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Columna
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Amigos

La ropa es también una costumbre, el aire que rodea la existencia cotidiana de los amigos, como una marca de whisky o de ginebra, un modelo de coche, una canción o un equipo de fútbol. Al pintor Juan Vida lo he visto muchas veces con su mono de trabajo, que parece un cuadro expresionista sobre los jardines de Granada, pero con olor a aguarrás y a maleza de suburbio. Lo he visto en bañador, envuelto en la costumbre de los paraísos inventados, habitando los ríos, las islas caribeñas y las piscinas que resisten con una sabiduría de alameda la llegada tristona del otoño. Al pintor Juan Vida lo he visto en la costumbre de su ropa de paisano, sin dejarse barbas, patillas o bigotes de pintor, sin marca de artista oficial, pero marcado con la elegancia del que sabe elegir lo que le queda bien, lo que se adapta a él, a sus restaurantes, a sus bares de copas, a sus mañanas de callejeo por la ciudad. Al pintor Juan Vida lo he visto esta semana con chaqué, muy peinado y un poco nervioso, vigilándose a sí mismo, mientras leía su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Granada, y dejando señales en el bosque de los honores y las emociones para no olvidar el camino del regreso. La sinceridad de las palabras del pintor, la seriedad teórica de Ignacio Henares en su contestación y las caras del público que llenaba la sala, me devolvieron a la Granada de los primeros ochenta, cuando los carteles de Julio Juste y de Juan Vida nos enseñaban a mirar los sueños y las calles de una ciudad por fin viva y definitivamente alejada de la posguerra.

Ortega y Gasset afirmó que una persona de izquierdas se parece más a una persona de derechas de su misma generación que a una persona de izquierdas de la generación siguiente. No me tomo esto al pie de la letra, pero sí es verdad que me siento cómodo vitalmente con los saludos y las voces de la Granada progresista de la Transición. Por mucho que discutiéramos entonces, socialistas, comunistas, movimientos alternativos, locos y prudentes, los que quedamos todavía mantenemos hoy una cercanía temperamental, unas heridas y unas certezas comunes. A la sesión de ingreso en la Academia de Juan Vida no asistió ningún representante del mediocre y humillado gobierno municipal que hoy flota en las aguas muertas de Granada. Pero tampoco hacía falta, porque el Ayuntamiento de hoy no tiene nada que ver con la cultura ciudadana y moral que evocó Ignacio Henares al recibir a Juan Vida. Allí estaban quienes tenían que estar, concejales de otra época y de otras culturas, como Juan Mata, o como Mariló García Cotarelo, que fue capaz de enfrentarse al mismísimo embajador de Estados Unidos cuando quiso cerrar una exposición de Juan Vida, porque era obscena y cantaba a Cuba. ¿Qué hubiera pasado si el príncipe heredero de Arabia Saudí hubiese intentado levantar a Mariló de una mesa, como ha sucedido ahora con la concejal de la Mujer? ¿Qué hubieran hecho hace unos años los concejales socialistas y comunistas si, 'por cuestiones de protocolo', se discrimina a una mujer en una comida oficial del Ayuntamiento? A Juan Vida fueron a oírlo los que pertenecen a la Granada de Juan Vida, una Granada llena de color, impertinencia, dudas y certezas a las que no se puede renunciar.

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