Civilizaciones superiores
Fue una pena, de la que alguna parte nos toca, que el señor Berlusconi se dedicara a la política. Mira que decir con la boca grande lo que casi todo el mundo piensa y dice con la boca pequeña. Por una parte el hombre medio, apoyándose en el sentido común, y por la otra las élites culturales, exhibiendo razones más o menos gloriosamente urdidas, por favor dé un paso al frente quien no crea que Occidente es superior al Islam. La verdad de las élites cultas es que a menudo defienden causas que en su fuero interno no sienten; pero eso sí, creen que lo civilizado es sentirlas. Esto no tiene porqué indicar falsedad ni hipocresía, pues a menudo constituye un esfuerzo admirable para poner los sentimientos en sintonía con la razón.
Con todo, decretar la superioridad de una civilización porque ésta produjo a Mozart y no sé a quién más citó Berlusconi, parece exagerado, por no decir, con don Quijote, 'puerco y descomunal abuso'. Yo era todavía casi un niño y torcí el gesto cuando leí en un diario que Alemania era superior a Inglaterra y a Francia porque había producido más genios. Y sumaban los genios de aquí y de allí con un candor digno del purgatorio, como lo son todos los candores segregados pasada ya de largo la adolescencia. En Alemania y en el resto de Europa nos matábamos a pedradas cuando los árabes-andaluces nos transmitían la cultura de la antigüedad clásica amén de sus propios saberes. Eso aparte, el número de genios es una de tantas variables a echar mano para desentrañar la intrincada madeja de la superioridad de una cultura sobre otra u otras y teniendo en cuenta sus pros y sus contras a lo largo de su existencia. Por supuesto, esto es negar el relativismo, o sea, un producto de la mala conciencia cuando no algo peor, la justificación del expolio.
Obsérvese que el relativismo empezó a disminuir por arriba cuando empezó a aumentar por abajo. Enrique Iglesias o Mozart, cuestión de gustos. Claro que ni Comte ni Marx ni tantos otros se dignaron siquiera discutir este punto. Ambos creían no sólo que las condiciones de vida mejoraban en Occidente, sino que también lo hacía el individuo. 'El hombre burgués es superior al feudal', escribió Marx. Comte fue más expeditivo. En las culturas más avanzadas el hombre medio posee una mayor aptitud para 'las combinaciones mentales' y es incluso mejor persona. Lo de Comte es, en el fondo, racismo, pues para cuando las condiciones físicas y sociales de una colectividad alcancen las de los pueblos con mayor capacidad para las 'combinaciones mentales', éstos últimos serán ya ordenadores o se las apañarán sin necesidad ya de ordenadores.
Muchas variantes hay que conjugar para establecer la superioridad de una civilización, un tema puesto de moda por la guerra actual. La ética, la política, la salud y la enfermedad, la felicidad, el avance científico y tecnológico, la riqueza media, el florecimiento de las artes, etcétera. Declare usted relativos todos estos factores y muerto el perro se acabó la rabia. Acaso quien mejor llevó a cabo esta tarea fue el historiador Carl Becker. La felicidad no se puede medir, la longevidad es un bien sólo si el sujeto tiene una vida que le valga la pena, la moral es costumbre, la inteligencia sirve para algo específico y así no se puede decir que la de Einstein es mejor o peor que la de Aristóteles. De modo que 'mis juicios éticos y morales no son más que 'el sistema de mis limitaciones'. O sea, que se puede historiar, se puede describir, pero sin meter en el ajo juicios de valor. Estomagante camelo.
Umberto Eco se pronunció sobre el asunto en un extenso artículo (Las guerras santas: pasión y razón, EL PAÍS, 14 de octubre de 2001). Su tono es conciliador, tal vez algo ambiguo. 'Occidente ha dedicado fondos y energías a estudiar los usos y costumbres de los otros, pero nunca nadie ha consentido realmente a los otros estudiar los usos y costumbres de Occidente...'. Las razones inicuas alternaron con una verdadera curiosidad por otras civilizaciones: Marco Polo, el Renacimiento, los teólogos cristianos, Montesquieu... Queríamos y queremos saber cómo piensan y sienten los otros. En mi opinión, lo mejor que dice Eco de Occidente es que somos libres, pluralistas y capaces de actuar con variables incluso contradictorias. Buscamos un bien (por ejemplo la prolongación de la vida) aunque para ello tengamos que echar mano de un mal, en ese caso, la contaminación que acompaña al proceso científico.
O sea, que la cultura occidental se lo juega todo a una carta. En efecto, nunca hemos estado tan cerca de la autodestrucción y al mismo tiempo, de la respuesta a las grandes preguntas. Mejor morir que refugiarse comunitariamente alimentando esperanzas viscerales, muy juntitos, intentando sosegar el miedo, la frustración y la impotencia con el calor de la tribu. Esperar inmóviles el zarpazo de la muerte. Pues no. Esta civilización, la nuestra, fue la primera y la única -y sigue siéndolo- en aceptar, incluso en ocurrírsele, el gran reto: la posibilidad de una existencia laica en lucha con lo desconocido. ¿Usted quiere pedirle asilo a la teología? Pídaselo, es libre para eso. Pero cuando los filósofos griegos, desentrañando la naturaleza de las cosas buscaron obsesivamente su esencia, se empeñaron en el conocimiento del ser, no pidieron auxilio a Dios, pues Él era la clave de la búsqueda: su existencia o su no existencia. Y así adivino también una ciencia laica que, miren por donde, sin pretender llegar a la causa primera, está acercando a la especie, al individuo, al borde de la inmortalidad. Habiendo aceptado para eso el doloroso sacrifico de centenares de generaciones puente.
Del mundo islámico surgen voces en contra de los talibanes, quienes al parecer han hecho mangas y capirotes con el Corán. Cuando en ese mundo la mitad de la humanidad -la mujer- pueda estudiar y trabajar, elegir marido y hasta ser adúltera sin más miedo que el divorcio, nuestro temor se irá disipando. Y Schröder no hablará de 'un conflicto entre la Edad Media y la modernidad'. Si más no, en nuestra Edad Media se reparaban virgos a destajo. Incluso hubo crítica del matrimonio.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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