Me sorprende la sumisión con que el castellano acepta las servidumbres del inglés. No se trata de ser purista, pero cansa un poco que, una vez asentado en la informática el metafórico, bien traído término 'pirata', todo el mundo deba ahora decir hacker. Los que no tienen reparo en destrozar su lengua es que ya han cortado amarras con toda tradición. Me temo que nadie que diga call center come jamás castañas.

Si muchos castellanoparlantes mantuvieran con el inglés la misma impermeabilidad que les sugieren las lenguas periféricas (periféricas a su cabeza dura, claro) otro gallo cantaría, pero está claro que el prestigio anglosajón se nos impone. El celebrado patriotismo constitucional parece que no alcanza a esa hermosa lengua que todos tenemos 'el deber de conocer', según reza la Biblia en verso. Espero que algunos impetuosos nacionales obedezcan, por imperativo legal, lo que otros aceptamos por amor, por oficio y porque nos da la gana. Por cierto, ya no se dice hamburguesería. Ahora el personal más enterado dice burger.

Pero, para comida rápida, me quedo con mis castañas.

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