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Tribuna
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Bienes colaterales

Durante años -más de veinte lleva ETA asesinando contra la democracia- hemos reclamado cooperación internacional para poder derrotar al terrorismo vasco. Durante años hemos sufrido la indiferencia -cuando no la desconfianza- de algunos países vecinos y amigos. Durante años hemos reclamado de todos los Gobiernos democráticos, y principalmente de los socios de la UE, que se enfrenten a los atentados terroristas como actos contra el sistema democrático y los derechos humanos y que se reaccione ante ellos con una política común. Nos ha costado mucho -muchos años, muchos esfuerzos y, sobre todo, demasiados muertos- conseguir que los Gobiernos de nuestro entorno venzan la tentación de seguir considerando que 'esto' no va con ellos.

'Ojalá la democracia reaccione, derrote a los terroristas y resuelva viejos dramas que nunca debieron existir'

Me gustaría pensar que, al fin, la humanidad espabilará y no volverá a ser necesario que sufra directamente el dolor de la quemadura para llegar a comprender que el fuego quema y que es preciso prevenirlo y reaccionar ante él como si ya se hubiera posado sobre nuestra piel.

Pero desgraciadamente la experiencia nos demuestra que hasta hoy no ha sido así. Han tenido que ocurrir grandes tragedias para que los más tomen conciencia de algunas crudas realidades que los menos sufren y denuncian insistentemente cual profetas agoreros.

Así, ha hecho falta una catástrofe de dimensiones apocalípticas para que el llamado mundo civilizado comprenda que el mayor enemigo que tiene la democracia en este siglo de las no fronteras es el terrorismo. Un terrorismo que ha asesinado a miles de ciudadanos en EE UU mientras llenaba de perplejidad y consternación a millones de ciudadanos de todo el mundo. Un terrorismo que ha castigado cruelmente a un país que se sentía invulnerable. Un terrorismo que ha demostrado que frente a la simpiedad y el fanatismo nadie está a salvo.

Ojalá que este drama sirva para que los Gobiernos democráticos reaccionen y establezcan sistemas de colaboración que hagan más difícil a los terroristas conseguir sus objetivos. Ojalá perseguir y detener a terroristas, cualquiera que sea su raza, religión o disculpa ideológica, se convierta en el objetivo fundamental de todos los demócratas. Ojalá todos los Gobiernos democráticos del mundo, todos los dirigentes políticos, los medios de comunicación, los educadores, comprendan que no hay terrorismo leve, que todos merecen el mismo castigo, la misma respuesta democrática de prevención, detención y entrega. Ojalá todos comprendan, por fin, que a los terroristas no se les debe clasificar según el número o la localización de las víctimas; que todo terrorismo es grave porque todos persiguen lo mismo: extender el terror para ejercer para poder así imponer y ejercer el poder de forma totalitaria. Ojalá comprendan todos que hay que aislar política y socialmente a quienes les protegen, disculpan y/o comprenden; lleven turbante, sotana, chubasquero, boina o traje con corbata. Ojalá comprendan que quien es capaz de asesinar con un tiro en la nuca o con una bomba en un coche a una persona a quien conoce no tendrá escrúpulo alguno en lanzar un avión contra una torre; ojalá lo comprendan los de aquí y los de allá, los que sufrimos el terrorismo de ETA y los que hoy en América, en toda Europa, en Rusia, en los países árabes y en el resto del mundo reaccionan ante los atentados del 11 de setiembre formando una alianza internacional.

Dice un amigo mío que estos últimos atentados pueden producir algunos 'bienes colaterales'. De momento, la primera lección que hemos extraído es que un país solo, por importante que sea, no puede combatir y derrotar a quienes, a través de la Red, mueven consignas y dinero y activan comandos de muerte en todo el mundo. De ahí la necesidad de la gran coalición: todos podemos ser víctimas, todos somos necesarios. La segunda conclusión es la asunción de que el terrorismo es la principal amenaza contra la democracia. Un terrorismo que, como decía antes, no tiene fronteras, ni religión, ni ideología. Un terrorismo que nunca tiene razón y causa tampoco.

Un bien colateral sería, una vez extraídas las conclusiones, actuar. Actuar y acertar. Trabajar juntos en la definición del enemigo y en los instrumentos para combatirlo. Trabajar juntos, ahora y también después, cuando se pasen los momentos álgidos o más espectaculares de respuesta. Crear confianza política y, a partir de ahí, instrumentos internacionales que garanticen que los expertos disponen de toda la información necesaria para destruir y desactivar las redes terroristas y para evitar que vuelvan a surgir.

Pero no es el único bien colateral que puede producirse. Los atentados del 11 de septiembre y la respuesta de la alianza internacional nos han inundado de información sobre los conflictos y la desesperación de medio mundo. Y, aunque sería un error buscar la causa del fanatismo en las situaciones de injusticia, penuria y/o falta de libertad de los países en los que anidan algunos de los odios más feroces hacia Occidente, el hecho es que las imágenes que nos llegan deben hacernos reaccionar. Es una desgracia que para reaccionar tengamos que enfrentarnos inevitablemente a la tragedia, pero así es. Y de la misma manera que tuvimos que ver caer las Torres Gemelas en directo para darnos cuenta de cuán vulnerables éramos, así hemos de estremecernos y reaccionar ante las noticias de los niños que mueren de hambre cada minuto o las imágenes de las bombas que arrasan escuelas.

Oí decir un día a Simon Peres que la televisión hace insoportable las guerras y las injusticias. Ojalá sea así. Ojalá la democracia reaccione y, de paso, combata y derrote a los terroristas, atienda y resuelva viejas causas pendientes, viejos dramas que nunca debieron existir.

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