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Viena, la segunda juventud de una ciudad imperial

El nuevo barrio de los museos revitaliza la capital austriaca

Viena, la vieja señora imperial, se ha hecho un lifting espléndido. Cuando se trata de afrontar el siglo XXI en condiciones similares -¿por qué no?- al Berlín cultural, la cirugía urbanística y cultural es mucho más que un trámite obligado. Y he aquí que, sin desmerecer ni violar el mito del imperio de los Habsburgo, sin violentar el alambicado mundo de Sissí -aquella emperatriz-niña eterna-, sin derruir el encanto del kitsch decimonónico, sin olvidar las raíces burguesas, el enorme patrimonio musical consolidado y sin traicionar el esplendor modernista ilustrado, el lifting recién terminado en el MQ (Museums Quartier, el barrio de los museos), ha devuelto a la vieja señora un interés notable.

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Viena contrasta la libertad de Klimt en sus paisajes

Es casi como si los austriacos, tan conservadores que no han tocado una sola piedra de la vieja ciudad -lo cual debe de ser un caso casi único en el mundo, si prescindimos de La Habana-, se hubieran atrevido a vestir a Sissí con la más ultramoderna minifalda. Y, una vez perpetrada la osadía, es decir, ahora mismo, al contemplar el resultado en los ojos ajenos del viajero, lo cierto es que la minifalda no sólo rejuvenece y favorece a la vieja señora, sino que le descubre un glamour de rasgos singulares que posiblemente habría encantado al gran Mozart bohemio y atrevido.

Viena lleva largo tiempo preparándose para ofrecer ese rostro nuevo al mundo. El espectacular urbanismo del barrio que alberga la sede de Naciones Unidas, que supuso la remodelación del curso del Danubio y creó una interesante y poco conocida zona urbana, forma parte sustancial de esa operación de rejuvenecimiento (es altamente recomendable visitar esa Viena, desconocida salvo para los arquitectos y especialistas). El resultado de esta y de otras intervenciones, paralelas y recientes, no menos interesantes en la conservación, adecuación y modernización del espectacular patrimonio imperial -ya quisiera Walt Disney haber tenido en nómina a los emperadores austriacos y también a los arquitectos modernistas Otto Wagner y Adolf Loos- es una nueva ciudad que hace que, como el ave Fénix, la vieja dama resurja de sus cenizas. Y exhiba orgullosamente su esplendoroso pasado y su presente, vivo y, quizá, indómito.

El último acto de esa gran operación estratégica -cuyas raíces habría que buscarlas en un intento de encontrar un papel internacional para la capital, humillada tras la II Guerra Mundial- consiste en que, sin perder su carácter peculiar, Viena siga siendo un foco de cultura de atracción universal. El nuevo barrio de museos (MQ), que entre el 15 y el 29 de septiembre ha inaugurado tres nuevos centros, el Mumok (Museo de Arte Moderno), el Leopold Museum y el Zoom Kindermuseum (un experimento pedagógico novedoso), cumple ya, con enorme competencia, este papel.

El MQ es un complejo de 10 nuevos focos culturales y está situado en las antiguas caballerizas del Palacio Imperial (Hofburg), a dos pasos de los muy interesantes y bien conservados museos Kunsthistorisches (Pintura) y Naturhistorisches (Ciencias Naturales), del Palacio Imperial -y sus apabullantes colecciones de vajillas, sus habitaciones imperiales donde el espíritu de Sissí se desparrama en intimidades gimnásticas y peluqueras- y de otros puntos de no menor interés tradicional. Las estrellas del MQ son, sin duda, el Leopold Museum (abierto el 23 de septiembre) y el Mumok (abierto el 15 de septiembre), pero vale la pena señalar que su vocación es reunir otros focos de las artes experimentales y aplicadas, así como hacer que el conjunto adquiera vida propia mediante restaurantes, tiendas y talleres artesanales de todo tipo que se han instalado en sus alrededores. Consolidada en la música, Viena se redescubre en el arte y en una nueva bohemia.

El Leopold Museum, un cubo blanco que firman los arquitectos vieneses Ortner & Ortner, expone únicamente obra autóctona en un panorama que da sentido a la trayectoria del arte del país centroeuropeo. Por una vez, el nombre del museo no se debe a un archiduque sino a un médico, Rudolf Leopold, que coleccionó lo más interesante de la producción austriaca del siglo XIX y, sobre todo, del XX. Las obras que se exhiben de Egon Schiele, Gustav Klimt y Oskar Kokoschka, por ejemplo, quitan el aliento y valen, por ellas, la visita.

