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Columna
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Parábola

Miquel Alberola

A finales de los setenta, cuando el nombre de Joan Lerma se puso sobre la mesa como probable hombre fuerte del socialismo valenciano, no había ninguno de los sacerdotes del oráculo que apostase cien duros por ello. Cualquiera de los nombres de la primera línea de ese partido -el difunto Manuel del Hierro, por ejemplo- tenía mucha más capacidad y recursos que él, que hasta entonces sólo había demostrado maneras haciendo bulto o yendo a comprar tabaco al resto. Sin embargo, Lerma estuvo tres legislaturas en el Palau de la Generalitat, incluso parece que aún no ha descartado la idea de volver. Ésa fue una prueba incontrovertible de que la política no es una ciencia exacta. Lo mismo ocurrió con Eduardo Zaplana. Ninguno de los finos analistas políticos daba un cigarro por él. Estaba manchado en origen por haber accedido a la alcaldía de Benidorm con el voto de una tránsfuga que había mejorado sus condiciones de vida -también las de su familia- nada más darle su apoyo. Incluso estaba en las cintas del caso Naseiro al borde de la raya, insinuando el cobro de comisiones para comprarse un Opel Vectra de 16 válvulas. En cambio, Zaplana no sólo fue proclamado candidato del PP a la Generalitat, sino que lleva camino de convertirse, quizá a su pesar, en fósil como Fraga. El mismo planteamiento ha imperado en el gremio respecto al último secretario general del PSPV, Joan Ignasi Pla, sobre el que muy pocos, más allá de los que esperan roer a su cobijo, ponen la mano en el fuego. Pero acaso, como siempre sucede, el futuro resulta inverso a como es percibido por los profetas de la política. En ese sentido, existe una imagen que casi da fe de que el destino de Pla no será diferente al de los dos anteriores. En una de las típicas carreras de diputados ciclistas, Pla derrapó y la caída le causó una herida en la pierna muy profunda. Entonces, cualquier persona en sus circuntancias hubiese subido al coche escoba para que le llevara al hospital más cercano a curarse. Por el contrario, Pla montó de nuevo a la bicicleta, con el fémur casi al aire, y logró terminar la carrera muy por delante de quienes pasaron a su lado mientras yacía en el suelo. Y ése es el tema.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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