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¿Fin de la ulsterización?

El 15 de diciembre de 1993, se hacía pública por los jefes de Gobierno británico e irlandés -entonces John Major y A. Reynolds-, la Declaración de Downing Street. A partir de ese momento se produce una radical inflexión en el conflicto norirlandés, abriéndose un proceso que, tras el anuncio (entre agosto y octubre de 1994) del cese de la violencia terrorista por parte de los grupos que la habían venido protagonizando durante los últimos 25 años (1969-1994), conducirá al Acuerdo de Viernes Santo (abril 1998). Y en cumplimiento de éste, al desarme de los grupos paramilitares, lo que ha tenido su materialización en el reciente anuncio del IRA sobre el inicio de la inutilización de su arsenal de armas de forma verificable. Aunque hayan transcurrido casi ocho años desde entonces, o precisamente por ello, conviene recordar -sobre todo a los desmemoriados que ahora se atribuyen el protagonismo en el proceso de pacificación desde su inicio- que la Declaración de Downing Street sólo fue acogida favorablemente en su día por John Hume, líder del SDLP, y por el pequeño partido interconfesional Alliance. El resto de las fuerzas norirlandesas se mostraron muy reticentes o la rechazaron. Así, J. Moulineaux, entonces líder de los Unionistas del Ulster (UUP), la calificaba de 'tortuosa' y advertía que se mostrarían 'vigilantes'; más contundente se mostraba Gerry Adams en nombre del Sinn Fein, para quien resultaba 'decepcionante'; y el unionismo radical, por boca de J. Pasley, estimaba que era 'un acto de traición'. Para dejar las cosas más claras, los distintos grupos paramilitares, tanto los unionistas probritánicos como los nacionalistas irlandeses, siguieron ejerciendo el terrorismo.

Es precisamente en este periodo (mayo 1994) cuando se produce uno de los atentados más espectaculares del IRA, el ataque con morteros contra el aeropuerto londinense de Heathrow. Pero la situación va a experimentar un cambio radical en agosto de 1994, cuando el IRA anuncia de forma inesperada el cese de su actividad armada, decisión que será seguida a continuación por los principales grupos paramilitares unionistas (hubo grupos en ambos bandos que no se sumaron a esta decisión, si bien permanecerán inactivos). Se abría así un nuevo escenario, desconocido desde 1969: la renuncia al 'uso de la violencia paramilitar o al apoyo a ella' y el 'compromiso de utilizar medios exclusivamente pacíficos' permite abrir un 'diálogo entre el Gobierno y los partidos políticos', tal y como se preveía expresamente en la Declaración de Downing Street.

Es en este nuevo marco, al que dicha declaración da cobertura política, en el que va a desarrollarse el complejo proceso negociador entre las fuerzas norirlandesas, que, pese a los rebrotes esporádicos de la actividad terrorista (1996-1997), culmina con el llamado Acuerdo de Viernes Santo (abril 1998). A diferencia del texto de Downing Street, que se situaba en el terreno de la declaración común de intenciones por parte de los gobiernos británico e irlandés, el Acuerdo de Viernes Santo, suscrito por las fuerzas políticas norirlandesas, fija el nuevo marco institucional para Irlanda del Norte y las medidas a adoptar para el futuro inmediato. Y entre ellas, una de singular trascendencia para la continuidad e irreversibilidad del proceso de pacificación: el desarme ('decommissioning') de los grupos paramilitares, que deberá efectuarse a los dos años (mayo 2000) de entrar en vigor del Acuerdo. Será este punto el que a partir de entonces constituirá la clave para despejar definitivamente el camino hacia la paz o para su bloqueo.

Así lo pone de manifiesto las repetidas crisis institucionales que se han sucedido, primero con motivo de la formación del Gobierno norirlandés (1999) y después con la suspensión temporal (en febrero de 2000 y este último verano) de las instituciones surgidas del Acuerdo de Viernes Santo; en todos los casos, como consecuencia del incumplimiento de las previsiones sobre desarme. En este contexto, el reciente anuncio por el IRA del inicio de la inutilización verificable (por la Comisión Independiente Internacional de Desarme, IIDC) de su arsenal constituye, sin duda, un paso importante en el camino de la pacificación definitiva. Es un acto que tiene, más que nada, valor simbólico -no es necesario disponer de un gran arsenal para matar-, pero hay algunos actos simbólicos con más valor efectivo que el objeto material -las armas en este caso- que simbolizan. Sería de desear que se sucedieran más actos simbólicos de este signo, porque las profundas heridas causadas por la violencia sectaria -entre 3.200 y 3.600 víctimas mortales- tardarán tiempo en cicatrizar y, lo que es más preocupante, pueden servir para frustrar unas expectativas de paz que todavía distan mucho de estar definitivamente consolidadas.

Pero no faltarán entre nosotros quienes, aprovechando que la ría de Gernika pasa por Belfast, tratarán de arrimar el ascua irlandesa a su particular sardina política, y a nadie le resultará difícil encontrar similitudes o diferencias (que de las dos hay) entre la situación norirlandesa y la vasca. Mejor sería que tratáramos de extraer las enseñanzas de esta experiencia que nos ayuden a solucionar nuestro propio problema. Porque si algo ha dejado claro el proceso de Irlanda desde la Declaración de Downing Street hasta ahora es que, a pesar de las dificultades -muy superiores en el Ulster, ya que allí han cristalizado dos comunidades enfrentadas en el sentido fuerte del término-, todo es posible... si hay realmente voluntad de paz y si, en consecuencia, se renuncia, como se dice expresamente en el Acuerdo de Viernes Santo, 'a cualquier amenaza o uso de la fuerza con fines políticos'.

Si bien no podemos dejar de ser razonablemente escépticos ante el futuro, quizá las palabras con que se abre la Declaración que sirve de base al Acuerdo puedan servir para mantener la esperanza: 'Nunca debemos olvidar a aquellos que han muerto o han sido heridos, ni a sus familias. Sin embargo, como mejor podemos honrarles es comenzando de nuevo y dedicándonos con firmeza a conseguir la reconciliación, la tolerancia, la confianza mutua, la protección y la garantía de los derechos humanos de todos'. No cabe duda de que, si se sigue esta orientación, la 'ulsterización' desaparecerá de vocabulario político como un término peyorativo para referirnos a situaciones indeseables. Tiene especial interés para nosotros saber si será sustituido por el de 'vasquización' con un significado equivalente.

Andoni Pérez Ayala es profesor de Derecho Constitucional de la UPV-EHU.

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