Basalto negro

El Mumok, un cubo redondeado de basalto negro que firman los mismos arquitectos, es en este aspecto un complemento interesante del Leopold y una apuesta decidida por la contemporaneidad más rompedora. En él se exhiben tendencias internacionales (no muy interesantes, por cierto, pero excelentemente representadas) y se contextualizan en sus precedentes, desde el surrealismo hasta el arte pobre, del expresionismo al minimal, sin escatimar medios tecnológicos avanzadísimos. Los dos museos marcan un hito histórico en la nueva Viena y merecen una visita reposada.

A su lado, el visitante puede echar una mirada al nuevo Centro de Arquitectura, al Tabak Museum, al Kunsthalle (dedicado a las artes televisivas), al Art Cult Center y a otras zonas de experimentación de diversas iniciativas culturales, y participar en los diversos actos, conciertos, representaciones del Festival de Viena (donde se han programado unas Bodas de Fígaro, de Mozart, dirigidas por Riccardo Muti), o exposiciones programadas para toda la temporada. Un centro de información (todavía poco acostumbrado al español) ha diseñado, junto a los clásicos del Jugendstil o de la Viena imperial, un interesante itinerario artístico por 14 galerías y cafés vieneses dedicados a la plástica de última hora (la información está en: www.info.wien.at).

El complejo MQ, diseñado por los arquitectos Laurids, Ortner y Wedhom, ha servido también para lanzar -¿como un Montmartre del siglo XXI?- el muy interesante barrio de Spittelberg, en donde vivían en pequeñas casas -perfectamente rehabilitadas y con gran encanto bohemio- los trabajadores de la antigua Viena. Hoy, en Spittelberg se juntan tiendas con el ultimísimo diseño, los cafés con Internet (mantenidos con dinero público), anticuarios y artesanos multiculturales en una amalgama mestiza que lleva su propia vida y horarios (es posible cenar allí de madrugada en restaurantes franceses o italianos, pero también en cafés vieneses). Un barrio, pues, para perderse a cualquier hora del día y plagado de gente joven.

Esta Viena inquieta y nueva vive también hoy en otro excepcional espacio de exposición, el MAK (Museo de Artes Aplicadas), recientemente renovado y que es ejemplo de cómo un viejo museo cobra una nueva vida y se convierte en expresión del estilo contemporáneo. Cercano a la catedral, las salas de este palacio, inaugurado en 1864, son lugar de experimentación donde diversos diseñadores internacionales han reordenado los espacios y las piezas. Además de los fondos propios, diversas exposiciones (en la actualidad, una interesante muestra sobre los trabajos del actor, cineasta, fotógrafo y pintor norteamericano Dennis Hooper) son objeto cotidiano de estudio por parte de alumnos de escuelas de diseño y bellas artes. Su tienda y su restaurante son muy recomendables.

Música y palacios

Estas novedades que conmemoran el Año de las Artes (2001- 2002) son la cara nueva de una Viena cuyo encanto tradicional, hecho de fastos imperiales, música de primera fila y deliciosos cafés-pastelería, no sólo se mantiene, sino que se ha visto reforzado. La visita a los palacios imperiales de Hofburg (residencia de invierno de los Habsburgo), con su increíble colección de vajillas y platería, y el palacio de Schönbrum (complejo palaciego de verano que incluye un teatro y un zoo, al que se llega por el espléndido metro vienés) sigue resultando imprescindible para conocer la esencia de un país al que aún le cuesta digerir que ya no es el centro del mundo. Uno puede oír, por ejemplo, en la explicación grabada que se da en uno de los recomendables tours que salen de la plaza de la Ópera, que el país de los Habsburgo 'llegó a reinar en América Latina por medio de la corona española', lo cual provoca una sonrisa.

Pero la grandeur imperial no sólo está en esos palacios, o en el muy recomendable de Belvedere, con su fabulosa colección de Klimt. Está en el urbanismo, en calles y plazas, en las iglesias barrocas -en no pocas de ellas, por cierto, se rinde culto al beato Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei- o en innumerables monumentos del XVIII y del XIX.

Y luego está la música. A caballo entre los palacios y el pueblo llano, el culto a Mozart, a Beethoven, a Wagner y a los maestros barrocos es una constante en toda época del año. Vale la pena asistir a cualquier concierto de los muchísimos que hay, o a una representación en la vetusta Ópera, porque lo que allí cuenta, más que el edificio o el terciopelo de las butacas, es la precisión y la exquisita sensibilidad de intérpretes y músicos. Y no menos interesante es la opereta, género kitsch donde los haya. Presencié una divertidísima representación de La viuda alegre en la que el público, entregado, coreaba a cantantes y músicos. Entre la seriedad de la ópera y la frivolidad de la opereta se resume, también, el espíritu vienés, se comprende a Sissí y se entiende a una ciudad que, tras el fabuloso intento modernista de reinventarse a sí misma -no hay que olvidar, en cualquier visita, programar un itinerario Jugendstil con los ejes urbanísticos de Otto Wagner y Alfred Loos-, vuelve hoy a dar señal de una saludable inquietud por ofrecer al mundo lo mejor de sí misma.Viena, la vieja señora imperial, se ha hecho un lifting espléndido. Cuando se trata de afrontar el siglo XXI en condiciones similares -¿por qué no?- al Berlín cultural, la cirugía urbanística y cultural es mucho más que un trámite obligado. Y he aquí que, sin desmerecer ni violar el mito del imperio de los Habsburgo, sin violentar el alambicado mundo de Sissí -aquella emperatriz-niña eterna-, sin derruir el encanto del kitsch decimonónico, sin olvidar las raíces burguesas, el enorme patrimonio musical consolidado y sin traicionar el esplendor modernista ilustrado, el lifting recién terminado en el MQ (Museums Quartier, el barrio de los museos), ha devuelto a la vieja señora un interés notable.

