Magia a la baja
La declarada fascinación por la obra de García Márquez, junto a la sumisa aceptación de su influencia, ha hecho del británico Louis de Bernières un escritor epigonal, con una obra marcadamente sesgada por el remedo, el pastiche y la más intonsa imitación del universo imaginativo del premio Nobel colombiano. De no existir el autor de Cien años de soledad, tampoco hubiera existido Louis de Bernières. Cierto, la literatura nace de la literatura misma, pero engendrada con vida propia, no a manera de refrito que, al imitar al modelo, degrada sus técnicas y procedimientos hasta el más burdo manierismo. La guerra de las partes pudendas de don Emmanuel (título arbitrario, que sólo busca un efecto risible) soporta su condición de novela únicamente porque el género es poroso a cualquier calamidad, pero en realidad se trata de un agavillamiento de historias inconexas, con el portento como telón de fondo y la fantasía desmadrada como hilo conductor. A Louis de Bernières le gusta concebir personajes (es un modo de hablar, mejor sería decir marionetas) capacitados para las más imprevistas acciones. Si se trata de tiranos, cometerán fulgurantes y caóticas operaciones políticas; si son militares, sus tropelías dejarán en una nota a pie de página las infamias más atroces; si de campesinos e indígenas, éstos serán cándidos, medio idiotas, y se comunicarán con los viejos espíritus de la tierra. Colocados estos personajes en una imaginaria geografía latinoamericana, que asimila el prodigio y la desmesura, ya sólo queda obedecer al delirio de una escritura que confunde el realismo mágico con los atropellos a la razón narrativa.
LA GUERRA DE LAS PARTES PUDENDAS DE DON EMMANUEL
Louis de Bernières Traducción de Cristina Mimiaga Destino. Barcelona, 2001 420 páginas. 3.200 pesetas
Louis de Bernières, no cabe duda, disfruta mucho escribiendo, hasta el punto, insólito, de olvidar el objetivo de componer una novela. Se pliega, de mil amores, a las hazañas excepcionales de sus personajes que, desprovistos de coherencia y desvinculados de toda intención en la trama interna de la novela, le sirven para demorar su narración, sólo por el gusto de contar, pero sin ningún propósito unitario. De este modo asiste el lector a múltiples extravagancias, absurdos e insensateces, todo servido por una imaginación que no tiene reparo alguno en abusar de lo grotesco: un militar pacífico, frustrado en sus investigaciones sobre la guerrilla, acaba de sangriento torturador; un general y gobernador, que confía a ciegas en el honor militar, es capturado por la guerrilla mientras caza mariposas, juzgado y considerado 'un poco culpable y un poco no culpable'; hay burras que paren gatitos; un grupo de soldados e indios de la época de Pizarro aparecen congelados en la montaña, y son resucitados para construir una ciudad... Cuantas más historias acumula esta novela, más vacía se encuentra; por tanto, no termina, sino que se agota, por fortuna. Pero a su autor le quedó material (está claro que no desecha nada) para armar su siguiente novela Dionisio Vivo y el señor de la coca (Destino, 2000), que prosigue por los mismos infumables derroteros.
La única justificación, forzando al límite la benevolencia, sería calificar esta novela de paródica. Pero si La guerra de las partes pudendas de don Emmanuel es una parodia, La metamorfosis, de Kafka es un tratado de alquimia.
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