_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Duelo

El caso Gescartera es tan cañí, tan de raza, tan de casino y sacristía, que ni siquiera le ha robado protagonismo la matanza ilegal de las Torres Gemelas y la matanza legal de los bombardeos sobre Afganistán. La muerte tiene también problemas con la policía de fronteras y necesita papeles para no sentirse clandestina. Si lleva uniforme de piloto norteamericano o de soldado israelí, la muerte está en regla, camina por el mundo con permiso de trabajo y no necesita aventurarse por los oscuros laberintos del odio y del misterio. La muerte sin papeles vive gracias a lo que sale, aprovechando las ocasiones de la mano negra, que a veces pueden resultar espectaculares. La vida diaria es maquinación, puro pensamiento. A la sombra de las avaricias del lugar, algunos emigrantes italianos consiguieron hacerse multimillonarios en la noche sedienta de Chicago. Del mismo modo, algunos terroristas actuales se las han ingeniado para protagonizar la sociedad del espectáculo y de la información, utilizando las amenazas del cine de Hollywood y el glorioso cuerpo de correos, que es la versión uniformada y cívica de la cotidianidad. Todo lo sólido se desvanece en el aire, afirmaron Marx y Engels muchos años antes de que las Torres Gemelas se convirtieran en viento, como los rascacielos de Bertolt Brecht o de Rafael Alberti. Pero el caso Gescartera es tan cañí, tan de la España eterna, que no hay viento capaz de llevárselo, y sigue en la actualidad sin comprender que vivimos en el otoño informativo y que las noticias son hojas secas en cuanto protagonizan sus minutos de gloria.

Los responsables políticos y económicos de Gescartera se abren igual que una caja de sorpresas cuando acuden a la comisión parlamentaria de investigación. Como en un asunto tan dilatado llegan a entrar en juego todas las perspectivas y todas las consideraciones, me atrevo a confesar que, desde el humilde punto de vista de la izquierda andaluza, estoy encantado con la actuación del camarada Felipe Alcaraz en los interrogatorios de la Comisión. Está que se sale, con la seguridad del torero que domina la faena, dueño del método teniente Colombo, y decidido a demostrar pacientemente que por la boca mueren los peces gordos. Cada vez que estalla en la radio o en el periódico una declaración que anima el asunto Gescartera, busco el origen de la noticia y me encuentro con el estribillo revelador de que la milagrosa confesión se produjo en respuesta a una pregunta del diputado Felipe Alcaraz. El día en que le recordó al ecónomo del Obispado de Valladolid que mentir no es sólo delito, sino también pecado, me tomé un whisky a su salud, me hice devoto de la Comisión y le di mis bendiciones. No me extraña que el Gobierno esté asustado y quiera controlar las comparecencias de Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro, evitando el esquema de pregunta-respuesta. Dicen que el ministro Rato es un gran parlamentario y sabe defenderse por sí solo, pero yo no estaría tan seguro. Felipe Alcaraz no sólo tiene la experiencia de los sueños sociales, sino también las lecciones de los aspectos más cotidianos de la militancia. El próximo lunes preguntará, se imaginará la respuesta y volverá a preguntar en un solo turno de palabra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_