Es casi como si los austriacos, tan conservadores que no han tocado una sola piedra de la vieja ciudad -lo cual debe de ser un caso casi único en el mundo, si prescindimos de La Habana-, se hubieran atrevido a vestir a Sissí con la más ultramoderna minifalda. Y, una vez perpetrada la osadía, es decir, ahora mismo, al contemplar el resultado en los ojos ajenos del viajero, lo cierto es que la minifalda no sólo rejuvenece y favorece a la vieja señora, sino que le descubre un glamour de rasgos singulares que posiblemente habría encantado al gran Mozart bohemio y atrevido.

Viena lleva largo tiempo preparándose para ofrecer ese rostro nuevo al mundo. El espectacular urbanismo del barrio que alberga la sede de Naciones Unidas, que supuso la remodelación del curso del Danubio y creó una interesante y poco conocida zona urbana, forma parte sustancial de esa operación de rejuvenecimiento (es altamente recomendable visitar esa Viena, desconocida salvo para los arquitectos y especialistas). El resultado de esta y de otras intervenciones, paralelas y recientes, no menos interesantes en la conservación, adecuación y modernización del espectacular patrimonio imperial -ya quisiera Walt Disney haber tenido en nómina a los emperadores austriacos y también a los arquitectos modernistas Otto Wagner y Adolf Loos- es una nueva ciudad que hace que, como el ave Fénix, la vieja dama resurja de sus cenizas. Y exhiba orgullosamente su esplendoroso pasado y su presente, vivo y, quizá, indómito.

El último acto de esa gran operación estratégica -cuyas raíces habría que buscarlas en un intento de encontrar un papel internacional para la capital, humillada tras la II Guerra Mundial- consiste en que, sin perder su carácter peculiar, Viena siga siendo un foco de cultura de atracción universal. El nuevo barrio de museos (MQ), que entre el 15 y el 29 de septiembre ha inaugurado tres nuevos centros, el Mumok (Museo de Arte Moderno), el Leopold Museum y el Zoom Kindermuseum (un experimento pedagógico novedoso), cumple ya, con enorme competencia, este papel.

El MQ es un complejo de 10 nuevos focos culturales y está situado en las antiguas caballerizas del Palacio Imperial (Hofburg), a dos pasos de los muy interesantes y bien conservados museos Kunsthistorisches (Pintura) y Naturhistorisches (Ciencias Naturales), del Palacio Imperial -y sus apabullantes colecciones de vajillas, sus habitaciones imperiales donde el espíritu de Sissí se desparrama en intimidades gimnásticas y peluqueras- y de otros puntos de no menor interés tradicional. Las estrellas del MQ son, sin duda, el Leopold Museum (abierto el 23 de septiembre) y el Mumok (abierto el 15 de septiembre), pero vale la pena señalar que su vocación es reunir otros focos de las artes experimentales y aplicadas, así como hacer que el conjunto adquiera vida propia mediante restaurantes, tiendas y talleres artesanales de todo tipo que se han instalado en sus alrededores. Consolidada en la música, Viena se redescubre en el arte y en una nueva bohemia.

El Leopold Museum, un cubo blanco que firman los arquitectos vieneses Ortner & Ortner, expone únicamente obra autóctona en un panorama que da sentido a la trayectoria del arte del país centroeuropeo. Por una vez, el nombre del museo no se debe a un archiduque sino a un médico, Rudolf Leopold, que coleccionó lo más interesante de la producción austriaca del siglo XIX y, sobre todo, del XX. Las obras que se exhiben de Egon Schiele, Gustav Klimt y Oskar Kokoschka, por ejemplo, quitan el aliento y valen, por ellas, la visita.

Basalto negro

El Mumok, un cubo redondeado de basalto negro que firman los mismos arquitectos, es en este aspecto un complemento interesante del Leopold y una apuesta decidida por la contemporaneidad más rompedora. En él se exhiben tendencias internacionales (no muy interesantes, por cierto, pero excelentemente representadas) y se contextualizan en sus precedentes, desde el surrealismo hasta el arte pobre, del expresionismo al minimal, sin escatimar medios tecnológicos avanzadísimos. Los dos museos marcan un hito histórico en la nueva Viena y merecen una visita reposada.

