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VISTO / OÍDO
Columna
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El honor

Parece que cada persona tiene una cantidad de honor, y no debe haber dos con la misma. Lo digo a partir de la agria situación entre los dos grandes tribunales, el Supremo y el Constitucional, por una sentencia donde se pesa y evalúa el honor y la intimidad de una persona que no nombro porque da igual y quizá pudiera menoscabarla. Varios tribunales han emitido sentencias diferentes en cuanto al precio del honor de esa persona: finalmente ha sido valorado en la cifra más alta. Según se mire: antes el honor costaba la vida de la persona o de varias.

Mezclar intimidad y honor es posible, también: lo que alguien hace o dice íntimamente es un daño a su honor si alguien lo dice o lo fotografía, de donde el honor no cuenta si se oculta. Una antigua definición jurídica decía que escándalo es también aquello que, de conocerse, produciría escándalo.

Puede que a distintos jueces les produzca escándalo distinto. O que dependa de la cantidad de honor de la personalidad en juicio. Una persona acostumbrada a mostrar parte de su intimidad, y alguna otra a venderla para que sea publicada, tendrá un honor más valioso que la recatada: es parte de su medio de vida y notoriedad, y usarlo sin pagar es una estafa. En el medioevo el honor era de quienes eran algo o hijos de algo (hijosdalgo, hidalgos), y no del villano. Poco a poco se fue colocando a los hijos de nadie: interesaba que tuvieran un honor que limitase sus actos y les obligase a acatar un orden.

La propaganda política del Siglo de Oro -de Lope a Calderón-, equivalente a la televisión de hoy, y el 'pensamiento único', que ha sido siempre lo español, metió en los villanos ese sentido, como el de conciencia, y unas normas de moral y de ética: estaba creando la monarquía absoluta y reduciendo a los feudales, los nobles, los militares ('que no hubiera un capitán / si no hubiera un labrador') que podían ser peligrosos al rey.

Aún había un honor mucho menor, como el de los criados, que se explicaban a la manera itálica (Arlequín) y podían tener miedo, huir, revolcarse con las criadas o robar a sus amos, y ser apaleados sin defensa y entre risas. En nuestro año, aprendiz de siglo, somos los nadies, los marginados de alguna manera, los que exigimos el honor para que los hijosdalgo (de otros políticos, generación tras otra) no se excedan. ¡Cómo no van a tener ética, después de siglos exigiéndonosla! ¡Venga, venga, a tener moral!

Nosotros haremos lo que podamos con la carga que nos pusieron: honor, honra, dignidad, conciencia, hombría de bien, pecado y otros mandamientos. Pero ellos, ¡ni un día más sin moral!

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