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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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No acabará cuando termine

Resto de destinos

Acaso fascinados y sobrecogidos por el horror de las imágenes, es posible que no se haya insistido bastante en el hecho crucial de que en las crónicas televisivas -en los largos crepúsculos de estupor que siguieron a la masacre- era frecuente ver a personas de multitud de etnias sumidas en un mismo desconcierto callejero. Esa porosidad étnica ha dejado de ser atributo exclusivo de las grandes ciudades, la inmigración acude allí donde se vislumbran perspectivas de trabajo, y pronto la enorme movilidad social podría velar la moderna distinción entre lo rural y lo urbano, una adquisición tardía del siglo pasado. Se trata de imágenes que requieren de varios miles de palabras para comprenderlas en toda su complejidad, ante las que de nada vale el torpe optimismo de los buzones de correos que todavía distinguen entre Ciudad y provincia y Resto de destinos.

Lo más curioso de las cosas que están pasando es que de pronto todo el mundo es especialista en islamismo político y está al cabo de la calle sobre nuevas estrategias bélicas en la infancia del siglo

El prestigio de la muerte

Es curioso en Marx que estuviera tan cerca de entender la simbolización de la conducta humana y que despachara la ideología religiosa en poco menos que unas líneas apresuradas. El mismo que en el análisis de la circulación de las mercancías sugiere que se intercambian relaciones sociales en la permuta de productos, para rematar con un rotundo 'No lo saben, pero lo hacen', es capaz de no ver en la predisposición religiosa sino un estupefaciente a erradicar por la modernidad del empuje capitalista. Desatención grave que obvia las ricas contradicciones del alma humana a favor de la boba tabla rasa de la enajenación. Todas las personas sensatas habrían de ser felices abrazando el ideal comunista, pero persisten por decenas de millones los desdichados que se obstinan en atribuir al dios de su preferencia el terrible prestigio de la muerte como testimonio definitorio y último de una buena causa.

Cuestiones de género

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Viendo el otro día un mediocre montaje de una obra de Eugene O'Neill, se me fue el santo al cielo rumiando en la oscuridad de la sala sobre la pertinencia de género en el arte contemporáneo, si así puede decirse. La palabrería impostada del autor sonaba a reumatismo temprano, y tenía la terrible sensación de estar asistiendo al teatro, cosa que nunca sucede con un Shakespeare más o menos bien resuelto. A partir de ahí me entregué a fantasías inocentes, del tipo de en qué circunstancias conocería Oona O'Neill a Charlie Chaplín o, lo que es peor, qué argucia del destino llevó a Geraldine Chaplín a trabajar con Carlos Saura. Me repuse de esa peligrosa obnubilación para dejarme llevar por la escena iluminada. En vano. ¿Por qué es tan difícil alcanzar hoy el tono de la tragedia clásica, cuando las pasiones humanas son las mismas? ¿Será porque ya casi nadie asume el riesgo de construir grandes metáforas?

Pan y chocolate

La verdad es que el fiasco cantado de la primera Bienal de Valencia cabe atribuirlo a la propensión propagandista de sus inspiradores. Bien está confiar en el impacto mediático como efecto multiplicador de la obra bien hecha, pero es cosa de políticos sin principios la exagerada confianza en que puede sustituirla. Ahora mismo se inicia en Madrid un Festival de Otoño que, con parecido presupuesto al dispensado aquí al caballo de Troya de Irene Papas, reúne en un mes a lo mejorcito de cada casa, incluido un Bob Wilson que hace un montaje de verdad y no unos bolos valencianos de nada. Observaciones de trasnochado que no harán mella en quienes -como diría Henry James en Retrato de una Dama- tienen uno de esos rostros que no disponen de una gran gama expresiva, de modo que su aire de satisfecha sagacidad es aún más meritorio. El rostro de una apasionada insolvencia.

Bobadas del surrealismo

Lo saben bien los estudiosos de la conducta infantil. Observando a los niños en el parque o atendiendo sus ocurrencias verbales (y eso que infancia quiere decir sin voz) se aprende también que el surrealismo es una especie de tontería semiautomática que a menudo tiene menos interés que las gracias de los más pequeños, y que su contradicción insalvable reside precisamente en la intrusión de la mirada adulta en un proceso de percepción para el que se reclama la ausencia de prejuicios. Cuando un niño pregunta en La Glorieta si el nombre de ese jardín significa que es una gloria pequeñita, está dinamitando el signo de una manera más precisa que los relojes flácidos de Dalí, que no son más que la brillante ilustración de un concepto anterior. Como en literatura. Salvo que se quiera equiparar la puerilidad de André Breton en versos como 'la primavera se afila las uñas' a la exacta solemnidad de Faulkner al sugerir que 'la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde'.El prestigio de la muerte

Es curioso en Marx que estuviera tan cerca de entender la simbolización de la conducta humana y que despachara la ideología religiosa en poco menos que unas líneas apresuradas. El mismo que en el análisis de la circulación de las mercancías sugiere que se intercambian relaciones sociales en la permuta de productos, para rematar con un rotundo 'No lo saben, pero lo hacen', es capaz de no ver en la predisposición religiosa sino un estupefaciente a erradicar por la modernidad del empuje capitalista. Desatención grave que obvia las ricas contradicciones del alma humana a favor de la boba tabla rasa de la enajenación. Todas las personas sensatas habrían de ser felices abrazando el ideal comunista, pero persisten por decenas de millones los desdichados que se obstinan en atribuir al dios de su preferencia el terrible prestigio de la muerte como testimonio definitorio y último de una buena causa.Cuestiones de género

Viendo el otro día un mediocre montaje de una obra de Eugene O'Neill, se me fue el santo al cielo rumiando en la oscuridad de la sala sobre la pertinencia de género en el arte contemporáneo, si así puede decirse. La palabrería impostada del autor sonaba a reumatismo temprano, y tenía la terrible sensación de estar asistiendo al teatro, cosa que nunca sucede con un Shakespeare más o menos bien resuelto. A partir de ahí me entregué a fantasías inocentes, del tipo de en qué circunstancias conocería Oona O'Neill a Charlie Chaplín o, lo que es peor, qué argucia del destino llevó a Geraldine Chaplín a trabajar con Carlos Saura. Me repuse de esa peligrosa obnubilación para dejarme llevar por la escena iluminada. En vano. ¿Por qué es tan difícil alcanzar hoy el tono de la tragedia clásica, cuando las pasiones humanas son las mismas? ¿Será porque ya casi nadie asume el riesgo de construir grandes metáforas?Pan y chocolate

La verdad es que el fiasco cantado de la primera Bienal de Valencia cabe atribuirlo a la propensión propagandista de sus inspiradores. Bien está confiar en el impacto mediático como efecto multiplicador de la obra bien hecha, pero es cosa de políticos sin principios la exagerada confianza en que puede sustituirla. Ahora mismo se inicia en Madrid un Festival de Otoño que, con parecido presupuesto al dispensado aquí al caballo de Troya de Irene Papas, reúne en un mes a lo mejorcito de cada casa, incluido un Bob Wilson que hace un montaje de verdad y no unos bolos valencianos de nada. Observaciones de trasnochado que no harán mella en quienes -como diría Henry James en Retrato de una Dama- tienen uno de esos rostros que no disponen de una gran gama expresiva, de modo que su aire de satisfecha sagacidad es aún más meritorio. El rostro de una apasionada insolvencia.

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