A su lado, el visitante puede echar una mirada al nuevo Centro de Arquitectura, al Tabak Museum, al Kunsthalle (dedicado a las artes televisivas), al Art Cult Center y a otras zonas de experimentación de diversas iniciativas culturales, y participar en los diversos actos, conciertos, representaciones del Festival de Viena (donde se han programado unas Bodas de Fígaro, de Mozart, dirigidas por Riccardo Muti), o exposiciones programadas para toda la temporada. Un centro de información (todavía poco acostumbrado al español) ha diseñado, junto a los clásicos del Jugendstil o de la Viena imperial, un interesante itinerario artístico por 14 galerías y cafés vieneses dedicados a la plástica de última hora (la información está en: www.info.wien.at).

El complejo MQ, diseñado por los arquitectos Laurids, Ortner y Wedhom, ha servido también para lanzar -¿como un Montmartre del siglo XXI?- el muy interesante barrio de Spittelberg, en donde vivían en pequeñas casas -perfectamente rehabilitadas y con gran encanto bohemio- los trabajadores de la antigua Viena. Hoy, en Spittelberg se juntan tiendas con el ultimísimo diseño, los cafés con Internet (mantenidos con dinero público), anticuarios y artesanos multiculturales en una amalgama mestiza que lleva su propia vida y horarios (es posible cenar allí de madrugada en restaurantes franceses o italianos, pero también en cafés vieneses). Un barrio, pues, para perderse a cualquier hora del día y plagado de gente joven.

Esta Viena inquieta y nueva vive también hoy en otro excepcional espacio de exposición, el MAK (Museo de Artes Aplicadas), recientemente renovado y que es ejemplo de cómo un viejo museo cobra una nueva vida y se convierte en expresión del estilo contemporáneo. Cercano a la catedral, las salas de este palacio, inaugurado en 1864, son lugar de experimentación donde diversos diseñadores internacionales han reordenado los espacios y las piezas. Además de los fondos propios, diversas exposiciones (en la actualidad, una interesante muestra sobre los trabajos del actor, cineasta, fotógrafo y pintor norteamericano Dennis Hooper) son objeto cotidiano de estudio por parte de alumnos de escuelas de diseño y bellas artes. Su tienda y su restaurante son muy recomendables.

Música y palacios

Estas novedades que conmemoran el Año de las Artes (2001- 2002) son la cara nueva de una Viena cuyo encanto tradicional, hecho de fastos imperiales, música de primera fila y deliciosos cafés-pastelería, no sólo se mantiene, sino que se ha visto reforzado. La visita a los palacios imperiales de Hofburg (residencia de invierno de los Habsburgo), con su increíble colección de vajillas y platería, y el palacio de Schönbrum (complejo palaciego de verano que incluye un teatro y un zoo, al que se llega por el espléndido metro vienés) sigue resultando imprescindible para conocer la esencia de un país al que aún le cuesta digerir que ya no es el centro del mundo. Uno puede oír, por ejemplo, en la explicación grabada que se da en uno de los recomendables tours que salen de la plaza de la Ópera, que el país de los Habsburgo 'llegó a reinar en América Latina por medio de la corona española', lo cual provoca una sonrisa.

Pero la grandeur imperial no sólo está en esos palacios, o en el muy recomendable de Belvedere, con su fabulosa colección de Klimt. Está en el urbanismo, en calles y plazas, en las iglesias barrocas -en no pocas de ellas, por cierto, se rinde culto al beato Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei- o en innumerables monumentos del XVIII y del XIX.

Y luego está la música. A caballo entre los palacios y el pueblo llano, el culto a Mozart, a Beethoven, a Wagner y a los maestros barrocos es una constante en toda época del año. Vale la pena asistir a cualquier concierto de los muchísimos que hay, o a una representación en la vetusta Ópera, porque lo que allí cuenta, más que el edificio o el terciopelo de las butacas, es la precisión y la exquisita sensibilidad de intérpretes y músicos. Y no menos interesante es la opereta, género kitsch donde los haya. Presencié una divertidísima representación de La viuda alegre en la que el público, entregado, coreaba a cantantes y músicos. Entre la seriedad de la ópera y la frivolidad de la opereta se resume, también, el espíritu vienés, se comprende a Sissí y se entiende a una ciudad que, tras el fabuloso intento modernista de reinventarse a sí misma -no hay que olvidar, en cualquier visita, programar un itinerario Jugendstil con los ejes urbanísticos de Otto Wagner y Alfred Loos-, vuelve hoy a dar señal de una saludable inquietud por ofrecer al mundo lo mejor de sí misma.

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