Perspectiva económica
Admito con cierta sorpresa la calma, no exenta de excitación infantiloide, con que este país se tomó el inicio de la más indefinida de las guerras hasta ahora acaecidas a la humanidad. Como tierra castigada ya durante años por el terrorismo deberíamos saber que éste, cuando consigue enquistarse, es una hidra de muchas cabezas y gran longevidad.
En el plano internacional, desde Europa nos llega la impresión de que los gobiernos están más preocupados que el nuestro en el frente económico. La UE se encuentra metida en un fuerte contratiempo, un revés que agrava una situación ya alarmante antes del derrumbamiento de las Torres Gemelas. Pero el pánico, si lo hay, se disimula profilácticamente con el fin de que no engendre más pánico. De todos, es el gobierno español quien mejor prodiga esta dudosa partida de cartas. Nuestra economía está cogiendo una gripe que no tumbará al paciente, pues éste es robusto como una roca; gracias, en parte, al mejor responsable de asuntos económicos que hayamos tenido en nuestra historia, según la apreciación del jefe señor Aznar. Creceremos algo menos durante uno o dos años y eso habrá sido todo. Por supuesto, el engorde español será el más holgado de la UE, gracias también a que somos más guapos y a que (pero esto no se dice) sube más quien más abajo está. No vayamos bastante más deprisa que ellos y perderemos de vista hasta a Irlanda, que a horas de hoy ya nos ha pasado delante en renta per cápita.
¿Qué dice el paisanaje? Según las encuestas, a nuestros conciudadanos les atosiga el paro -como ya antes del letal ataque a las Torres- pero tampoco ha cundido el pánico. He oído a gente decir que el actual conflicto es americano y no va con nosotros. Aquí estamos a salvo, aunque la experiencia nos diga que si USA sufre un resfriado los demás agarramos una neumonía. Al parecer, eso era antes del euro, como si la presente crisis llegada de Estados Unidos no hubiera tocado a Europa con euro y con Torres. Con todo, se olvida lo que no se quiere recordar. Ahí está ese segmento del sector turístico que se frota las manos ante la perspectiva de una invasión de visitantes europeos, pues a ver quién opta por irse a un país árabe o musulmán. Como profecía económica de conjunto, esto huele a alegre desmesura sin causa.
¿Qué dicen los economistas? De todo hay. En general, predomina la corriente que llamaré Deux ex machina. Como en esas novelas, ensayos y estudios demográficos y ecológicos en que pintan bastos por los cuatro costados y después de haber puesto al lector al borde del colapso, en las páginas finales le escamotean la desesperanza con recetas tan bien cocinadas que la opresión desaparece de los pechos y vuelve la sonrisa. De momento, la pelota está en el alero. Es un hecho que (cuando escribo este artículo) las reservas turísticas han sufrido un considerable descenso. La construcción, otro gran pilar de la economía ibérica, todavía crece, pero menos y en plan burbuja. Prolifera el 'se vende'. Según el especialista José Manuel Laredo, se construyen viviendas al margen de la realidad. La mayor parte de ellas son secundarias o desocupadas. Con todo, los precios superan siete veces a los que eran corrientes en 1985, mientras los salarios sólo se han doblado. Gran cosa invertir en una vivienda... si la burbuja no estalla. ¿Qué ocurre con otros factores? ¿Nos salvará la exportación? Con cierta frecuencia, una guerra ha sido económicamente buena para quien la hace y para algunos de sus aliados, pero no parece ser el caso español; sobre todo, en una guerra difusa, en la que el bando cristiano multiplica los ingenios tecnológicos y si se ponen duras puede pasarse sin nuestros productos tradicionales. Encima, no podemos recurrir a la devaluación, estamos en y con el euro. En cuanto al precio del petróleo por ahora va bien, pero ya Arabia quiere disminuir la producción para hacer subir el crudo. ¿Qué decir de las elevadísimas inversiones de España en Latinoamérica? Aquella zona está amenazada de una profunda depresión y hay allí billones de pesetas en entredicho. En cuanto al avión, que viajen los Wright.
¿Qué ocurre? ¿Que el mundo se acostumbrará a convivir con una guerra que se entrevé muy larga? ¿Que cuando ya nos aburramos hasta del aburrimiento las aguas volverán a su cauce, según opinión de no pocos economistas y otros opinantes? De los análisis económicos me choca poderosamente una cosa: ellos hablan de una economía de guerra... convencional. Pero ni es convencional esta guerra ni parece previsible que su duración sea, a lo sumo, de breves años. Este conflicto que vive el mundo es de tal naturaleza, que predecir su curso futuro roza el ridículo. Me imagino que los futurólogos ya estarán montando posibles escenarios. Pero ellos serán tales que el más inverosímil puede que dé en la diana y el más verosímil termine en fiasco monumental. Para empezar: ¿es posible que acabemos por convivir con la guerra y la sumemos al número de accidentes, el más grave, si se quiere, de los que pueblan la vida colectiva? ¿No es más lógico suponer que los talibán o sus sucesores, por heterogéneos que éstos sean, estarán de acuerdo en algo? ¿Qué algo? Precisamente, provocar ese estado de modorra que consiste en incorporar la tragedia, en convivir con ella. De pronto, otro atentado de gran calibre y vuelta al caos psicológico que es tanto como decir a la inestabilidad económica. Muy presumiblemente, los talibán saben que no van a postrar a Occidente con sus armas bioquímicas. Envíennos ántrax, botulismo, lo que sea. Causarán miles, centenares de miles de muertos, millones. Pero Occidente tiene recursos científicos y tecnológicos suficientes -aparte de que está creando otros nuevos con sorprendente rapidez- como para sucumbir por ese lado. Tal vez piensen que si un arma puede resultar letal es el caos de los mercados económicos. Unos cuantos sustos espaciados, como los de las Torres, podrían acaso, exasperar los ánimos hasta un punto de no retorno, que para ellos sería el paraíso y para nosotros no sabemos bien qué.
¿No podrían volar los pozos de petróleo? ¿No podrían...? 'Usted quiere que nos coja el toro', dirán los economistas. Naturalmente, prefiero que tengan razón.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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