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Liberal, pero más

La filosofía es, si algo, uso responsable de las palabras. De forma consecuente, la problematicidad de la filosofía reside en la propia dificultad para identificar esta responsabilidad. Todos los métodos ideados por los pensadores ofrecían estrategias capaces de vincular el propio razonamiento a unos principios. Respecto a ellos, y a lo permitido por el método, se definía la responsabilidad. Desde Platón esa tarea se ha identificado con la búsqueda de la verdad. Justo a Platón invocaba Manuel Lloris en un artículo de EL PAÍS en el que deseaba criticar el liberalismo. La tesis central de su artículo es ésta: 'El liberalismo siempre ha sido fundamentalmente económico'. Lloris prefiere decir que 'el resto de la retórica es hojarasca'. Entre esas hojas secas están los derechos civiles, el sufragio universal, la igualdad ante la ley. Con estas bellas palabras, dice Lloris, el liberalismo ha desplegado, a cubierto de la crítica, su ansia de beneficio económico y el sacrosanto derecho de propiedad. Ello le lleva a concluir que la libertad económica 'siempre se ha sustentando sobre el truco y la impostura'.

Encuentro cierto parecido entre las tesis de Lloris y los manuales marxistas de los sesenta, lo que no quiere decir que Lloris me parezca un marxista. Al parecer, él denuncia en el liberalismo un uso espurio de la razón; luego debe de tener una idea clara y distinta acerca de su uso legítimo. Ese racionalismo liberal se tradujo, según él, en utilitarismo. Cuando el liberalismo habló de naturaleza humana, según Lloris, fue para destacar una lucha por la vida pensada a la manera darwinista. Se supone que aquel uso legítimo de la razón tiene que ver con una comprensión no utilitarista de la vida y con una forma de entender las relaciones entre los hombres que no implique la lucha despiadada del fuerte contra el débil. Todo esto se supone. La realidad es que hubiera sido un alivio para sus lectores conocer de forma positiva las consideraciones del doctor Lloris sobre las relaciones sociales. Tampoco vendría mal para entender su posición, ampliar la valoración que hace de Rousseau. No entraré a juzgar el sentido de la frase de Bentham, el creador del ideal totalitario del panóptico. La idea que quiero transmitir es que no sé desde dónde habla Lloris y aunque se entienda cada una de sus frases, uno no sabe adónde quiere ir a parar.

En el caso de que Lloris tuviera a bien exponernos su visión positiva de las relaciones humanas, estoy seguro de que coincidiríamos en muchas cosas. Le propongo partir del ser social que él afirma que somos. Supongo que querrá decir que esa condición social únicamente se revela en la acción social y que asumirá que debemos entrar en ella de una manera libre. Es de prever que estaríamos de acuerdo en que preferimos volcarnos en la acción social en condiciones de igualdad que de desigualdad, y que luchamos por seleccionar las acciones sociales que cumplen esta condición. Supongo que cuando Lloris entra en una acción social desea que su interlocutor preste atención a su posición, la responda apropiadamente. Si esta relación social implica competencia profesional, Lloris esperará de su alter que cumpla bien con ella, le intercambie la utilidad deseada y responda a sus expectativas. Es fácil que, si esta acción resulta exitosa, Lloris vuelva a entrar en relación con este otro hombre. A pocas veces que la acción social tenga éxito, Lloris sentirá cómo brota en él un sentimiento de respeto por ese otro. Si tiene que hablar con sus vecinos, expresará su opinión de que alter es un hombre de mérito. Si mantiene esta condición por mucho tiempo, estará en condiciones de entregarle su reconocimiento y no tendría dificultad en hacer público este juicio. En una sociedad donde eso fuera frecuente, caminaría dispuesto a mostrarse solidario con la suerte de sus paisanos, porque habría una alta probabilidad de que quien cruza su calle ahora se lo merezca. Y estaría inclinado a pensar que se lo merece la sociedad en su conjunto y que, en el desgraciado que pasa a su lado, algo de esa sociedad ha fallado.

Es lógico pensar que una relación social como ésta es algo aceptable y que los hombres son felices cuando la logran. Creo que Lloris estaría de acuerdo con ello. En casos así, los hombres saben que la relación social no es sólo intercambio de utilidades y deseos, sino que si esto se hace con franqueza, responsabilidad y rigor, se genera un intercambio de sentimientos civiles que aseguran un disfrute de la condición humana. Cuando tenemos estos sentimientos, incluso el asunto de la utilidad económica puede pasar a segundo plano. Pero también sabemos que un hombre autoritario, incompetente y desatento mal despertará en nosotros todos esos sentimientos civiles. Esto puede suceder en cualquier ámbito de la vida social. Pero vayamos ahora a la política.

Cuando personas con estos deseos eligen a sus representantes políticos, quieren que tengan las características de ese hombre con el que han mantenido una relación social con éxito. Entienden que su competencia profesional es la de ser un buen servidor público, y esto quiere decir que cualquier ciudadano tiene derecho a presentarse en su despacho. Cuando esto sucede, el representante y servidor público tiene que hacer abstracción de cualquier otra circunstancia personal, política o sexual. Él debe atender lo que se le plantee con la voluntad de hacer justicia.

Creo que Lloris preferiría tener representantes así, que no otros que sólo le largan discursos, sólo atienden a gente de su partido o tribu, tienen a su disposición tribunales y legisladores y jamás dan cuentan del dinero que le sacan al ciudadano. Pues bien, esta sociedad es una sociedad civil liberal. Y esta forma política es la propia de un Estado democrático-liberal. Ambas forman una idea anti-intuitiva, profunda y normativa de la vida. Raras veces se logra sin intenso esfuerzo y convicción. En su seno, desde luego, se esconden supuestos acerca de la moralidad, la ética y la política que tienen que ver con la estructura de insociable sociabilidad en que vive el ser humano. Por eso, tal modelo apela a dimensiones que son individuales, junto a otras que son de naturaleza social. Esta idea encarna en mi opinión lo que preferimos con la nitidez con que se sueñan los mejores sueños. Estas cosas las he aprendido leyendo a Locke, a Kant y a Stuart Mill. También las he leído en español en los libros de Blanco White, de Sempere y de Altamira. Todos ellos se llamaron a sí mismos liberales y escribieron páginas muy duras contra los que pretendieron una reducción económica de sus ideas. Eran muy conscientes de los peligros de una interpretación reductora de la libertad a mera economía, al parecer la única en la que cree Lloris. Pero tampoco olvidaron que, aquellos que aceptaban esta reducción como la única interpretación viable de la libertad, ofrecieron soluciones drásticas que violaban premisas morales, sociales y políticas irrenunciables. Contra ambas opciones lucharon toda su vida estos hombres con la única receta posible: siendo íntegramente liberales. Puede que fuese, es y será un sueño ideal. Pero es el único noble que conozco. Creo además que el sueño de cualquier bien nacido no ha de ser muy diferente a éste. Yo al menos siempre juzgo las cosas según contribuyan a que ese sueño se haga más o menos real. Por eso me gustaría que no se confundiera con otro mediocre y bastardo de riqueza y ambición y, por eso también me he atrevido, no sin pudor, a mencionar en este caso la responsabilidad que debemos a las palabras.

José Luis Villacañas Berlanga es catedrático de Filosofía Moral y Política.

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