De la brisa a la galerna
El muy bien organizado ciclo Emociona!!!Jazz convocó en sus etapas finales a los grupos de Paul Motian y David Murray, dos músicos importantes del último cuarto del siglo XX. En el caso de Motian, la estimación se queda incluso corta, porque el batería ya hacía historia en 1956 dentro del trío de Bill Evans.
Admirable Paul Motian. Su trayectoria, recta como una baqueta, siempre ha seguido la pista de la música más desafiante y de los músicos que se atreven a plantarle cara. A sus 70 años, todavía da la impresión de ser el más despierto y bullidor dentro de un grupo eminentemente joven. Para Motian, el pasado es una rémora fastidiosa y el futuro ya llegará si le apetece. Lo que le interesa es el presente a la décima de segundo, la idea centelleante, mantenerse alerta para responder de inmediato y avanzar aplastando clichés y otras malas hierbas artísticas.
Paul Motian Electric Bebop Band / David Murray Quartet
Paul Motian (batería), Pietro Tonolo y Chris Cheek (saxo), Ben Monder y Steve Cardenas (guitarra) y Anders Christensen (bajo eléctrico). Auditorio Conde Duque. 1.500 pesetas. Madrid, 26 de octubre. David Murray (saxo tenor y clarinete bajo), D. D. Jackson (piano), Ray Drummond (contrabajo) y Andrew Cyrille (batería). Auditorio Conde Duque. 1.500 pesetas. Madrid, 27 de octubre.
Dos saxos humanizados por Pietro Tonolo y Chris Cheek, y dos guitarras, muy bien tratadas por Ben Monder y Steve Cardenas, le confirieron a la música un enigmático reborde sonoro, una especie de sombra escéptica ideal para atrapar con doble garra el espíritu de la exquisita dieta temática, extraída en buena parte de su fenomenal disco Europe (Winter & Winter), que propuso la Electric Bebop Band. El director del grupo abundó en ritmos liberados de simetrías triviales y, como arreglista, jugó la baza del contraste entre desarrollos largos y resúmenes casi aforísticos. En ambos casos, la música sonó elocuente y persuasiva.
David Murray revalidó en la siguiente jornada su reputación de saxofonista borrascoso, que no ceja hasta desatar una galerna en toda regla. Su saxo pareció un serpentín infernal: los sonidos escaldaban cuando salían por la campana en espiral ascendente, infinita y continua, sin hueco para el silencio o la reflexión. Y así, desde el primer segundo. Lógicamente, le resultó imposible mantener tal intensidad. Ya en fase de enfriamiento, las subidas en cohete a los registros agudos sonaron próximas al estereotipo, y las reiteradas demostraciones de respiración circular, a simple ejercicio gimnástico. No obstante, Murray confirmó en los tempi reposados que posee uno de los sonidos más imponentes de la historia del tenor y que es un improvisador sincero. La épica cabalgada que brindó sobre el Mister P.C. de Coltrane puso emoción terrenal a una noche estratosférica.
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