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LA CRÓNICA
Columna
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En la frontera

Si supiera tocar el acordeón y afinar con voz de licor clandestino me gustaría cantarles una copla titulada Corrido fronterizo de la Riera Blanca. Pateando el suelo con botas como las del bigotudo presidente Fox y moviendo la cintura cual macarra en celo, les contaría que cada una de las aceras de la Riera Blanca pertenece a un municipio distinto. Una, a L'Hospitalet. Otra, a Barcelona. Se parecen, sí, pero no son iguales. Cada hemisferio de esta avenida tiene sus propias leyes. En el lado de L'Hospitalet, los quioscos son antiguos, metálicos y de un color verde parecido al de las papeleras y casetas de la ONCE. En el lado de Barcelona, en cambio, las papeleras son grises y las casetas de la suerte de un azul como el del neón del burdel de Tijuana en el que me gustaría actuar. Pero hay otros colores: el amarillo del contenedor rebosante de basura situado bajo el letrero que, en la esquina de la Riera Blanca con la Travessera de les Corts, dice: 'Benvinguts a la ciutat'. Justo delante, brilla el centro cultural, con su orgullo de equipamiento público, construido contra la especulación y el abandono sobre el terreno abonado por un vecindario que resistió toda clase de presiones para defender un territorio que, pese a la erosión del progreso, sigue emanando un sano olor a barrio.

La Riera Blanca, territorio 'tex-mex' entre Barcelona y L'Hospitalet, una acera para la una, la otra para el otro. Variedad de estilos y mensajes

Si supiera cantar como manda el diablo, les contaría que, hace siglos, este municipio se llamó Provençana, un nombre más dulce que el de Santa Eulàlia y Hospital de la Torre Blanca, núcleos de una unificación que culminó con la denominación actual. En el Museo Arqueológico hay una pieza funeraria (Cap de medusa) que da fe del paso de los romanos por aquí. Ahora, además de catalanes de primera, segunda o tercera generación y algún que otro romano despistado, abunda una variada inmigración que, a tenor de la oferta de los tres locutorios telefónicos que hay en la riera, es mayoritariamente latinoamericana. Las tarifas para llamar sorprenden por lo barato, aunque no tanto como el menú de 245 pesetas que sirve el bingo del cine Continental, un manjar compuesto por, pongamos, entremeses de ensaladilla, jamoncitos de pollo al ajillo con patatas panaderas, pan, agua, copa de vino o refresco y café. Repito: 245 pesetas. Si te quedas con hambre, un poco más abajo, hay una churrería situada frente a un cartel redactado por un fiera: 'Prohibido arrojar basuras y escombros bajo multa'. A unos metros, un chatarrero le hace la autopsia a un aparato de televisión desahuciado por los distintos servicios de reparaciones de la zona. Me saluda con un buenos días y compruebo que tiene cara de cantante de corridos. En el patio de la escuela del lado de Barcelona, una tropa multirracial practica un fútbol de patadón y codazo en los córneres. En el patio de la escuela del lado de L'Hospitalet, cerca de la plaza de Guernica, una paloma realiza un aterrizaje de emergencia. Las paredes, las farolas, los escaparates, los contenedores, cualquier superficie es susceptible de convertirse en tablón de anuncios. Se venden y compran pisos y plazas de aparcamiento, se pintan paredes, se ponen cremalleras y se tiñen toda clase de pelos y pieles. En un escaparate, veo el siguiente anuncio: 'Escritora busca con urgencia profesor para pasar a limpio libro que espera editorial'.

Como un suave tobogán, la riera se desliza bajo dos túneles paralelos: el de la vía del metro y el de la vía del tren, una frontera más en estas fronterizas tierras movedizas. Los alegres colores del patio de la guardería La Maternal de Pitiloro contrastan con el gris de los ojos de una chica que, esperando a un novio o un autobús, luce un delfín tatuado en el hombro. De la sala rociera Canela Fina, decorada con azulejos de carmen granadino, sale un señor con una guitarra a cuestas. Le sigo hasta la oficina de Pollo Fax, donde se reparten pollos asados a domicilio, un negocio parecido al vecino Tele Pizza, donde, por cierto, se necesita personal. En el lado de L'Hospitalet, hay pirulís con reloj incorporado que anuncian la radio local (96.3 FM) y bailongos varios. Es difícil digerir tantos estímulos visuales. Mi mirada salta del escaparate de una lencería al de una tienda de prendas laborales, pasando por las fotografías de una academia de artes marciales. Antes de ser arrastrado por el tráfico de la riera, un aforismo me cruza la cabeza como una estrella fugaz: el corrido es a la música lo que la defensa personal a las artes marciales. Me dejo llevar por la corriente. Veo La Boutique del Minicoche, el salón deportivo granja Villegas, una floristería en la que también se pueden comprar peces, un mecánico con un puro encendido en la boca que trabaja y al que le importa un carajo que su taller explote a causa de una chispa, más cagadas de perro en la orilla de Barcelona que en la de L'Hospitalet, la sugerente fotografía que anuncia, para el 9 de noviembre en la Discoteca Caribe Caliente, a partir de las 21 horas hasta el amanecer, la actuación de Segundo Rosero (Ecuador) y Lucho Barrio (Perú). Parece el cartel de un combate de boxeo. Quizá vaya a verlos. Quizá aprenda algo. Quizá me atreva a cantar el Corrido de la Riera Blanca. En la frontera.

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