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Columna
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Adopciones

En Estados Unidos se celebran desfiles de ropa infantil y juvenil donde los modelos son niños expuestos para ser adoptados. El acto que organizan varios centros especializados en adopción suele tener lugar en el interior de un centro comercial y los asistentes que pueden parecer público general son, en realidad, parejas que desean ser padres por primera o por cualquier otra vez. Los niños y niñas ambulan dóciles y obedientes por la pasarela mientras los señores y señoras toman notas, cavilan y sopesan para cursar, o no, más tarde una orden de 'adquisición'.

A diferencia de la legislación europea, orientada a proteger al niño, al punto de que son ellos quienes escogen familia y no al revés, en Estados Unidos, muy coherente con la estrategia de mercado, quien paga manda y elige. La revista Marie Claire publica en su número de noviembre un reportaje sobre este mercadeo infantil evocador de la compra de esclavos hace más de un siglo y en el mismo país donde se prolonga con naturalidad la mercantilización total. Dentro de la genuina y rigurosa sociedad de consumo, la elección del niño a acoger es coherente con la lógica de la cultura ¿Por qué habría de soportarse un niño o una niña, enfermos, raquíticos o de color indeseable si es posible hacerse con otro modelo de mejor apariencia y prestaciones?

La alegación que se opondría a ese razonamiento sería humanitaria, condescendiente, piadosa, antiracista, moral. Es decir, ajena a las puras reglas del mercado. Entre los niños para adopción, como en todos los productos, se ven diferencias de calidad. Hay poca demanda para los que son mayores, para los que sufren defectos o para quienes les cuesta sonreír. Junto a esta filosofía de la adopción se encontraría próximo el salto a tener que entregar un precio mayor o menor según las propiedades de los ejemplares. La fórmula no se cumple todavía, al menos en metálico, pero cada tarde, cuando los niños maquillados y repeinados concluyen el desfile y comprueban que no han sido solicitados, pierden por sí solos autestima o valor. Se saben minusvalorados, desechados y advertidos de que, en adelante, no bastará con el peso de la orfandad, sino con el marchamo, además, de no ser queridos.

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