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Columna
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Santa deriva

De Vicente Gallego, que acaba de ganar el 14 Premio de Poesía Loewe, sólo conozco un poema a pesar de que es uno de los poetas jóvenes valencianos con más obra publicada. Es el que le dedicó a Francisco Brines en el recital que organizó Nicolás Sánchez Durá como homenaje por la concesión al poeta de Oliva del Premio Nacional de las Letras Españolas. Un poema del que me gusta el final: '... amistad, sosegada pasión que bendices mi vida'. Y sin embargo, en cuanto publiquen Santa deriva, la obra con la que ha obtenido el premio Loewe, me apresuraré a leerla. 'Contemplar el peso de lo muerto de la actividad cotidiana'. Podría ser una hermosa definición del periodismo que podríamos atribuir a Jorge Luis Borges, uno de los escritores que más ha odiado el periodismo. 'Contemplar el peso de lo muerto de la actividad cotidiana': desde los campos de batalla de Afganistán hasta el rutinario recuento de los accidentes de tráfico del fin de semana; desde las 255 víctimas del airbús que se estrelló ayer en Nueva York a las 340 personas cuyas vidas se ha llevado el temporal en Argelia este fin de semana, aunque la noticia apenas ocupara un faldón en página par. Pero no. Y aunque podría ser una metáfora de la vida y del trabajo poético, 'contemplar el peso de lo muerto de la actividad cotidiana' es la descripción literal que Vicente Gallego hace de su trabajo como pesador de basura en el vertedero de Dos Aguas. Un trabajo del que ha dicho que es estupendo porque le deja muchas horas para estar tranquilo, 'lo mejor que le puede pasar a un poeta'. Y a pesar de que trabaja en el vertedero doce horas diarias durante dos días seguidos, lo cual le reporta dos días de libranza, da la impresión de que en esto el poeta miente. Tal vez sea por modestia. Quizá lo que esté haciendo cuando habla de los dos días de poética tranquilidad es ocultar conscientemente su secreto.

En la crónica sobre la entrega del premio, contaba Amelia Castilla que el poeta no podía evitar una media sonrisa cuando le preguntaron si vivía de la escritura. Gallego responde que desde muy joven ha desempeñado 'mil trabajos' y la periodista desvela que 'ha compaginado la lírica con trabajos más prosaicos: gogó y portero en una discoteca valenciana'. Y aunque nada se diga de ello, da la impresión de que si algo no ha sido en esta vida el poeta es jardinero. O que en todo caso si alguna vez fue jardinero, el más feliz trabajo al que pueda dedicarse un hombre, lo abandonó por la basura en pro de la poesía, que no es precisamente un oficio feliz. Dice el poeta y así lo transmiten las agencias de prensa que desde su puesto de trabajo, en el vertedero de Dos Aguas, se ve el cielo y una montaña ennegrecida por los fuegos que arrasan los bosques mediterráneos. Algo que aparentemente podría ser una descripción aséptica, pero en la que uno no puede dejar de oír las palabras de María Zambrano, cuando describe el tránsito de la creación: 'Antes de que le sea permitido ascender al mundo de las formas idénticas en la luz, ha de descender a los infiernos, de donde Orfeo la rescató dejándola a medias prisionera. Y así la poesía habitará como verdadera intermediaria en el oscuro mundo infernal y en el de la luz, donde las formas aparecen'. Leeré Santa Deriva y entre sus páginas intentaré encontrar lo que no me cuentan los periódicos, 'la deriva en que estamos inmersos por estar en el mundo', convencido como estoy de que quien trabaja en la basura conoce bien el mundo y de que -de nuevo María Zambrano- las preguntas son filosóficas, pero el hallazgo es poético.

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